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Los más entusiastas seguidores de Mao Tse Tung, Juan Domingo Perón, Charles De Gaulle, Fidel Castro y Hugo Chávez dieron lugar a movimientos políticos más perdurables que los líderes que los inspiraron.
El Internet global, descentralizado, no gubernamental, abierto y gratuito que existió en sus inicios ha venido desapareciendo. No es ni global, ni abierto. Más del 40% de la población mundial vive en países donde el acceso a Internet es controlado por las autoridades. El Gobierno chino, por ejemplo impide que desde su territorio se pueda acceder a Google, YouTube, Facebook, Instagram, Twitter, WhatsApp, CNN, Wikipedia, TikTok, Netflix o a The New York Times, entre otros. Hay, por supuesto, versiones chinas de esos productos digitales. En la India, Irán, Rusia, Arabia Saudí y muchos otros países, el Gobierno bloquea sitios de la Red y censura sus contenidos.
En las recientes elecciones de Estados Unidos votó el mayor número de personas en 120 años. Casi 80 millones votaron por Joe Biden y más de 74 millones por Donald Trump. Son los dos políticos más votados en la historia del país. Se suponía que la pandemia y la campaña de Trump sobre el fraude electoral aumentarían la abstención. No fue así. 67% de los inscritos votaron en persona o por correo.
¿Usted sabía que hay una escasez mundial de bicicletas? Un súbito y masivo aumento de la demanda global de bicis tomó por sorpresa a los fabricantes, creando así un temporal desabastecimiento. Este inesperado interés en el ciclismo responde a varios impulsos. Muchos de los pasajeros usuales de buses, metro y taxis se convirtieron en ciclistas, buscando mitigar el riesgo de contagio del coronavirus que hay en espacios públicos y cerrados. Los paseos en bicicleta también se convirtieron en una atractiva opción para quienes se quedaron sin trabajo. La cesantía, la cuarentena y la distancia social hicieron de un paseo en bici una opción tentadora. Calles y avenidas, casi sin coches y humo, también invitan a circular en bici. Después de que amaine la emergencia sanitaria, el uso de las bicicletas también declinará. Pero, muy probablemente, el número de ciclistas habituales será mayor del que había antes del brote.
En 1986 se estrenó una comedia de Hollywood titulada The Three Amigos. Es la historia de tres actores cómicos (protagonizados por Steve Martin, Chevy Chase y Martin Short) que, disfrazados de charros mexicanos, llegan al pueblo de Santo Poco para presentar su espectáculo. Pero encuentran que el pueblito mexicano es acosado por una banda de barbudos a caballo comandada por El Guapo. Naturalmente, los tres amigos se las arreglan (con la ayuda de la bella y sufrida Carmen) para liberar a Santo Poco de El Guapo y sus secuaces. El guion de The Three Amigos no perdona ni uno solo de los clichés, prejuicios y estereotipos tan comunes en algunos círculos estadounidenses cuando de los mexicanos se trata. De hecho, El Guapo y los suyos calzan perfectamente bien con la descripción de los inmigrantes mexicanos que ha hecho Donald Trump: asesinos, violadores y “bad hombres”. También, “animales”.
La covid-19 no solo mata gente, también mata ideas. Y cuando no las mata, las desprestigia. Las ideas tradicionales sobre oficinas, hospitales y universidades, por ejemplo, no sobrevivirán incólumes a las secuelas económicas de la pandemia. Tampoco lo harán algunas de las ideas más globales sobre economía y política. Estas cuatro, por ejemplo.
Qué tienen que ver los coches estacionados en un parqueadero con las búsquedas en Internet de las palabras “diarrea” y “tos”? Y, a su vez, ¿qué tienen que ver estos datos con la pandemia que nos está azotando? Mucho.
"El mundo ha cambiado para siempre”, “De esta catástrofe saldrá un nuevo orden internacional”. Esto se dijo después de los ataques terroristas del 11 de septiembre de 2001 y se repitió después de la última gran recesión. También después de cada uno de los colapsos financieros que regularmente sacuden el mundo. El análisis de las crisis internacionales que hemos vivido desde la década de los ochenta revela varios factores recurrentes. Algunos, los vemos en esta pandemia. Otros no. Hay cinco que vale la pena destacar.
Es un gran honor, señor presidente, que usted solicite mis consejos acerca de cómo garantizar su merecida reelección. Comparto su desilusión con los asesores electorales que no han logrado convertir su exitosa gestión en una abrumadora ventaja electoral. El único que sirve de esos asesores es su brillante yerno, Jared Kushner.
Henry Kissinger piensa que el mundo no será igual después del coronavirus. “Estamos viviendo un cambio de épocas”, dice el famoso diplomático, para luego alertarnos de que “el reto histórico para los líderes de hoy es gestionar la crisis al mismo tiempo que construyen el futuro. Su fracaso en esta tarea puede incendiar el mundo”.
