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Los ministros de finanzas y presidentes de bancos centrales de más de 191 países se han reunido en Washington estos días. Esta reunión la organizan anualmente el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial. Como siempre, mucho más interesantes que los discursos públicos fueron las conversaciones en los pasillos.
En un mundo plagado de amenazas que van desde el cambio climático y las pandemias hasta el auge del crimen organizado y de guerras que pueden cambiar nuestra civilización, una cifra destaca por su magnitud y sus implicaciones: 2,4 billones de dólares (unos 2,2 billones de euros). Este es el monto que el mundo gastó en armamento y preparativos militares en 2023,una suma tan astronómica que desafía la comprensión inmediata. El gasto militar creció casi un 7%, el mayor aumento en los últimos 15 años, según el SIPRI, un respetado think tanksueco especializado en asuntos militares.
Ante la enormidad de la crisis climática, es fácil caer en la tentación de buscar respuestas fáciles. Una tecnología milagrosa, un acuerdo internacional que nos salve, un deus ex machina para sacarnos del lodazal. Pensar así es no entender lo que se nos viene encima, o lo que ya está aquí: los inéditos y disruptivos eventos climáticos que ya forman parte de nuestra cotidianidad. Ante una crisis de esta magnitud, escoger es perder: tenemos que ir con todo por el clima.
La condena penal al expresidente Donald Trump por falsificación de documentos pone a la principal potencia económica y militar del mundo en camino a la anarquía. Ello se debe, en gran medida, a la estrategia mediática, política y legal que Trump ha adoptado para salvarse de la cárcel y llegar de nuevo a la presidencia. Su apuesta es que la manipulación de las reglas del Estado de derecho y el feroz ataque contra las instituciones y leyes le permitirá neutralizar los múltiples juicios que hay en su contra. Es una estrategia que fomenta la desconfianza y nutre la anarquía.
Están proliferando aceleradamente problemas mundiales que ningún país puede resolver por sí solo. La lista de dificultades que afectan a la humanidad independientemente de fronteras territoriales, marinas o espaciales, es larga y peligrosa.
Los propietarios de terrenos, casas, apartamentos y otros edificios residenciales enfrentarán una pérdida que podría alcanzar los 25 billones de dólares —es decir, 25 millones de millones— a nivel mundial. Este exorbitante número, publicado por The Economist, es comparable al producto interno bruto de los Estados Unidos. La alarma comienza cuando se hace visible el hecho de que terrenos, edificios, casas y otros activos inmobiliarios están entre los bienes que más se compran utilizando dinero prestado.
En 1974, cuando dos jóvenes idealistas norteamericanos tomaron la decisión excéntrica de pasar su luna de miel en Haití, no se habrían podido imaginar lo que habría de sucederle a este pequeño país caribeño. Bill y Hilary Clinton siempre quisieron hacer de Haití su país consentido. Como ellos, decenas de organizaciones humanitarias, agencias de desarrollo internacional y organismos multilaterales se han instalado en Port-au-Prince, convirtiendo a Haití en uno de los países más dependientes de la ayuda internacional en el mundo entero.
Se llama Leonard Glenn Francis, pero todos lo llaman Fat Leonard. Su empresa, Glenn Defense Marine Asia, lo hizo muy rico. Su negocio era aprovisionar —con alimentos, combustible, etcétera— a los buques de guerra estadounidenses en los puertos de Asia. Fat Leonard se hizo buen amigo de los almirantes y capitanes norteamericanos que asistían a sus fiestas. Era un generoso anfitrión y se sabía que su ya enorme fortuna seguía creciendo.
Todos lo estamos. Pero las preocupaciones de la señora Buch nos deberían preocupar aún más. Después de todo, esta alta funcionaria del Banco Central Europeo ha sido recientemente puesta a cargo de la delicadísima tarea de regular a los bancos y otros entes financieros del continente. Tal como sabemos, cada cierto tiempo estalla una crisis económica que le hace perder sus ahorros a muchos y obliga a bancos y gobiernos a tomar medidas altamente impopulares. Si bien el foco de la supervisión bancaria de la señora Buch y su equipo se centra en Europa, el sistema financiero internacional está tan interconectado que las decisiones de los reguladores europeos afectarán a los bancos de todo el mundo. Y a sus clientes.
