You can edit the text in this area, and change where the contact form on the right submits to, by entering edit mode using the modes on the bottom right.
123 Street Avenue, City Town, 99999
(123) 555-6789
email@address.com
You can set your address, phone number, email and site description in the settings tab. Link to read me page with more information.
Dos cumbres: Yalta, 1945 y Cartagena de Indias, 2012. En la primera participan tres jefes de Estado; en la segunda, 30. En la primera, Stalin, Churchill y Roosevelt decidieron cómo iban a dividirse el mundo. En la segunda, los líderes hablaron. Y no tomaron decisión alguna con consecuencias para la gente de las Américas. En cierto modo, esto es bueno. Ninguno de los presidentes en esta Cumbre, ni siquiera Barack Obama, concentra tanto poder como los tres líderes reunidos en Yalta. Para darse cuenta de cuánto ha cambiado el mundo, basta leer esta poética nota oficial de los organizadores del encuentro de Cartagena: "El colibrí vuela rápido y llega muy lejos. Es, quizás, la única especie del reino animal que atraviesa el continente con una técnica impecable de vuelo... denominador común de los países del Hemisferio, desde Alaska hasta la Patagonia. Por todo ello, la figura de un colibrí de alas multicolores fue elegida como el logosímbolo [sic] de la Cumbre". ¿Cuál habrá sido el logosímbolo de la Cumbre de Yalta?, me pregunté. Y sonreí al imaginarme la reacción de Stalin o Churchill al leer algo como esto. Sí; es un mundo distinto.
Se acabaron las superpotencias. Se acabó la época en la que un imperio, o un país con gran poder, imponían a otros sus deseos. Por supuesto que aún existen naciones con la fuerza y los recursos para obligar, o inducir, a otras naciones a comportarse de una manera y no de otra. Pero esto es cada vez menos frecuente o sostenible. Hoy ni siquiera Estados Unidos, con toda su pujanza militar y económica, logra evitar que otros países actúen de manera autónoma. Hemos pasado de la era de las potencias hegemónicas a una era en la cual construir alianzas internacionales es indispensable. Ningún Estado se puede dar el lujo de vivir sin aliados o sin formar parte de coaliciones de países que se apoyan mutuamente, aunque en ciertas áreas rivalicen o en otras sus intereses estén en conflicto. Así es, por ejemplo, la relación entre Estados Unidos y China. Y Estados Unidos tiene otras relaciones bilaterales muy importantes, como Rusia, Reino Unido o India.
Acabo de entrevistar a Álvaro Uribe, el controvertido expresidente de Colombia. Mi primera pregunta fue esta: “Presidente, las autoridades han detenido a su ministro de Agricultura, a su secretario general de la Presidencia y a su director de los servicios de inteligencia. También están enjuiciados su ministro del Interior y su secretario de prensa. Esto solo puede significar dos cosas: o que usted tiene muy mal criterio para seleccionar a sus colaboradores o que hay un hostigamiento judicial contra usted y su equipo”. Uribe me respondió que no se podía generalizar y que cada uno de estos casos había que discutirlo por separado, cosa que pasó a hacer. Uribe está convencido de que sus colaboradores son valiosos servidores públicos, inocentes de los cargos de los que se les acusa (corrupción, intervención ilegal de teléfonos, etc). La implicación es obvia: si tantos de sus más cercanos colaboradores están siendo perseguidos por la justicia y el expresidente cree que son inocentes, entonces él seguramente piensa que algo raro está pasando.
¿Qué es lo que nunca falta? ¿Qué es lo que siempre parece haber en abundancia aun en los lugares más pobres o más remotos del mundo?
¿Cuándo fue la última vez que supimos que una guerra, una insurgencia o un movimiento guerrillero cesó o amainó porque a una de las partes en el conflicto se le acabaron las balas?
En estos días Forbes publicó, como todos los años, su lista de las personas más ricas del mundo. Por casualidad, esto coincidió con otro evento anual que tenía lugar en las antípodas de la sede de Forbes en Nueva York. Se trata de la reunión de la Asamblea Popular Nacional de China, que es formalmente el órgano supremo del Estado chino y representa el poder legislativo. Sorprendentemente, estos dos hechos están conectados. La lista de los delegados a la Asamblea china incluye a casi todas las personas más ricas de ese país. Y algunas de ellas figuran también en la lista de Forbes.
¿Bombardeará Israel las instalaciones nucleares de Irán? ¿Si Grecia se hunde, caerá Europa en un caos económico que desestabilizará a todo el planeta? ¿Se descarrilará China? La lista de pronósticos lúgubres es larga y fácil de hacer. Las malas noticias sobran. Sorprende, por tanto, que las buenas noticias no sean más comentadas. Y en estos días el mundo ha recibido una muy buena noticia. La pobreza mundial en 2010 es la mitad de lo que era en 1990, y en todas partes del globo disminuyó el número de pobres.
