Hablando con Álvaro Uribe
Andrea G
Moisés Naím / El País
Acabo de entrevistar a Álvaro Uribe, el controvertido expresidente de Colombia. Mi primera pregunta fue esta: “Presidente, las autoridades han detenido a su ministro de Agricultura, a su secretario general de la Presidencia y a su director de los servicios de inteligencia. También están enjuiciados su ministro del Interior y su secretario de prensa. Esto solo puede significar dos cosas: o que usted tiene muy mal criterio para seleccionar a sus colaboradores o que hay un hostigamiento judicial contra usted y su equipo”. Uribe me respondió que no se podía generalizar y que cada uno de estos casos había que discutirlo por separado, cosa que pasó a hacer. Uribe está convencido de que sus colaboradores son valiosos servidores públicos, inocentes de los cargos de los que se les acusa (corrupción, intervención ilegal de teléfonos, etc). La implicación es obvia: si tantos de sus más cercanos colaboradores están siendo perseguidos por la justicia y el expresidente cree que son inocentes, entonces él seguramente piensa que algo raro está pasando.
Los ataques contra Uribe son también comunes en los medios de comunicación, donde columnistas y comentaristas lo denuncian feroz y constantemente. Esto es sorprendente, ya que Uribe culminó su presidencia con un respaldo del 75%. Y, a pesar de que las denuncias han disminuido los apoyos, el expresidente sigue siendo inmensamente popular en su país y muy respetado internacionalmente.
Hay buenas razones para ello. Durante su presidencia, el país experimentó una transformación casi milagrosa. A finales de los años noventa, Colombia rivalizaba con Afganistán en la lista negra de los Estados dominados por el narcotráfico. Hoy se codea con Chile o Brasil en la lista de países de mayor éxito en América Latina.
Cuando Uribe llegó a la presidencia, en 2002, las guerrillas y las organizaciones paramilitares tenían un inmenso poder. Más de 300 alcaldías estaban cerradas, casi 3.000 colombianos permanecían secuestrados y transitar por las principales carreteras del país era un peligro. Uribe inició una lucha sin tregua contra los grupos armados que tuvo gran éxito. Para el final de su mandato, en 2010, el Estado colombiano había recuperado el control y las FARC están hoy arrinconadas.
La mejoría en la seguridad impulsó la mejoría económica. Colombia crece al 5% anual, tres puntos más que el promedio mundial. En 2011 llegó al 6%. Se crearon casi tres millones de puestos de trabajo y el desempleo pasó del 22% al 12%. Las exportaciones se triplicaron, al igual que las inversiones extranjeras; la inflación cayó al 3,7% y la pobreza disminuyó del 56% al 45%. Aumentó el gasto en salud y educación, a pesar de que la guerra consume mucho dinero público.
Esto no quiere decir que Colombia esté bien. La pobreza es enorme y la desigualdad, intolerable. Las FARC aún cuentan con 8.000 hombres y han proliferado nuevas bandas criminales. Solo el 15% de las carreteras están pavimentadas.
Cuando le pregunté a Uribe sobre sus tensas relaciones con su exministro de Defensa y ahora presidente, Juan Manuel Santos, me contestó que no quiere hablar de sus “tristezas personales”. Pero no titubeó al referirse a los retrocesos que, según él, vive Colombia: “Yo no dejé un paraíso, pero sí un país en buen camino, y ahora tengo preocupaciones por cómo van las cosas”, dijo. Concretamente, se quejó del deterioro de la seguridad y de “señales equívocas en las relaciones internacionales y la defensa de la democracia”. Sobre esto último, y refiriéndose a la más armoniosa relación de su sucesor con Hugo Chávez, enfatizó: “Uno de los problemas es la obsecuencia de ciertos gobernantes con los dictadores. Yo no fui obsecuente con estas nuevas dictaduras… [A cambio de la mejor relación] el Gobierno de Venezuela le ha entregado al presidente Santos premios de consolación, personas de bajo nivel en las FARC. Los verdaderos cabecillas siguen cobijados en Venezuela”.
También le pregunté a Uribe por el incondicional apoyo que el expresidente de Brasil Lula da Silva le dio a Chávez y le pedí que ampliara lo que escribió en Twitter: “Lula combatía a Chávez ausente y temblaba frente a Chávez presente”. Uribe sonrió con picardía y dijo: “Dejemos eso así…”.
Finalmente le pregunté: ¿Por qué en Colombia lo atacan tanto? “Cuando tomé las duras decisiones que había que tomar sabía que estaba tocando intereses muy poderosos —de criminales y de sus aliados instalados en la sociedad y la política— y sabía que nunca me lo perdonarían. Y ahora estoy pagando las consecuencias”, respondió.
Para sus millones de simpatizantes esto es obvio. Para sus feroces críticos, esto no es más que otro truco de Uribe para acallarlos. De lo que no hay duda es que Uribe dejó su país en mejores condiciones de como lo encontró.