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Columnas

¿Está acabado Obama?

Andrea G

Moisés Naím / El País

Estúpida. Patética. Ridícula. Frustrante. Infantil. Vergonzosa. Estos son algunos de los términos más usados por los estadounidenses cuando el Pew Center les pidió sus impresiones respecto a la negociación sobre el techo de la deuda de EE UU. No importaba la clase social, el origen geográfico, la edad o la filiación política. Desde simpatizantes del Tea Party en Kansas hasta profesores izquierdistas de Berkeley y desde banqueros de Wall Street a desempleados en Detroit, todos coinciden: el espectáculo fue lamentable y todos los protagonistas han salido perdiendo. Algunos más que otros. Pero sobre esto regresaré más abajo.

Un 75% de quienes se identificaron como republicanos en la encuesta del Pew Center expresan una pésima opinión del proceso y de su resultado. Lo mismo piensan el 72% de los demócratas y el 72% de los independientes sondeados. Sorprendentemente, los más críticos (el 83%) son quienes se identifican como simpatizantes del Tea Party.

Eso es sorprendente porque es obvio que el acuerdo final refleja mucho más las posiciones iniciales del Tea Party que aquellas de los demócratas, la Casa Blanca o los republicanos moderados. El hecho de que no estén satisfechos confirma que los miembros del Tea Party no se habrían conformado con nada que no fuera una victoria absoluta. Michelle Bachmann, una de sus dirigentes más visibles, ha dicho claramente que el acuerdo alcanzado en el último minuto no es satisfactorio, y que la amenaza de la suspensión de pagos de la mayor economía del mundo no la llevaría a cambiar de opinión.

El Tea Party practica la extorsión política en su forma más consumada. Sus líderes y congresistas tienen una bomba -su veto- y están listos para hacerla estallar si sus exigencias no son aceptadas. No son muchos, pero su estridente radicalismo, su disciplina y su disposición a arrojarse a la hoguera para lograr sus propósitos les da un poder mayor que el que justifican sus números. El acuerdo alcanzado no estimulará el crecimiento, ni estabilizará la economía, ni corregirá la creciente disparidad en la distribución del ingreso que ha caracterizado la economía estadounidense en años recientes, ni creará las inversiones públicas que la superpotencia tanto necesita para modernizar y expandir sus infraestructuras.

Los recortes de gasto público acordados no han sido diseñados por neurocirujanos, sino por carniceros. Los recortes no son estratégicos, ni están enfocados de forma inteligente, ni son parte de una visión más amplia sobre el futuro del país. Son simplemente un burdo instrumento para reducir al Gobierno a su mínima expresión o incluso -para muchos, esto sería el nirvana- hacerlo desaparecer en algunas áreas.

Los analistas se han apresurado a culpar a Barack Obama de todo esto.

Indeciso. Débil. Lento de reacciones. Contemporizador. Temeroso del Tea Party. Naif. Perdedor. Estos son algunos de los adjetivos con los que se ha descrito al presidente por parte de sus rivales e incluso por demócratas y otros en la izquierda que se han sentido traicionados por un líder que hace unos pocos años les inspiró como ningún otro en décadas. Muchos ya dan por hecho que Obama no será reelegido. No estoy de acuerdo. En política, el periodo hasta el 6 de noviembre de 2012, día de las próximas elecciones presidenciales, es una eternidad. Puede pasar cualquier cosa. Por ello es imprudente anticipar ahora el resultado.

Pero algunas cosas están claras. Para entonces, los dolorosos efectos de los recortes que el Tea Party ha logrado arrancar al Congreso y la Casa Blanca se estarán sintiendo ampliamente, incluso entre la clase media que ahora simpatiza con los ultraconservadores. El extremismo y la irracionalidad de las ideas que alimentaron el movimiento serán patentes y más difíciles de defender. Esta tendencia, aunque incipiente, es ya visible: el 42% de los estadounidenses entrevistados por el Pew Center dicen tener una impresión menos favorable de los republicanos en el Congreso (un 30% dice lo mismo respecto a los demócratas). Y un 37% tiene una peor impresión del Tea Party.

Otro hecho claro es que el Tea Party usará de nuevo la política de la extorsión para influir en la elección del candidato republicano que competirá con Obama en 2012. Para que les resulte aceptable, un candidato tendrá que decir cosas como esta: "A Estados Unidos le falta muy poco para dejar de ser una economía de libre mercado". Esto afirmó Mitt Romney al anunciar sus aspiraciones presidenciales. Y el Tea Party pedirá pronunciamientos aún más extremos de su candidato, sin importar que sean tan falsos como la afirmación de Romney.

Salir reelegido no será fácil para Barack Obama. La gran paradoja, sin embargo, es que el Tea Party le ayudará mucho.