La guerra ha acompañado al hombre desde el comienzo de la historia. También las nuevas tecnologías que cambian la naturaleza de la guerra. La pólvora y las armas de fuego convirtieron a las espadas en piezas de museo. En la Primera Guerra Mundial, los tanques remplazaron a la caballería. Y en 1945, la bomba atómica inauguró en Hiroshima la era de la destrucción masiva. Con la llegada de este nuevo siglo apareció otro artefacto que ha obligado a los militares a repensar sus tácticas. No se trata de nada muy sofisticado: una vieja bomba enterrada en una polvorienta carretera (o colocada en una bolsa de basura al lado del camino) que es detonada a distancia desde un teléfono móvil o con un mando para abrir puertas de garaje en el momento en que pasan cerca (o encima) de ella las tropas enemigas. Son los IED —improvised explosive devices, o dispositivos explosivos improvisados—, popularizados por los insurgentes en Irak, Afganistán y Pakistán.
¿Qué tienen en común Nicolás Sarkozy, Mahmud Ahmadineyad y Vladímir Putin? Que próximamente afrontarán difíciles contiendas electorales. Lo mismo vale para Barack Obama y Hugo Chávez. Y muchos otros presidentes. Este año habrá elecciones presidenciales o cambios de jefe de Gobierno en países que, en su conjunto, representan más de la mitad de la economía mundial. Pero no es solo eso. Más relevante aún es que los muchos líderes que en los próximos meses deben buscar el voto popular tienen la responsabilidad de tomar decisiones que, para bien o para mal, influyen directamente sobre las múltiples, graves y simultaneas crisis que sacuden el planeta. Y con frecuencia, la política local está en tensión con las realidades globales.
Esto se debe preguntar a diario el tirano sirio. Si bien se discute mucho sobre las opciones que tienen las democracias del mundo para detener la matanza, menos se ha discutido sobre las opciones que le quedan a El Asad. Me lo imagino reflexionando sobre sus posibilidades mientras contempla dos fotografías del año pasado. La de su bella esposa Asma, en un elogioso reportaje que le hiciera la revista Vogue, y la del cadáver de Muamar el Gadafi. La primera le recuerda una vida y alternativas que ya no tiene y la segunda le ilustra sobre cuál podría ser su destino. La esperanza, simbolizada por el artículo de Vogue, de que El Asad pudiese reformar la brutal dictadura que heredó de su padre, ya no la tiene nadie. Los miles de inocentes que ha asesinado le cierran esa puerta. Pero si esta y otras se le han cerrado, ¿cuáles siguen abiertas?
Probablemente usted nunca haya oído hablar de Daniel Davis. Es teniente coronel del Ejército de Estados Unidos, actualmente trabaja en el Pentágono y ha participado en las dos guerras contra Irak y en Afganistán, donde también sirvió en dos oportunidades. Después de regresar de su última misión en ese país, escribió un informe que comienza así: "En sus comunicaciones al Congreso y al pueblo americano los militares de más alto rango han distorsionado tanto los hechos sobre la situación real en Afganistán que la verdad se ha hecho irreconocible. Este engaño ha dañado la credibilidad del país frente a aliados y enemigos, limitando así severamente nuestra capacidad para lograr una solución política en Afganistán. Ha costado miles de millones de dólares que, de haberse sabido la verdad, el Congreso nunca hubiese aprobado; esta conducta de nuestros principales líderes militares seguramente ha alargado la duración de la guerra. Pero el mayor castigo que ha sufrido nuestra nación a raíz del engaño son las decenas de miles de militares heridos, mutilados o muertos cuyo sacrificio ha rendido poco o ningún beneficio al país".
Papá es Hipólito Mejía y quiere ser presidente de la República Dominicana. Llegó Papá es su eslogan de campaña. Y su promesa a los votantes es que Papá les dará lo que no tienen y nunca han tenido. Las elecciones son el próximo mes de mayo y Mejía, quien ya fuera presidente entre 2000 y 2004, podría ser reelegido a pesar de que, durante su mandato, el país sufrió una de las peores crisis económicas de su historia.
"Cuando los dioses quieren destruir a alguien, primero lo vuelven loco". Esto creían los antiguos griegos. Según ellos, una de las maneras en que los dioses aniquilan a una persona es llenándola de éxitos, poder, prosperidad y fama. El éxito les infunde una confianza en sí mismos tan desmesurada que, inevitablemente, les lleva a cometer errores y, eventualmente, al fracaso. A esta falta de autocontrol los griegos la llamaban hybris.
El principal tema político del 2012 será la desigualdad económica. Este pronóstico es aún más relevante cuando se toma en cuenta que este año habrá elecciones y cambios de liderazgo en países que concentran el 50% de la economía mundial. En todos ellos, las protestas contra la desigualdad y las promesas de reducirla agudizarán un ya muy encendido debate global.