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Las fuerzas que cambian al mundo no siempre son visibles. Algunas son producto de cambios graduales, subterráneos, que modifican todo sigilosamente hasta que, de repente, descubrimos que el mundo que conocíamos ya no existe. Actualmente, están proliferando eventos de alto impacto que no reciben la atención que merecen. De esta lista de inestabilidades, destacan tres: la despoblación global, la criminalización del Estado y la fragilidad de China.
Los países con mayores ingresos se están despoblando. Cada vez más, las tasas de fertilidad han caído muy por debajo de lo requerido para contener el declive poblacional. La ONU estima que en 2080 habrá más personas mayores de 65 años que jóvenes menores de 18. Además, un estudio de The Lancet proyecta que para el año 2100, 183 de 195 países tendrán tasas de fertilidad por debajo del nivel de reemplazo. Esto tiene su lado positivo, pero cuando las tasas de natalidad son excesivamente bajas se generan presiones sociales y políticas difíciles de manejar. Un caso extremo es el de Corea del Sur, donde las mujeres tienen en promedio 0,78 hijos.
Estar en el poder —o cerca del mismo— siempre fue una ventaja para los candidatos en busca de votos. Ya no. Este 2024 fue el primer año en el cual el partido en el poder vio caer su porcentaje de votos en todas y cada una de las elecciones que se llevaron a cabo en los países desarrollados del mundo. Algo inaudito.
No se trata sencillamente del cambio pendular entre derechas e izquierdas que siempre ha marcado a las sociedades democráticas. Se trata de un cambio más profundo, en el cual cada vez más electores apoyan a partidos muy alejados de los consensos fundamentales que sustentan la estabilidad democrática. Se decantan por extremismos marcados no tanto por su tendencia ideológica sino por su rechazo visceral contra todos quienes hayan manejado —o manejan— el poder.
Cuando al primer ministro Británico Harold Macmillan un periodista le preguntó qué podría descarrilar su naciente Gobierno, se dice que respondió “events, dear boy, events!”. Tenía razón. Los presidentes recién electos llegan al poder cargados de planes y promesas, pero lo usual es que su agenda se desvíe para responder a eventos que nadie había anticipado.
Los ministros de finanzas y presidentes de bancos centrales de más de 191 países se han reunido en Washington estos días. Esta reunión la organizan anualmente el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial. Como siempre, mucho más interesantes que los discursos públicos fueron las conversaciones en los pasillos.
En un mundo plagado de amenazas que van desde el cambio climático y las pandemias hasta el auge del crimen organizado y de guerras que pueden cambiar nuestra civilización, una cifra destaca por su magnitud y sus implicaciones: 2,4 billones de dólares (unos 2,2 billones de euros). Este es el monto que el mundo gastó en armamento y preparativos militares en 2023,una suma tan astronómica que desafía la comprensión inmediata. El gasto militar creció casi un 7%, el mayor aumento en los últimos 15 años, según el SIPRI, un respetado think tanksueco especializado en asuntos militares.
Ante la enormidad de la crisis climática, es fácil caer en la tentación de buscar respuestas fáciles. Una tecnología milagrosa, un acuerdo internacional que nos salve, un deus ex machina para sacarnos del lodazal. Pensar así es no entender lo que se nos viene encima, o lo que ya está aquí: los inéditos y disruptivos eventos climáticos que ya forman parte de nuestra cotidianidad. Ante una crisis de esta magnitud, escoger es perder: tenemos que ir con todo por el clima.
La condena penal al expresidente Donald Trump por falsificación de documentos pone a la principal potencia económica y militar del mundo en camino a la anarquía. Ello se debe, en gran medida, a la estrategia mediática, política y legal que Trump ha adoptado para salvarse de la cárcel y llegar de nuevo a la presidencia. Su apuesta es que la manipulación de las reglas del Estado de derecho y el feroz ataque contra las instituciones y leyes le permitirá neutralizar los múltiples juicios que hay en su contra. Es una estrategia que fomenta la desconfianza y nutre la anarquía.
Están proliferando aceleradamente problemas mundiales que ningún país puede resolver por sí solo. La lista de dificultades que afectan a la humanidad independientemente de fronteras territoriales, marinas o espaciales, es larga y peligrosa.
