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”Toda la política es local”. Esta afirmación del congresista estadounidense Tip O’Neill sintetiza el hecho de que, con frecuencia, lo que más interesa a los votantes es que los políticos les alivien sus problemas más inmediatos. Según esto, los gobernantes que se concentran en grandes asuntos nacionales o internacionales compiten en desventaja contra rivales que se ocupan de los problemas más concretos de los electores.
Apple acaba de vender 10 millones de unidades del nuevo iPhone6 en solo un fin de semana. Un récord. Google está bajo presión de las autoridades europeas, preocupadas por proteger la competencia y la intimidad de sus ciudadanos. Amazon tiene una disputa comercial con la editorial Hachette y decide discriminar a los autores de esa casa; muchos de los más prestigiosos novelistas firman una carta abierta denunciando la conducta de Amazon. Las empresas de tecnología de la información e Internet ejercen, por sobradas razones, una gran atracción mediática. La agricultura, mucho menos. Y, sin embargo, en los mercados agrícolas también se están batiendo récords que, a pesar de no atraer tanta atención, tendrán enormes consecuencias para miles de millones de personas. ¿Sabía usted que el mundo está hoy cosechando más granos que nunca? ¿Y que aunque ahora hay más consumo, la producción es tan alta que los graneros se están desbordando?
En estos días es fácil equivocarse. La turbulencia geopolítica, las crisis económicas y las convulsiones sociales se suceden a tal velocidad que no da tiempo de pensar con calma y calibrar bien lo que está sucediendo en el mundo.
En este ambiente tan revuelto, algunas ideas han arraigado tanto entre expertos como en la opinión pública internacional. A pesar de su popularidad, varias de ellas están equivocadas. Por ejemplo, estas tres:
Siria, Ucrania, Gaza, Irak, el Ejército Islámico, el ébola. La lista es larga. Pero durante el trágico verano de 2014 han ocurrido otros eventos que, si bien atrajeron menos atención, podrían ser tan importantes como las noticias que dominaron pantallas y periódicos. Algunos de ellos son cambios inesperados, mientras que otros revelan tendencias que, de mantenerse, tendrán grandes consecuencias.
“Los líderes del Partido Republicano están frustrados por el fracaso del presidente Obama en encontrar una solución al conflicto entre suníes y chiíes… Lo único que le pedimos al presidente en la reunión en la Casa Blanca fue que acabara con esta reyerta religiosa que comenzó en el año 632. ¿Y que nos ofreció el presidente? Nada”, afirmó molesto el senador Mitch McConnell. “Este conflicto lleva más de 1.500 años”, añadió John Boehner, jefe de los republicanos en la Cámara de Representantes. “Esto quiere decir que el presidente Obama ha tenido tiempo suficiente para resolverlo”.
¿Quién invadió Crimea? La sociedad civil. ¿Y quién está ocupando oficinas gubernamentales y cuarteles de la policía en el este de Ucrania, desestabilizando esa región? La sociedad civil. ¿Quién lucha contra Bachar el Asad en Siria y Nuri al Maliki en Irak? La sociedad civil. ¿Quiénes son los “colectivos” que enfrentan a los estudiantes venezolanos que protestan contra el Gobierno? Activistas de la sociedad civil.
Para usted, un aumento de 4 grados centígrados en la temperatura ambiente no tiene mayores consecuencias. Pero para el planeta, ese aumento en la temperatura promedio es una catástrofe. Y a tenor de las pruebas científicas, hacia ella nos dirigimos si no hacemos nada por evitarlo.
De quién es la culpa de que la desigualdad económica haya aumentado tanto en los últimos tiempos? De los banqueros, es la respuesta obvia para muchos. Según esta visión, el sector financiero es el principal responsable de la crisis económica mundial que comenzó en 2008 y cuyas consecuencias aún las sufren millones de desempleados y la clase media que se ha empobrecido, especialmente en Europa y EEUU. Quienes piensan así también enfatizan que los banqueros y especuladores financieros que causaron la crisis no han pagado costo alguno y, por el contrario, muchos de ellos son ahora más ricos. Para otros, el aumento de la desigualdad tiene que ver con los misérrimos sueldos de los trabajadores en países como China e India, cuyos salarios empujan hacia abajo los ingresos de los trabajadores del resto del mundo y generan desempleo, ya que las empresas “exportan” puestos de trabajo de Occidente a Oriente. No; la tecnología es la principal fuente de desigualdad, dicen otros. Son los robots, las computadoras, Internet y, en general, todas las máquinas que reemplazan a los trabajadores las que causan desempleo y desigualdad.
En enero de 2012 escribí: "La desigualdad será el tema central de este año. Siempre ha existido y no va a desaparecer, pero este año va a dominar la agenda de los votantes, de quienes protestan en las calles y de los políticos… Va a terminar la coexistencia pacífica con la desigualdad, y las exigencias de luchar contra ella -y las promesas de que así se hará- serán más intensas y generalizadas de lo que han sido desde el fin de la guerra fría".
Primera postal: “Moisés Guánchez tiene 19 años y trabajaba como mesonero en un restaurante en las afueras de Caracas. El 5 de marzo al salir del trabajo se encontró atrapado junto con otras 40 personas en un aparcamiento de coches. Efectivos de la Guardia Nacional Bolivariana que estaban reprimiendo una protesta en esa zona comenzaron a lanzar bombas lacrimógenas y a disparar perdigones de goma contra el grupo donde estaba Guánchez. Al intentar salir del lugar, un miembro de la Guardia Nacional se lo impidió, disparándole a la cara perdigones de goma. A pesar de que no ofreció resistencia, dos guardias se turnaron para golpearlo, al tiempo que un tercero se acercó y le disparó a quemarropa en la pelvis. Guánchez tuvo que ser intervenido quirúrgicamente en los brazos, la pierna y un testículo”.
