La desigualdad económica: ¿Qué hay de nuevo?
Andrea G
Moisés Naím / El País
“Soy capitalista y hasta yo pienso que el capitalismo está roto”, afirmó hace poco Ray Dalio, el fundador de Bridgewater, uno de los fondos privados de inversión más grandes del mundo. Según la revista Forbes, Dalio ocupa el puesto número 60 en la lista de las personas más ricas del planeta. “Si el capitalismo no evoluciona, va a desaparecer”, dijo.
Jamie Dimon es el jefe del gigantesco banco JPMorganChase y también anda preocupado por la salud del capitalismo. Dimon, cuyo sueldo el año pasado fue de 30 millones de dólares, afirma: “Gracias al capitalismo, millones de personas han salido de la pobreza, pero esto no quiere decir que el capitalismo no tiene defectos, que no está dejando mucha gente atrás o que no debe ser mejorado”.
Esto es nuevo. Las denuncias contra el capitalismo y la desigualdad que este genera y perpetúa son tan viejas como Karl Marx. Lo nuevo es que los titanes de la industria, cuyos intereses están muy atados al capitalismo, lo están criticando tan ferozmente como los más agresivos militantes de la izquierda. Los empresarios lo quieren reparar, mientras que los críticos más radicales lo quieren reemplazar.
Los grandes empresarios no son los únicos que tienen críticas al capitalismo. Según la encuestadora Gallup, el porcentaje de los estadounidenses entre los 18 y los 29 años de edad que tienen una opinión favorable del capitalismo ha caído del 68% en 2010 al 45%. Hoy, el 51% de ellos tiene una opinión positiva del socialismo. Esto también es nuevo.
En el mundo académico hay las mismas preocupaciones. Paul Collier, por ejemplo, es un renombrado economista y profesor de la Universidad de Oxford quien el año pasado publicó El Futuro del Capitalismo. En este libro advierte que “el capitalismo moderno tiene el potencial de elevarnos a todos a un nivel de prosperidad sin precedentes, pero actualmente está en bancarrota moral y va encaminado hacia una tragedia”.
Las críticas al capitalismo son muchas y variadas y, la mayoría, muy antiguas. La más común es que el capitalismo condena a las grandes masas a la pobreza y concentra ingresos y riquezas en una pequeña élite. Esta crítica se había atenuado gracias al éxito que tuvieron países como China, India y otros en reducir la pobreza. Esto se debió, en gran medida, a la adopción de políticas de liberalización económica que estimularon el crecimiento, el empleo y aumentaron los ingresos. Así apareció la clase media más numerosa de la historia de la humanidad, otra novedad.
Pero el crash financiero de 2008 trajo de regreso la preocupación por la desigualdad y reanimó las denuncias contra el capitalismo. Mientras que para países como Brasil o Sudáfrica, la desigualdad económica había sido la norma, para otros significaba el regreso de una dolorosa realidad que se creía superada. Varios países europeos y Estados Unidos se unieron al grupo de naciones que vieron aumentar la desigualdad entre sus habitantes.
Con las recientes erupciones de populismo e inestabilidad política se ha generalizado la idea de que es urgente reducir la desigualdad económica. Pero el acuerdo sobre la necesidad de intervenir no ha venido acompañado de un acuerdo sobre cómo hacerlo. La falta de consenso acerca de qué hacer tiene mucho que ver con diferencias de opinión sobre las causas de la desigualdad. Para Donald Trump no hay dudas: las importaciones de China y los inmigrantes ilegales son la explicación del sufrimiento económico de los estadounidenses que han dejado de beneficiarse del sueño americano. Esto no es cierto. Todos los estudios demuestran que las nuevas tecnologías que destruyen puestos de trabajo y mantienen bajos los salarios de las ocupaciones que menos formación requieren, son la más importante fuente de desigualdad. Una variante de esta teoría es que un creciente número de sectores están dominados por un pequeño número de empresas muy exitosas, y de gran tamaño, cuyas estrategias de negocios inhiben el aumento de los salarios, la inflación y el crecimiento económico. En Estados Unidos, con frecuencia se señala el desproporcionado peso económico, y la consecuente influencia política, que han adquirido el sector financiero y el de la salud. Para economistas como Thomas Piketty, Emmanuel Sáenz y otros, “la desigualdad económica es principalmente causada por la desigual propiedad del capital, tanto el privado como el público”.
Estas generalizaciones son engañosas. Las causas del aumento de la desigualdad en la India son diferentes a las de Estados Unidos y las de Rusia distintas a las de Chile o China. En algunos países, la causa más importante de la desigualdad es la corrupción, en otros no.
Es muy probable, además, que estemos pensando en batallas del siglo pasado y que los nuevos retos requerirán nuevas ideas. El impacto de la Inteligencia Artificial en la desigualdad es aún incierto, pero todo indica que será enorme. Y esta novedad puede hacer obsoletas todas nuestras ideas acerca de las causas de la desigualdad y sus consecuencias.
Será todo nuevo.