Llegamos a los primeros 100.000 casos de infección por coronavirus en 67 días. Once días después llegamos a otros 100.000, mientras que el tercer grupo de 100.000 infectados solo tardó cuatro días en producirse. Después, en dos días acumulamos otros 100.000 más”. Esto le dijo Tedros Adhanom Ghebreyesus, el director de la Organización Mundial de la Salud, a los líderes que participaron en una reunión cumbre sobre la Covid-19.
Los terremotos generan destrucción y también nueva información sobre las capas más profundas del planeta. Las pandemias también generan destrucción e información, y no solo biológica, epidemiológica o médica. También revelan quiénes somos como personas y como sociedad. ¿Hay entre nosotros más altruistas o más egoístas? ¿Nos conviene tener un país abierto al mundo o fronteras más cerradas? ¿Le creemos a los políticos o a los expertos? ¿Qué debe guiar más nuestra conducta, las emociones o los datos?
Hace poco, el televangelista estadounidense Jim Bakker entrevistó a Sherrill Sellman, una “doctora naturópata” que explicó las extraordinarias propiedades de Silver Solution, la Solución Plateada que el predicador ofrece a través de la página de Internet de Jim Bakker Show.
El populismo no tiene nada de nuevo. En teoría, es la defensa del pueblo noble (el populus) de los abusos de las élites. En la práctica, es usado para describir fenómenos políticos muy diferentes —Donald Trump y Hugo Chávez, por ejemplo—. Por sí solo, es problemático. Cuando se junta con polarización y posverdad, su capacidad destructiva se multiplica.
En los países donde abunda la nieve también abundan las palabras para referirse a ella. Y lo mismo pasa con la corrupción. Allí donde hay mucha corrupción también hay muchas maneras de llamarla.
Una superpotencia es capaz de proyectar su poderío militar a grandes distancias y, de ser necesario, hasta combatir en más de una guerra al mismo tiempo. Eso cuesta mucho dinero: hay que invertir en bases, buques, aviones, tanques, cañones, misiles, medios de transporte y comunicaciones. También requiere de una fuerza expedicionaria de miles de soldados preparados para ir a la guerra en cualquier parte del planeta. Y, por supuesto, debe tener armas nucleares.
Cada año, cerca de medio millón de personas en todo el mundo son asesinadas. Naturalmente, estas muertes tienen efectos devastadores para las familias y las personas cercanas a las víctimas. Pero también hay asesinatos que no solo afectan a familiares y amigos, sino que cambian el mundo. Son asesinatos que resultan muy caros. El ejemplo icónico de esto es el atentado que, en 1914, le costó la vida en Sarajevo al archiduque Francisco Fernando de Austria. Su muerte desencadenó un proceso que condujo al estallido de la Primera Guerra Mundial y a la muerte de 40 millones de personas.
El partido centrista dominante en Suecia, revierte su posición y anuncia que está dispuesto a aliarse con los nacionalistas de extrema derecha”. “Para mantenerse en el poder, [el primer ministro canadiense] Trudeau debe aprender a trabajar con sus rivales”. “Israel, en camino a su tercera elección en un año”. “Protestas callejeras llevan a la renuncia del primer ministro de Irak”. “El premier de Finlandia renuncia al colapsar su coalición”. “Pelosi anuncia que el Congreso procederá con la acusación formal contra Trump”. Estos fueron titulares de prensa de la semana pasada.
Hay televisión que enaltece y televisión que embrutece. Hay televisión que enseña, que nos hace pensar, que nos lleva a lugares que nunca visitaremos o que nos confronta con los grandes dilemas de la vida. También hay televisión que, deliberadamente, degrada, engaña y confunde. Y por supuesto, hay una televisión que nos distrae y entretiene. Con frecuencia, la televisión que busca educarnos es insoportablemente aburrida, mientras que la que nos intenta manipular, nos polariza y desinforma. En cambio, la que simplemente nos entretiene es políticamente irrelevante. O al menos eso creíamos.
En 2011, Libia se rompió en mil pedazos. Con la autorización de la ONU, una amplia coalición de países atacó el país, una turba asesinó a Muamar el Gadafi, su sanguinario régimen colapsó y el país se fragmentó. Eventualmente, se consolidaron dos Gobiernos, uno con sede en Trípoli y otro en Tobruk. Cada uno tiene un líder, fuerzas armadas, una burocracia e, incluso, su propio banco central y su papel moneda. Además, ambos Gobiernos cuentan con el apoyo de otros países. El de Trípoli tiene el reconocimiento de la ONU, mientras que al de Tobruk lo apoyan, entre otros, Egipto, Emiratos Árabes Unidos, Arabia Saudí y Rusia.