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La crisis de la Eurozona es la más reciente y furiosa manifestación del choque entre dos de las tendencias más importantes de nuestro tiempo; una muy antigua y otra muy nueva. La tendencia más antigua es que la política está definida por los intereses y pasiones locales. La nueva es que el dinero se ha hecho global. Este choque sacude a la economía y la política de Europa y sus efectos también son evidentes en otras regiones y países.
Hace unas semanas asistí a una reunión en Bruselas que, casualmente, coincidió con la cumbre en la cual los líderes europeos acordaron un plan para estabilizar sus economías. También por casualidad, mi reunión tuvo lugar en el mismo hotel donde se alojaban varias de las delegaciones a la cumbre. Así, al final del día, o durante el desayuno, resultaba natural conversar con amigos economistas de distintos Gobiernos que apoyaban con sus propuestas la negociación entre sus líderes. Sus historias, angustias y agotamiento (vienen trabajando sin parar durante meses dominados por emergencias, malas noticias y frustraciones) me trajeron muchos recuerdos.
En estos días, las emergencias tienen al futuro asfixiado. La ansiedad creada por la crisis económica europea, las batallas políticas en Estados Unidos, las convulsiones sociales en muchos países a la vez y la posible desaceleración del crecimiento de China son solo algunas de las preocupaciones sobre el futuro inmediato que no dejan pensar más allá de las próximas semanas o meses. Esto es natural, inevitable y muy humano. El think tank donde trabajo, el Carnegie Endowment for International Peace, acaba de cumplir un siglo. Animados por el centenario, nos preguntamos cuáles serían algunas de las disyuntivas que moldearían el mundo en los próximos 100 años. Es el tipo de ejercicio que muchos consideran banal. Y algo de razón tienen: es poco probable que las respuestas resulten acertadas. Además, tampoco estaremos aquí para comprobar si nos equivocamos y cargar con las consecuencias.
Estar atrapado en el tráfico es más tolerable si los coches en los otros carriles avanzan. Ver a los demás moverse abre la esperanza de que, tarde o temprano, a nosotros también nos llegará el turno de avanzar. Y al revés, si todos los carriles permanecen atascados durante mucho tiempo, la paciencia se agota y los ánimos se caldean. Y si, además, la policía llega y permite a unos cuantos coches muy seleccionados salir de su carril y avanzar por un camino especial abierto sólo para ellos, la furia de los demás será inevitable.
Se llama Mansur Arbabsiar, su apodo es Caracortada, y algunos de sus amigos en Tejas, donde ha vivido 30 años, lo llaman Jack. Es uno de los James Bond de Irán. Si Jack es el agente 007 de Teherán, entonces Gholam Shakuri podría ser el agente 006. Shakuri pertenece a las Fuerzas de Al Quds, un grupo especial de la Guardia Revolucionaria iraní. Y Abdul Reza Shahlai quizás sea el equivalente a Miss Moneypenny, que en las películas de Bond era la secretaria de M., el jefe de todos los espías.
Mientras el mundo sigue con gran ansiedad la crisis de Grecia (población: 11 millones), en China (población: 1.340 millones) están pasando cosas que no atraen tanta atención como lo que pasa en Grecia. Pero deberían. Si la locomotora de la economía mundial se desacelera, o se llegase a detener, las consecuencias serán mucho más graves de las que ha tenido la crisis griega, aun considerando el daño que esta le ha hecho al resto de Europa.
Comencemos con un test. Esta es una lista de declaraciones públicas del presidente de Irán, Mahmud Ahmadineyad:
1. "En Irán no hay homosexuales. No nos gustan y en nuestro país no existe ese fenómeno". 2. "Estamos enriqueciendo uranio solo con el fin de usarlo en nuestros hospitales para tratamientos médicos". 3. "El holocausto de los judíos en Europa es un mito". 4. "No estamos construyendo una planta de enriquecimiento de uranio en la ciudad sagrada de Qom". La pregunta: ¿Cuáles de estas afirmaciones son mentiras flagrantes? La respuesta correcta es... todas.
