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Esta es mi última columna de este año y se presta, por lo tanto, a repasar lo más importante de 2011. No voy a hacer un recuento de noticias sino, más bien, identificar cinco ideas para las cuales este fue un mal año.
Hace pocos días en Tuscaloosa, Alabama, lugar simbólico del sur profundo de Estados Unidos y donde en una época floreciera el Ku Klux Klan y sus ideas sobre la supremacía de la raza blanca, ocurrió un incidente poco conocido y muy sintomático. En este caso, la víctima de las decisiones xenófobas, antiinmigración e irracionales del Gobierno local no fue un afroamericano pobre o un latinoamericano sin papeles. Fue Detlev Hagler, un ciudadano alemán de 46 años y ejecutivo de Mercedes Benz, una de las empresas que más gente emplea en Alabama y uno de los mayores inversionistas en ese Estado.
Sería sorprendente que no hubiese protestas en las calles de Atenas, Madrid o Nueva York. El desempleo y la precariedad económica bastarían para convertir a millones de resignados en indignados. Pero, además, el constatar que algunos de los causantes de la crisis ahora se están lucrando de ella produce una reacción humana casi natural: apagar la televisión y salir a la calle a protestar. Esto es fácil de entender. Pero lo que no es fácil de entender es por qué esto también pasa en Chile. ¿Y que importa que en Chile las calles estén encendidas? Es un pequeño y remoto país sudamericano cuyas circunstancias afectan poco a los demás. Esto es verdad, pero entender lo que está pasando en Chile da pistas útiles para entender la ola de indignación y protestas que hoy vemos en otras partes.
A pesar del desencanto universal con los políticos y la política, hay dos eventos que suelen motivar hasta a los más cínicos o desinteresados. Votar el día de las elecciones es uno de ellos. En todas partes, el porcentaje de la gente que se abstiene de votar es menor que el de quienes en las encuestas previas a las elecciones afirman que no participarán. Pero llegado el día, algo mágico pasa y muchos de los renuentes se ponen en fila y votan. El otro evento mágico que motiva hasta a los más desentendidos de la política es el debate entre los candidatos.
La crisis de la Eurozona es la más reciente y furiosa manifestación del choque entre dos de las tendencias más importantes de nuestro tiempo; una muy antigua y otra muy nueva. La tendencia más antigua es que la política está definida por los intereses y pasiones locales. La nueva es que el dinero se ha hecho global. Este choque sacude a la economía y la política de Europa y sus efectos también son evidentes en otras regiones y países.
Hace unas semanas asistí a una reunión en Bruselas que, casualmente, coincidió con la cumbre en la cual los líderes europeos acordaron un plan para estabilizar sus economías. También por casualidad, mi reunión tuvo lugar en el mismo hotel donde se alojaban varias de las delegaciones a la cumbre. Así, al final del día, o durante el desayuno, resultaba natural conversar con amigos economistas de distintos Gobiernos que apoyaban con sus propuestas la negociación entre sus líderes. Sus historias, angustias y agotamiento (vienen trabajando sin parar durante meses dominados por emergencias, malas noticias y frustraciones) me trajeron muchos recuerdos.
En estos días, las emergencias tienen al futuro asfixiado. La ansiedad creada por la crisis económica europea, las batallas políticas en Estados Unidos, las convulsiones sociales en muchos países a la vez y la posible desaceleración del crecimiento de China son solo algunas de las preocupaciones sobre el futuro inmediato que no dejan pensar más allá de las próximas semanas o meses. Esto es natural, inevitable y muy humano. El think tank donde trabajo, el Carnegie Endowment for International Peace, acaba de cumplir un siglo. Animados por el centenario, nos preguntamos cuáles serían algunas de las disyuntivas que moldearían el mundo en los próximos 100 años. Es el tipo de ejercicio que muchos consideran banal. Y algo de razón tienen: es poco probable que las respuestas resulten acertadas. Además, tampoco estaremos aquí para comprobar si nos equivocamos y cargar con las consecuencias.