La enorme influencia que Cuba ha logrado ejercer en Venezuela es uno de los acontecimientos geopolíticos más sorprendentes y menos comprendidos del siglo XXI. Venezuela es nueve veces más grande que Cuba, tiene el triple de población y su economía es cuatro veces mayor. El país alberga las principales reservas de petróleo del mundo. Sin embargo, algunas funciones cruciales del Estado venezolano o han sido delegadas a funcionarios cubanos o son directamente controladas por La Habana. Y esto, el régimen cubano lo conquistó sin un solo disparo.
Muchos creen que Estados Unidos está muy mal. ¿Las pruebas? Lo que sucede en Crimea y Siria, lugares donde el poderío norteamericano no se ve por ningún lado. Un país políticamente dividido e inaceptablemente desigual en la distribución del ingreso. El raudo ascenso del rival chino. La lista de cosas que no le van bien a esta agobiada superpotencia es aún más larga. Y engañosa. Todas estas debilidades existen y algunas de ellas son graves; la desigualdad económica, por ejemplo. Pero también hay algunas áreas en las cuales a EE UU le va muy bien, y que están en camino de ir aún mejor. Una de ellas es la industria manufacturera. La combinación de los bajos precios de la energía con las mejores y más innovadoras tecnologías de la información, nuevos materiales y robótica producirá una revolución manufacturera que no solo transformará la economía de EE UU, sino que nos afectará a todos.
Las protestas callejeras se han puesto de moda. De Bangkok a Caracas y de Madrid a Moscú, no pasa una semana sin que en alguna gran urbe del planeta una muchedumbre tome las calles para criticar al gobierno o para denunciar problemas más amplios, como la desigualdad o la corrupción. Con frecuencia las fotos aéreas de estas marchas impresionan por el intimidante mar de gente que exige cambios. Pero lo más sorprendente es que pocas veces logran su objetivo. Hay una gran desproporción entre la formidable energía política que vemos en las manifestaciones y sus pocos resultados prácticos.
La toma de Crimea por parte de Vladímir Putin no es una muestra de su fortaleza, sino una manifestación de su debilidad. Se siente inseguro y eso le lleva a cometer errores. Esta interpretación sorprenderá a quienes creen que el líder ruso es el hombre más poderoso del mundo. Así lo designó, por ejemplo, la revista Forbes, que lo puso en cabeza de su lista de los líderes más influyentes del planeta, por encima de Barack Obama, el presidente chino Xi Jinping, el papa Francisco, Angela Merkel o Bill Gates.
Vladímir Putin, Recep Tayyip Erdogan, Bachar el Asad, Nicolás Maduro y Robert Mugabe la han denunciado: una gran conspiración internacional está en marcha. Según ellos, quienes protestan en las calles de Kiev, Estambul, Alepo, Caracas y Harare son, en realidad, mercenarios apátridas al servicio de oscuros intereses foráneos. O tontos útiles manipulados por esas mismas fuerzas. ¿Y quién, de acuerdo a estos autócratas, está detrás de esta funesta conspiración planetaria? Las democracias occidentales.
“América Latina no es competitiva ni siquiera con sus tragedias” me dijo un cínico amigo. Se refería a que allí la pobreza no es tan infernal como la de África, los conflictos armados no tan amenazantes como los de Asia y los terroristas, no tan suicidas como los del Oriente Próximo. Es por esto por lo que el resto del mundo no suele prestarle demasiada atención a los problemas de Latinoamérica. En otras partes las tragedias son más graves o tienen más posibilidades de afectar a otros países.
En Venezuela están matando estudiantes y el Gobierno cierra un canal de televisión que se atrevió a transmitir las protestas callejeras. Argentina sigue su desenfrenada carrera hacia el precipicio económico. Los presidentes de toda América Latina se reunieron en una cumbre democrática… en La Habana. La economía brasileña entró en recesión y 2014 será su cuarto año seguido de anémico crecimiento económico. Últimamente, los brasileños salen a las calles no a bailar, sino a protestar. En 2013 Brasil sufrió la mayor fuga de capitales en más de una década.
Los países emergentes son como los adolescentes: propensos a los accidentes. Se caen, resbalan, los empujan, corren riesgos innecesarios… Por supuesto que, tal como nos demostraron hace poco EE UU y Europa, a veces las naciones maduras también se comportan de manera inmadura. Sus accidentes son menos frecuentes, pero cuando los tienen son enormes. El mundo aún está pagando con desempleo y pobreza las irresponsables audacias financieras de bancos, Gobiernos y consumidores de los países más ricos. Y ahora nos viene una crisis en los emergentes, esos países de menores ingresos cuyas economías y el bienestar de su gente venían expandiéndose a un ritmo sin precedentes.
Fue muy fácil no darse cuenta de que ese día había ocurrido un milagro. El milagro hizo que en los siguientes diez años mejorase la vida de cientos de millones de pobres en todo el planeta. El 8 de septiembre de 2000, 189 jefes de Estado firmaron en la sede de las Naciones Unidas en Nueva York una serie de promesas que llamaron la Declaración del Milenio. Prometieron reducir la pobreza, el hambre, la mortalidad infantil, la discriminación contra las mujeres y otros loables objetivos. Con razón, la gran mayoría de quienes se enteraron de esta declaración tomó nota y bostezó.