Los terremotos son tragedias humanas y sorpresas geológicas. Producen enorme sufrimiento humano y masivas pérdidas materiales. También revelan información inédita sobre los lugares más profundos del planeta. Para los científicos, un sismo abre nuevas ventanas desde las cuales pueden escudriñar lo que sucede en el centro de la tierra.
Hace 10 años, creíamos que habíamos entendido cómo funcionaba China. El gigante asiático había dejado atrás la dictadura de Mao Zedong y se estaba convirtiendo en un ente híbrido, ni capitalista ni socialista pero siempre pragmático. El liderazgo ya no lo ejercía una persona sino una institución colegiada —el Comité Permanente del Buró Político del Comité Central del Partido Comunista—.
Una vez más Argentina optó por vivir tiempos interesantes. Los argentinos acaban de escoger como presidente a Javier Milei, una figura abismalmente distante de los políticos convencionales. Milei es muchas cosas: un economista libertario ortodoxo, un provocador de derecha nacido para la televisión y dotado de un ego adecuado para ese medio, un entusiasta de clonar perros, explorar la mística esotérica, y un político orientado al poder que está dispuesto a construir alianzas con personas que lleva años despreciando públicamente. No es fácil discernir cuál de los dos (¿o más?) Mileis terminará gobernando Argentina.
Mucho se ha dicho que el mundo vive una “recesión democrática”, con la democracia retrocediendo en muchas partes del mundo. Pero hay otra recesión soterrada, que va de la mano con la primera, pero la rebasa: la recesión mundial del estado de derecho.
Esto es nuevo. Nunca había pasado algo así. Después del espanto, el dolor y la indignación, esta fue la reacción instintiva —y correcta— que muchos tuvimos ante la barbarie desplegada por Hamas.
Un rey se baña tranquilamente en uno de sus ríos cuando se acerca una cierva malherida que está a punto de dar a luz. Sobrecogido por la compasión, el rey adopta al venadito que nace de ella. Lo hace su mascota y se apega a él con tal pasión que, muchos años después, al momento de su muerte, su última sensación es su ilimitado afecto por el animal.
Es fácil imaginar Internet como un fenómeno etéreo, inmaterial. En estos tiempos es normal, por ejemplo, conectarse a la red sin necesidad de cables, guardar datos en “la nube”, y suponer que la información fluye sin “ensuciarse” en el mundo táctil. Lástima que estas suposiciones sean erróneas. La red de la cual dependemos es alarmantemente física y eminentemente vulnerable.
Uno de los grandes debates de nuestro tiempo es cómo tratar a los dictadores. En decenas de países hay un choque frontal entre quienes solo aceptan la salida incondicional y el eventual enjuiciamiento y condena del dictador y sus secuaces y quienes están dispuestos a aceptar horribles concesiones con tal de establecer una democracia.
Mientras el mundo anda preocupado por las guerras, el cambio climático y la inteligencia artificial, otro fenómeno profundamente transformador está en pleno apogeo: la exploración del espacio. Hay aspectos de esta exploración con una larga historia. En 1957, el programa espacial de la URSS lanzó al espacio un cohete que transportaba una esfera de metal pulido de 58 centímetros de diámetro, 84 kilos de peso y tres antenas. Este primer satélite artificial, el Sputnik, disparó una feroz competencia entre Estados Unidos y la Unión Soviética por alcanzar el dominio tecnológico en el espacio. Pero desde entonces mucho ha cambiado.
Los nuevos tiempos les dan renovada presencia a algunas palabras mientras que marginan a otras o les cambian el significado. “Plataforma” es un buen ejemplo de esto. Antes, esta palabra se utilizaba primordialmente para referir -según el Diccionario de la Lengua Española- a “una superficie horizontal, descubierta y elevada sobre el suelo donde se colocan personas o cosas”. Ya no. Ahora Twitter, Instagram, YouTube o Facebook (que se cambió de nombre a Meta), son llamadas “plataformas”. También lo son los miles de nuevos emprendedores que, inevitablemente, describen su empresa como una “plataforma”.