Las etapas son conocidas. Negación ("no está pasando nada"). Rabia ("¿por qué a mí?"). Negociación ("¿qué puedo hacer para posponer lo inevitable?"). Depresión ("no vale la pena hacer nada más; esto se acabó"). Aceptación ("todo saldrá bien; el mundo seguirá adelante"). Estas son las cinco etapas del duelo que, según Elisabeth Kübler-Ross, atraviesan todos los que enfrentan la muerte o una pérdida catastrófica. Sospecho que Kübler-Ross nunca imaginó cuán útil sería su esquema para entender la conducta de los Gobiernos confrontados con una grave crisis financiera. Por estas etapas pasaron los argentinos (varias veces), brasileños, mexicanos, rusos y asiáticos. Ahora le toca a Europa (y a Estados Unidos, pero esa es otra historia). Yo no sé -ni creo que nadie sepa- cómo van a evolucionar las convulsiones que están transfigurando las economías europeas o cómo reaccionarán los mercados financieros y los Gobiernos en su interminable ciclo de acciones y reacciones. Sabemos que los 150.000 millones de euros que Europa envió a Grecia no compraron mucho y que medidas de austeridad que hasta hace poco eran inimaginables ya han sido adoptadas en Italia, España y otros países amenazados. Pero nada parece funcionar.
¿Donde están los musulmanes moderados? ¿Donde están los líderes de esta gran religión que no comparten ni la corrupción teológica, ni los objetivos ni, mucho menos, la pasión homicida y suicida de Al Qaeda? Esta es la pregunta que comenzó a debatirse intensamente después de los ataques del 11-S. Hoy, diez años después, hay otra pregunta igualmente válida: ¿Dónde están los líderes moderados del Partido Republicano estadounidense? Este partido también ha sido capturado por una minoría extremista que, según las encuestas, no representa los ideales, objetivos y métodos que históricamente han definido la causa republicana. Es obvio que los extremistas del Tea Party no son asesinos y su influencia se debe a los apoyos que han logrado dentro del sistema democrático estadounidense. Pero la realidad es que este grupo de radicales con poder es -por razones y con métodos muy distintos a los de Al Qaeda- una fuente de inestabilidad internacional. Hace poco, los líderes del Tea Party estuvieron a punto de producir una catástrofe en la economía mundial y, de poder hacerlo, acabarían con cualquier iniciativa dirigida a atenuar el calentamiento global. Y estos son solo dos ejemplos, pero hay muchos más.
Hoy comenzamos con un test. Seleccione el país de donde proviene la siguiente noticia: "En las últimas semanas, calles y plazas han sido tomadas por miles de personas que protestan contra el Gobierno y por la situación del país. En algunos lugares, las manifestaciones se han tornado violentas". Las opciones son: Azerbaiyán, Chile, China, España, Filipinas, Grecia, Indonesia, Israel, Portugal, Reino Unido, Rusia, Tailandia. La respuesta es fácil: en todos. Y la lista podría, por supuesto, incluir Bahréin, Egipto, Jordania, Marruecos, Libia, Siria, Túnez o Yemen.
Según el comentarista Christopher Hitchens, "la crisis financiera de Estados Unidos es el más reciente ejemplo de la tendencia que amenaza con poner a ese país a la par de Zimbabue, Venezuela o Guinea Ecuatorial". ¡No!, contraataca Nicholas Kristof, influyente columnista del New York Times: "Es la mala distribución de los ingresos la que pone a EE UU al mismo nivel que repúblicas bananeras como Nicaragua, Venezuela o Guyana". Nada de eso, afirma Vladímir Putin, "lo que sucede es que EE UU es un parásito que vive a costa de la economía global". Para Mitt Romney, precandidato presidencial republicano, el problema es que "EE UU está a punto de dejar de ser una economía de mercado". Y Barack Obama lamenta que su país "no tenga un sistema político AAA, en consonancia con su crédito AAA".
Estúpida. Patética. Ridícula. Frustrante. Infantil. Vergonzosa. Estos son algunos de los términos más usados por los estadounidenses cuando el Pew Center les pidió sus impresiones respecto a la negociación sobre el techo de la deuda de EE UU. No importaba la clase social, el origen geográfico, la edad o la filiación política. Desde simpatizantes del Tea Party en Kansas hasta profesores izquierdistas de Berkeley y desde banqueros de Wall Street a desempleados en Detroit, todos coinciden: el espectáculo fue lamentable y todos los protagonistas han salido perdiendo. Algunos más que otros. Pero sobre esto regresaré más abajo.