Estar atrapado en el tráfico es más tolerable si los coches en los otros carriles avanzan. Ver a los demás moverse abre la esperanza de que, tarde o temprano, a nosotros también nos llegará el turno de avanzar. Y al revés, si todos los carriles permanecen atascados durante mucho tiempo, la paciencia se agota y los ánimos se caldean. Y si, además, la policía llega y permite a unos cuantos coches muy seleccionados salir de su carril y avanzar por un camino especial abierto sólo para ellos, la furia de los demás será inevitable.
Se llama Mansur Arbabsiar, su apodo es Caracortada, y algunos de sus amigos en Tejas, donde ha vivido 30 años, lo llaman Jack. Es uno de los James Bond de Irán. Si Jack es el agente 007 de Teherán, entonces Gholam Shakuri podría ser el agente 006. Shakuri pertenece a las Fuerzas de Al Quds, un grupo especial de la Guardia Revolucionaria iraní. Y Abdul Reza Shahlai quizás sea el equivalente a Miss Moneypenny, que en las películas de Bond era la secretaria de M., el jefe de todos los espías.
Mientras el mundo sigue con gran ansiedad la crisis de Grecia (población: 11 millones), en China (población: 1.340 millones) están pasando cosas que no atraen tanta atención como lo que pasa en Grecia. Pero deberían. Si la locomotora de la economía mundial se desacelera, o se llegase a detener, las consecuencias serán mucho más graves de las que ha tenido la crisis griega, aun considerando el daño que esta le ha hecho al resto de Europa.
Comencemos con un test. Esta es una lista de declaraciones públicas del presidente de Irán, Mahmud Ahmadineyad:
1. "En Irán no hay homosexuales. No nos gustan y en nuestro país no existe ese fenómeno". 2. "Estamos enriqueciendo uranio solo con el fin de usarlo en nuestros hospitales para tratamientos médicos". 3. "El holocausto de los judíos en Europa es un mito". 4. "No estamos construyendo una planta de enriquecimiento de uranio en la ciudad sagrada de Qom". La pregunta: ¿Cuáles de estas afirmaciones son mentiras flagrantes? La respuesta correcta es... todas.
Las etapas son conocidas. Negación ("no está pasando nada"). Rabia ("¿por qué a mí?"). Negociación ("¿qué puedo hacer para posponer lo inevitable?"). Depresión ("no vale la pena hacer nada más; esto se acabó"). Aceptación ("todo saldrá bien; el mundo seguirá adelante"). Estas son las cinco etapas del duelo que, según Elisabeth Kübler-Ross, atraviesan todos los que enfrentan la muerte o una pérdida catastrófica. Sospecho que Kübler-Ross nunca imaginó cuán útil sería su esquema para entender la conducta de los Gobiernos confrontados con una grave crisis financiera. Por estas etapas pasaron los argentinos (varias veces), brasileños, mexicanos, rusos y asiáticos. Ahora le toca a Europa (y a Estados Unidos, pero esa es otra historia). Yo no sé -ni creo que nadie sepa- cómo van a evolucionar las convulsiones que están transfigurando las economías europeas o cómo reaccionarán los mercados financieros y los Gobiernos en su interminable ciclo de acciones y reacciones. Sabemos que los 150.000 millones de euros que Europa envió a Grecia no compraron mucho y que medidas de austeridad que hasta hace poco eran inimaginables ya han sido adoptadas en Italia, España y otros países amenazados. Pero nada parece funcionar.
¿Donde están los musulmanes moderados? ¿Donde están los líderes de esta gran religión que no comparten ni la corrupción teológica, ni los objetivos ni, mucho menos, la pasión homicida y suicida de Al Qaeda? Esta es la pregunta que comenzó a debatirse intensamente después de los ataques del 11-S. Hoy, diez años después, hay otra pregunta igualmente válida: ¿Dónde están los líderes moderados del Partido Republicano estadounidense? Este partido también ha sido capturado por una minoría extremista que, según las encuestas, no representa los ideales, objetivos y métodos que históricamente han definido la causa republicana. Es obvio que los extremistas del Tea Party no son asesinos y su influencia se debe a los apoyos que han logrado dentro del sistema democrático estadounidense. Pero la realidad es que este grupo de radicales con poder es -por razones y con métodos muy distintos a los de Al Qaeda- una fuente de inestabilidad internacional. Hace poco, los líderes del Tea Party estuvieron a punto de producir una catástrofe en la economía mundial y, de poder hacerlo, acabarían con cualquier iniciativa dirigida a atenuar el calentamiento global. Y estos son solo dos ejemplos, pero hay muchos más.