Los propietarios de terrenos, casas, apartamentos y otros edificios residenciales enfrentarán una pérdida que podría alcanzar los 25 billones de dólares —es decir, 25 millones de millones— a nivel mundial. Este exorbitante número, publicado por The Economist, es comparable al producto interno bruto de los Estados Unidos. La alarma comienza cuando se hace visible el hecho de que terrenos, edificios, casas y otros activos inmobiliarios están entre los bienes que más se compran utilizando dinero prestado.
En 1974, cuando dos jóvenes idealistas norteamericanos tomaron la decisión excéntrica de pasar su luna de miel en Haití, no se habrían podido imaginar lo que habría de sucederle a este pequeño país caribeño. Bill y Hilary Clinton siempre quisieron hacer de Haití su país consentido. Como ellos, decenas de organizaciones humanitarias, agencias de desarrollo internacional y organismos multilaterales se han instalado en Port-au-Prince, convirtiendo a Haití en uno de los países más dependientes de la ayuda internacional en el mundo entero.
Se llama Leonard Glenn Francis, pero todos lo llaman Fat Leonard. Su empresa, Glenn Defense Marine Asia, lo hizo muy rico. Su negocio era aprovisionar —con alimentos, combustible, etcétera— a los buques de guerra estadounidenses en los puertos de Asia. Fat Leonard se hizo buen amigo de los almirantes y capitanes norteamericanos que asistían a sus fiestas. Era un generoso anfitrión y se sabía que su ya enorme fortuna seguía creciendo.
Todos lo estamos. Pero las preocupaciones de la señora Buch nos deberían preocupar aún más. Después de todo, esta alta funcionaria del Banco Central Europeo ha sido recientemente puesta a cargo de la delicadísima tarea de regular a los bancos y otros entes financieros del continente. Tal como sabemos, cada cierto tiempo estalla una crisis económica que le hace perder sus ahorros a muchos y obliga a bancos y gobiernos a tomar medidas altamente impopulares. Si bien el foco de la supervisión bancaria de la señora Buch y su equipo se centra en Europa, el sistema financiero internacional está tan interconectado que las decisiones de los reguladores europeos afectarán a los bancos de todo el mundo. Y a sus clientes.
Los terremotos son tragedias humanas y sorpresas geológicas. Producen enorme sufrimiento humano y masivas pérdidas materiales. También revelan información inédita sobre los lugares más profundos del planeta. Para los científicos, un sismo abre nuevas ventanas desde las cuales pueden escudriñar lo que sucede en el centro de la tierra.
Hace 10 años, creíamos que habíamos entendido cómo funcionaba China. El gigante asiático había dejado atrás la dictadura de Mao Zedong y se estaba convirtiendo en un ente híbrido, ni capitalista ni socialista pero siempre pragmático. El liderazgo ya no lo ejercía una persona sino una institución colegiada —el Comité Permanente del Buró Político del Comité Central del Partido Comunista—.
Una vez más Argentina optó por vivir tiempos interesantes. Los argentinos acaban de escoger como presidente a Javier Milei, una figura abismalmente distante de los políticos convencionales. Milei es muchas cosas: un economista libertario ortodoxo, un provocador de derecha nacido para la televisión y dotado de un ego adecuado para ese medio, un entusiasta de clonar perros, explorar la mística esotérica, y un político orientado al poder que está dispuesto a construir alianzas con personas que lleva años despreciando públicamente. No es fácil discernir cuál de los dos (¿o más?) Mileis terminará gobernando Argentina.
Mucho se ha dicho que el mundo vive una “recesión democrática”, con la democracia retrocediendo en muchas partes del mundo. Pero hay otra recesión soterrada, que va de la mano con la primera, pero la rebasa: la recesión mundial del estado de derecho.
Esto es nuevo. Nunca había pasado algo así. Después del espanto, el dolor y la indignación, esta fue la reacción instintiva —y correcta— que muchos tuvimos ante la barbarie desplegada por Hamas.
Un rey se baña tranquilamente en uno de sus ríos cuando se acerca una cierva malherida que está a punto de dar a luz. Sobrecogido por la compasión, el rey adopta al venadito que nace de ella. Lo hace su mascota y se apega a él con tal pasión que, muchos años después, al momento de su muerte, su última sensación es su ilimitado afecto por el animal.
Es fácil imaginar Internet como un fenómeno etéreo, inmaterial. En estos tiempos es normal, por ejemplo, conectarse a la red sin necesidad de cables, guardar datos en “la nube”, y suponer que la información fluye sin “ensuciarse” en el mundo táctil. Lástima que estas suposiciones sean erróneas. La red de la cual dependemos es alarmantemente física y eminentemente vulnerable.