La mitad de la población venezolana tiene menos de 25 años. Esto significa que la mitad del país no ha conocido un líder distinto de Hugo Chávez, el jefe de Estado del hemisferio occidental que más tiempo lleva en el poder -12 años-. Chávez ha dejado claro que será candidato en las elecciones presidenciales de 2012, que su victoria es inexorable y que aspira a seguir mandando hasta 2031. Ahora, repentinamente, el cáncer amenaza estos planes.
Antes de la tragedia de Noruega dos acontecimientos venían captando la atención del mundo. Uno muy importante, pero aburrido, y otro menos importante, pero fascinante. Aunque no lo parezca, ambos están relacionados. El primero, el fastidioso, fue la negociación para permitir que el Gobierno estadounidense pueda seguir pidiendo prestado. El segundo, menos importante pero más divertido, fue la comparecencia de Rupert Murdoch y su hijo James ante un comité del Parlamento británico. Como se sabe, los tabloides de Murdoch han sido acusados de haber escuchado ilegalmente conversaciones telefónicas de líderes políticos, príncipes, estrellas de cine y de una niña asesinada.También, de haber pagado a policías para obtener información escandalosa con la cual llenar sus primeras páginas.
La principal fuente de los conflictos venideros no van a ser los choques entre civilizaciones, sino las expectativas frustradas de las clases medias, que declinan en los países ricos y crecen en los países pobres.
¿Caerá Grecia? ¿Se llevará consigo al euro? ¿Qué sucede si Pakistán entra en un caos político, o si las revueltas árabes producen incontenibles oleadas de refugiados hacia Europa? ¿Qué es más amenazante para la estabilidad de la economía mundial: un eventual estancamiento de China o la explosión de la deuda pública en Estados Unidos? El mundo está lleno de fragilidades y las noticias nos lo recuerdan a diario. Pero también hay otro tipo de fragilidad que, aunque menos visible, puede ser igual de peligrosa: la fragilidad intelectual.
Acabo de regresar de China. La velocidad de los cambios que allí ocurren no deja de sorprenderme. A pesar de que mi última visita no fue hace mucho, he percibido enormes transformaciones. Eso sucede cuando un país gigante crece al 10% al año. Visité China por primera vez en 1978, cuando apenas comenzaban sus reformas económicas. Recuerdo de ese viaje las grandes avenidas casi sin coches y llenas de una multitud en bicicleta, todos vestidos más o menos igual, verde olivo o azul. Hoy esas mismas avenidas están bordeadas de rascacielos con la arquitectura más audaz del mundo, están llenas de automóviles y de gente vestida de todos los colores y estilos. En mi primer viaje, la economía china era solo el 40% del tamaño de la Unión Soviética. Hoy es cuatro veces más grande.
Para algunos, Henry Kissinger es un criminal de guerra. Otros le dieron el premio Nobel de la Paz. Para algunos, es un equivocado crónico, y para otros, uno de los estrategas más lúcidos del siglo XX. Tuvo que ver con la tragedia de la guerra de Vietnam y con la normalización de las relaciones entre China y Estados Unidos. Y con decenas de decisiones que moldean el mundo de hoy. En estos días anda promoviendo vigorosamente su más reciente libro sobre China, el cual, como todos los que ha publicado, ya es un bestseller mundial. A pesar de ello, Kissinger dedica tiempo y energías a dar charlas, entrevistas y participar en almuerzos y tertulias alrededor del mundo para hablar de su libro. Vale la pena destacar que hace un par de semanas cumplió 88 años.
"Cree que somos pobres porque ellos son ricos y viceversa, que la historia es una exitosa conspiración de malos contra buenos en la que aquellos siempre ganan y nosotros siempre perdemos (él está en todos los casos entre las pobres víctimas y los buenos perdedores), no tiene empacho en navegar en el ciberespacio, sentirse online y (sin advertir la contradicción) abominar del consumismo... ¿Quién es él? Es el idiota latinoamericano". Esto lo escribió Mario Vargas Llosa en 1996 como introducción al Manual del perfecto idiota latinoamericano, el excelente libro de Plinio Apuleyo Mendoza, Carlos Alberto Montaner y Álvaro Vargas Llosa, su hijo. Tanto la introducción como el libro hacen una demoledora disección de las malas pero populares ideas que han tenido a América Latina empantanada en el subdesarrollo y la corrupción. También ofrecen un muy preciso retrato hablado del tipo de personas que creen en estas ideas y las promueven.