Hoy comenzamos con un test. Seleccione el país de donde proviene la siguiente noticia: "En las últimas semanas, calles y plazas han sido tomadas por miles de personas que protestan contra el Gobierno y por la situación del país. En algunos lugares, las manifestaciones se han tornado violentas". Las opciones son: Azerbaiyán, Chile, China, España, Filipinas, Grecia, Indonesia, Israel, Portugal, Reino Unido, Rusia, Tailandia. La respuesta es fácil: en todos. Y la lista podría, por supuesto, incluir Bahréin, Egipto, Jordania, Marruecos, Libia, Siria, Túnez o Yemen.
Según el comentarista Christopher Hitchens, "la crisis financiera de Estados Unidos es el más reciente ejemplo de la tendencia que amenaza con poner a ese país a la par de Zimbabue, Venezuela o Guinea Ecuatorial". ¡No!, contraataca Nicholas Kristof, influyente columnista del New York Times: "Es la mala distribución de los ingresos la que pone a EE UU al mismo nivel que repúblicas bananeras como Nicaragua, Venezuela o Guyana". Nada de eso, afirma Vladímir Putin, "lo que sucede es que EE UU es un parásito que vive a costa de la economía global". Para Mitt Romney, precandidato presidencial republicano, el problema es que "EE UU está a punto de dejar de ser una economía de mercado". Y Barack Obama lamenta que su país "no tenga un sistema político AAA, en consonancia con su crédito AAA".
Estúpida. Patética. Ridícula. Frustrante. Infantil. Vergonzosa. Estos son algunos de los términos más usados por los estadounidenses cuando el Pew Center les pidió sus impresiones respecto a la negociación sobre el techo de la deuda de EE UU. No importaba la clase social, el origen geográfico, la edad o la filiación política. Desde simpatizantes del Tea Party en Kansas hasta profesores izquierdistas de Berkeley y desde banqueros de Wall Street a desempleados en Detroit, todos coinciden: el espectáculo fue lamentable y todos los protagonistas han salido perdiendo. Algunos más que otros. Pero sobre esto regresaré más abajo.
La mitad de la población venezolana tiene menos de 25 años. Esto significa que la mitad del país no ha conocido un líder distinto de Hugo Chávez, el jefe de Estado del hemisferio occidental que más tiempo lleva en el poder -12 años-. Chávez ha dejado claro que será candidato en las elecciones presidenciales de 2012, que su victoria es inexorable y que aspira a seguir mandando hasta 2031. Ahora, repentinamente, el cáncer amenaza estos planes.
Antes de la tragedia de Noruega dos acontecimientos venían captando la atención del mundo. Uno muy importante, pero aburrido, y otro menos importante, pero fascinante. Aunque no lo parezca, ambos están relacionados. El primero, el fastidioso, fue la negociación para permitir que el Gobierno estadounidense pueda seguir pidiendo prestado. El segundo, menos importante pero más divertido, fue la comparecencia de Rupert Murdoch y su hijo James ante un comité del Parlamento británico. Como se sabe, los tabloides de Murdoch han sido acusados de haber escuchado ilegalmente conversaciones telefónicas de líderes políticos, príncipes, estrellas de cine y de una niña asesinada.También, de haber pagado a policías para obtener información escandalosa con la cual llenar sus primeras páginas.
La principal fuente de los conflictos venideros no van a ser los choques entre civilizaciones, sino las expectativas frustradas de las clases medias, que declinan en los países ricos y crecen en los países pobres.
¿Caerá Grecia? ¿Se llevará consigo al euro? ¿Qué sucede si Pakistán entra en un caos político, o si las revueltas árabes producen incontenibles oleadas de refugiados hacia Europa? ¿Qué es más amenazante para la estabilidad de la economía mundial: un eventual estancamiento de China o la explosión de la deuda pública en Estados Unidos? El mundo está lleno de fragilidades y las noticias nos lo recuerdan a diario. Pero también hay otro tipo de fragilidad que, aunque menos visible, puede ser igual de peligrosa: la fragilidad intelectual.