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Columnas

La Brigada 23 de enero

Andrea G

Moisés Naím / El País

Barack Obama se juramenta como presidente de Estados Unidos el 20 enero. "Estoy organizando la Brigada 23 de enero", me dice en broma un simpatizante de Obama que además tengo por agudo observador político. "¿Qué es eso?", le pregunto. "Pues es el grupo de gente que tres días después ya estará desilusionada de Obama", me responde riéndose. Algunos seguidores de Obama ni siquiera han esperado a enero. Los bloggers y columnistas afiliados al ala más progresista del Partido Demócrata ya están en pleno frenesí crítico contra Obama, más que nada por las personas a quienes ha invitado a formar parte de su Gobierno: son percibidos como demasiado moderados y centristas. Algunos en el equipo económico muestran un entusiasmo por los mercados que para muchos bordea en el sacrilegio.

Las cosas vienen muy difíciles. El desempleo disparado y los bancos colapsando. El talibán fortalecido e Irán cada día más cerca de ser una potencia nuclear. Rusia económicamente disminuida e internacionalmente agresiva. Pakistán e India aterrorizados por los extremistas islámicos y enredados en su desconfianza mutua. Israel y Palestina estancados y la crónica precariedad política de Oriente Próximo ahora exacerbada por la mala situación económica. China debilitándose. Cifras récord de estadounidenses sin seguro de salud, perdiendo sus hogares y dependiendo de la caridad para alimentarse.

Estos son algunos de los problemas que los estadounidenses -y el resto del mundo- esperan que Barack Obama resuelva. Y pronto. Estas crisis se expanden a gran velocidad y, de no contenerse, pueden alcanzar dimensiones catastróficas.

Es bien sabido que George W. Bush le deja al nuevo presidente dificilísimos problemas en casi todas las áreas. Lo que es menos sabido es que uno de los frentes de batalla más complicados que deberá afrontar Obama ni lo heredó de Bush, ni es una crisis doméstica, ni es internacional. Se trata de la conflictiva relación que tendrán el nuevo presidente y su Gobierno con el Congreso de Estados Unidos. Esto sorprenderá a quienes suponen que el hecho de que tanto la presidencia como el Congreso estén en manos del mismo partido implica que las iniciativas de senadores y diputados estarán en sintonía con las propuestas de Barack Obama, y viceversa. Esto no será así. Obama y su equipo estarán más a la derecha que el Congreso. Las declaraciones de Obama, pero sobre todo sus nombramientos, señalan claramente que el próximo Gobierno estadounidense tendrá una orientación de centro-derecha. Su equipo económico (Geithner, Summers, Romer, Volcker) es excelente y experimentado. Hillary Clinton al frente de la política exterior, el general Jim Jones en el Consejo Nacional de Seguridad y el actual secretario de Defensa, Bob Gates, a quien se espera que Obama ratifique en el cargo, conformarán el equipo de asuntos internacionales y seguridad nacional. El ex senador Tom Daschle, que como secretario de Salud estará a cargo de la reforma de ese sector, también se caracteriza por su larga experiencia y prudencia.

Este grupo es acusado de ser excesivamente pragmático y de no simbolizar el cambio que Obama prometió. Pero en vista de las graves crisis simultáneas que deben enfrentar, ¿es deseable tener un grupo dispuesto a usar el poderío estadounidense para imponer audaces experimentos inspirados por ideologías extremistas? No; mejor no. Esa película ya la vimos. Se llamó "los neocons juegan a la guerra en Irak". Por supuesto que Obama no adoptará las ideas de los neocons, pero el argumento de basar las decisiones en ideologías radicales y opuestas también es muy peligroso. Sabemos demasiado poco sobre cómo funcionan las cosas para tomar decisiones basadas en prejuicios, y no en datos. En vista de la explosiva situación del mundo actual, el pragmatismo y la humildad ideológica son las mejores guías. Obama tenderá a la moderación y la cautela.

En cambio, el próximo Congreso será otra cosa. Los senadores y diputados representan a una población que está furiosa, atemorizada y muy golpeada. El sentimiento nacional en Estados Unidos es de linchamiento hacia "los ladrones de Wall Street" y de rechazo "a los inmigrantes que nos quitan el trabajo, las multinacionales que exportan nuestros empleos a la India, los ricos que pagan pocos impuestos". También de repudio a largas guerras.

Es con esto en mente que el Congreso evaluará las propuestas de Obama sobre tratados de libre comercio, reformas fiscales o de salud, política exterior, regulaciones financieras... El pragmatismo centrista chocará sistemáticamente con la indignación de una población que le exigirá a sus representantes soluciones mucho más drásticas de las que la Casa Blanca considerará deseables. Esta batalla de Obama en su propia casa política será muy importante. Nadie espera que los problemas los resuelva en tres días. Pero la legitimidad de Obama se basará en que muestre progreso sostenido y eficaz. Y para eso depende del Congreso.