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Columnas

¿Escasez? ¿Qué escasez?

Andrea G

Moisés Naím / El País

¿Qué es lo que nunca falta? ¿Qué es lo que siempre parece haber en abundancia aun en los lugares más pobres o más remotos del mundo?

¿Cuándo fue la última vez que supimos que una guerra, una insurgencia o un movimiento guerrillero cesó o amainó porque a una de las partes en el conflicto se le acabaron las balas?

Nunca.

Donde hay guerra siempre aparece el dinero, y donde hay dinero siempre aparecen las armas. Y no aparecen son solo en las guerras y donde hay dinero. Las armas también abundan en los lugares más miserables del planeta. En los centros urbanos donde reinan la escasez y la carestía, donde los bebes no tienen leche, los jóvenes no tienen libros y donde el hambre es una experiencia cotidiana, lo que nunca falta son las armas. Pistolas y revólveres, fusiles y metralletas, lanzagranadas y demás armas portátiles son trágicamente comunes en los barrios pobres del mundo.

También abundan en rincones donde no hay sino hambre, sed y muerte. En los pueblos y ciudades de Sudán o Yemen, en la selva de Colombia o en Sri Lanka, en las montañas del Congo, Afganistán o Chechenia falta de todo. Pero no armas. Armas que, cada año, causan 500.000 muertes.

El Small Arms Survey es una iniciativa del Centro de Estudios Internacionales de Ginebra que se especializa en el análisis de los mercados y las consecuencias del comercio internacional de las armas portátiles. Los investigadores del Survey estiman que hay 875 millones de esta clase de armas en circulación en todo el mundo, producidos por más de 1.000 empresas en más de 100 países, que participan en un mercado que mueve 7.000 millones de dólares al año. Los expertos están de acuerdo en que el principal obstáculo para reducir los estragos producidos por la proliferación de armas portátiles es la falta de información. El anonimato en la fabricación, compra y venta de las armas y el secreto en el destino, las cantidades y el tipo de armas que se comercializan hace más difícil la puesta en marcha de políticas públicas que puedan mitigar el problema, y lastran los esfuerzos internacionales necesarios para enfrentar una amenaza que no respeta las fronteras nacionales. Con el fin de la guerra fría y la aceleración de la globalización se intensificaron dos tendencias que complican aun más el trasiego de armas portátiles y el acceso a la información: la proliferación y la privatización.

Hoy hay más proveedores y compradores que antes y, crecientemente, ni vendedores ni compradores son los gobiernos o sus fuerzas armadas, sino clientes “privados” como insurgentes, guerrilleros, terroristas y bandas criminales.

El incremento de la oferta de armas es notable: antes, las empresas que fabricaban armas portátiles apenas alcanzaban varios centenares. Hoy son más de mil, y la cifra va en aumento. Antes, estaban radicadas en un número relativamente pequeño de países. Hoy están por todas partes. Antes eran apéndices de los gobiernos, aunque formalmente fuesen empresas privadas. Ahora, el control gubernamental o militar de la producción de armas se ha debilitado y hay empresas transnacionales que en la práctica operan de manera muy independiente de los gobiernos. Debido a ello, los compradores de armas portátiles actualmente cuentan con más proveedores que nunca para abastecerse.

Y del lado de la demanda también pasa lo mismo: el número de clientes y su apetito por las armas portátiles va en aumento. Paradójicamente, esto ocurre al mismo tiempo que las guerras entre países han disminuido (desde los años noventa, los conflictos armados entre naciones han declinado aceleradamente). Pero lo contrario ocurre con los conflictos dentro de los países, y hemos visto cómo han aumentado las guerras civiles, las insurgencias los enfrentamientos armados entre facciones políticas. La primavera árabe, por ejemplo, ha producido un shock de demanda en el mercado de armas portátiles. En Siria, antes de la crisis, un fusil Kaláshnikov (el AK-47) se podía conseguir por 1.200 dólares en el mercado negro; ahora cuestan más de 2.100 dólares.

Todo esto no quiere decir que los gobiernos y sus militares no sigan siendo los protagonistas fundamentales en el mercado internacional de armas portátiles. Estados Unidos y Europa son los principales productores y exportadores. Pero paradójicamente, también, son los gobiernos de estos países quienes más esfuerzos están haciendo por contener el boom mundial de este tipo de armamento. Estamos acostumbrados a la hipocresía en las relaciones internacionales. A veces su única consecuencia son aburridos discursos que no tienen mayores efectos. Pero en el caso de la indolencia de la comunidad internacional con respecto a la proliferación de armas portátiles, y de los países y empresas que se lucran con ellas, la indiferencia y la hipocresía tienen consecuencias letales.