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Henry Kissinger piensa que el mundo no será igual después del coronavirus. “Estamos viviendo un cambio de épocas”, dice el famoso diplomático, para luego alertarnos de que “el reto histórico para los líderes de hoy es gestionar la crisis al mismo tiempo que construyen el futuro. Su fracaso en esta tarea puede incendiar el mundo”.
Llegamos a los primeros 100.000 casos de infección por coronavirus en 67 días. Once días después llegamos a otros 100.000, mientras que el tercer grupo de 100.000 infectados solo tardó cuatro días en producirse. Después, en dos días acumulamos otros 100.000 más”. Esto le dijo Tedros Adhanom Ghebreyesus, el director de la Organización Mundial de la Salud, a los líderes que participaron en una reunión cumbre sobre la Covid-19.
Los terremotos generan destrucción y también nueva información sobre las capas más profundas del planeta. Las pandemias también generan destrucción e información, y no solo biológica, epidemiológica o médica. También revelan quiénes somos como personas y como sociedad. ¿Hay entre nosotros más altruistas o más egoístas? ¿Nos conviene tener un país abierto al mundo o fronteras más cerradas? ¿Le creemos a los políticos o a los expertos? ¿Qué debe guiar más nuestra conducta, las emociones o los datos?
Hace poco, el televangelista estadounidense Jim Bakker entrevistó a Sherrill Sellman, una “doctora naturópata” que explicó las extraordinarias propiedades de Silver Solution, la Solución Plateada que el predicador ofrece a través de la página de Internet de Jim Bakker Show.
El populismo no tiene nada de nuevo. En teoría, es la defensa del pueblo noble (el populus) de los abusos de las élites. En la práctica, es usado para describir fenómenos políticos muy diferentes —Donald Trump y Hugo Chávez, por ejemplo—. Por sí solo, es problemático. Cuando se junta con polarización y posverdad, su capacidad destructiva se multiplica.
En los países donde abunda la nieve también abundan las palabras para referirse a ella. Y lo mismo pasa con la corrupción. Allí donde hay mucha corrupción también hay muchas maneras de llamarla.
Una superpotencia es capaz de proyectar su poderío militar a grandes distancias y, de ser necesario, hasta combatir en más de una guerra al mismo tiempo. Eso cuesta mucho dinero: hay que invertir en bases, buques, aviones, tanques, cañones, misiles, medios de transporte y comunicaciones. También requiere de una fuerza expedicionaria de miles de soldados preparados para ir a la guerra en cualquier parte del planeta. Y, por supuesto, debe tener armas nucleares.
Cada año, cerca de medio millón de personas en todo el mundo son asesinadas. Naturalmente, estas muertes tienen efectos devastadores para las familias y las personas cercanas a las víctimas. Pero también hay asesinatos que no solo afectan a familiares y amigos, sino que cambian el mundo. Son asesinatos que resultan muy caros. El ejemplo icónico de esto es el atentado que, en 1914, le costó la vida en Sarajevo al archiduque Francisco Fernando de Austria. Su muerte desencadenó un proceso que condujo al estallido de la Primera Guerra Mundial y a la muerte de 40 millones de personas.
El partido centrista dominante en Suecia, revierte su posición y anuncia que está dispuesto a aliarse con los nacionalistas de extrema derecha”. “Para mantenerse en el poder, [el primer ministro canadiense] Trudeau debe aprender a trabajar con sus rivales”. “Israel, en camino a su tercera elección en un año”. “Protestas callejeras llevan a la renuncia del primer ministro de Irak”. “El premier de Finlandia renuncia al colapsar su coalición”. “Pelosi anuncia que el Congreso procederá con la acusación formal contra Trump”. Estos fueron titulares de prensa de la semana pasada.
Hay televisión que enaltece y televisión que embrutece. Hay televisión que enseña, que nos hace pensar, que nos lleva a lugares que nunca visitaremos o que nos confronta con los grandes dilemas de la vida. También hay televisión que, deliberadamente, degrada, engaña y confunde. Y por supuesto, hay una televisión que nos distrae y entretiene. Con frecuencia, la televisión que busca educarnos es insoportablemente aburrida, mientras que la que nos intenta manipular, nos polariza y desinforma. En cambio, la que simplemente nos entretiene es políticamente irrelevante. O al menos eso creíamos.
En 2011, Libia se rompió en mil pedazos. Con la autorización de la ONU, una amplia coalición de países atacó el país, una turba asesinó a Muamar el Gadafi, su sanguinario régimen colapsó y el país se fragmentó. Eventualmente, se consolidaron dos Gobiernos, uno con sede en Trípoli y otro en Tobruk. Cada uno tiene un líder, fuerzas armadas, una burocracia e, incluso, su propio banco central y su papel moneda. Además, ambos Gobiernos cuentan con el apoyo de otros países. El de Trípoli tiene el reconocimiento de la ONU, mientras que al de Tobruk lo apoyan, entre otros, Egipto, Emiratos Árabes Unidos, Arabia Saudí y Rusia.
Es por la desigualdad económica. Y los bajos salarios. También por la baja o nula movilidad social y la falta de un futuro mejor para los jóvenes. Es por los servicios públicos infames. Y por la globalización y la pérdida de puestos de trabajo causada por las oleadas de inmigrantes, de productos chinos o de robots.
Los expertos en seguridad internacional suelen preparar listas de los lugares más peligrosos del mundo. Cachemira, por ejemplo, siempre aparece en esas clasificaciones. Es un territorio fronterizo que se disputan la India, Pakistán y China y que ha sido motivo de conflictos armados. La India y Pakistán cuentan con armas nucleares, lo que aumenta el peligro de un enfrentamiento armado de menor cuantía que va creciendo hasta convertirse en una grave amenaza a la paz mundial.
De Hong Kong a Sudán, de Rusia a Venezuela, el mundo asiste a una ola de movilizaciones. La mayoría logra concesiones menores o fracasa. Pero algunas provocan cambios importantes
“Soy capitalista y hasta yo pienso que el capitalismo está roto”, afirmó hace poco Ray Dalio, el fundador de Bridgewater, uno de los fondos privados de inversión más grandes del mundo. Según la revista Forbes, Dalio ocupa el puesto número 60 en la lista de las personas más ricas del planeta. “Si el capitalismo no evoluciona, va a desaparecer”, dijo.