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Columnas

Una mujer interesante

Andrea G

Moisés Naím / El País

Se llama Lubna Bint Jalid al Qasimi y simboliza muchas de las sorpresas que uno se lleva al visitar los Emiratos Árabes Unidos, los siete pequeños pero muy ricos Estados localizados en el golfo Pérsico.

La sorpresa no es cuánto dinero tienen, cómo lo gastan o la inimaginable riqueza que está concentrada en las familias reales, a una de las cuales, por cierto, pertenece la princesa, o jeque Lubna.

Más interesante es que Lubna al Qasimi es la ministra de Economía de los Emiratos y la primera mujer que llega a ese cargo. "Desde pequeña fui muy competitiva y nunca quise una vida de palacio", me dice vestida con una abaya y un velo que la cubren de negro de pies a cabeza. "Me rebelé temprano y logré ir estudiar a California. Al graduarme me empleé como ingeniera de informática en una compañía india donde yo era la única mujer y la única árabe. Comencé desde abajo. Necesitaba demostrarme a mí misma y a los demás que podía lograr cosas gracias a mi trabajo y a lo que sé, no a quién sea mi familia". Cuenta que después trabajó en varias empresas hasta llegar a ser ministra. Aunque no lo diga, es obvio que su parentesco con la realeza contribuyó a su nombramiento. Pero también es fácil darse cuenta de que no la nombraron sólo por nepotismo.

Cuando le pregunto, por ejemplo, sobre su principal problema, responde de inmediato: "la inflación" y me da una detallada y muy técnica explicación del fenómeno y de lo que está haciendo para combatirlo. Sabe de lo que habla y, por tanto, entiende que no será fácil controlar el alza de los precios. En un país cuya economía es de las que más velozmente crecen en el mundo, la inflación es un efecto colateral casi inevitable. Si bien el rápido crecimiento se debe principalmente al aumento de los precios del petróleo, no es ésa la única fuerza motriz de esa economía.

En Dubai, uno de los Emiratos, está teniendo lugar un auge en la construcción de los más grandes del mundo. Es tentador explicar este auge como el simple resultado del gasto a manos llenas de la renta petrolera. Pero si así fuese, ¿por qué no ocurre algo similar en Rusia, Nigeria, Venezuela o Arabia Saudí?

En todos estos países los ingresos petroleros han impulsado una fuerte expansión económica, pero en ningún otro se observa ni la escala, ni la audacia de los proyectos que se ven en Dubai: un pequeño paraje desértico, despoblado, sin agua ni más recursos que el petróleo. Para colmo, está situado en medio de una zona en guerra. Sin embargo, Dubai se ha transformado en pocos años en uno de los centros financieros y turísticos más importantes del mundo.

Dubai está lleno de proyectos icónicos como Palm Jumeira, una isla artificial en forma de palmera que, junto con otros desarrollos turísticos similares, le añaden 520 kilómetros de playas al pequeño país. Borj al Arab, un hotel de siete estrellas, en forma de vela; Borj Dubai, el rascacielos más alto del mundo, o Ski Dubai, la mayor pista de esquí en nieve bajo techo.

Cuando le pregunto a Lubna al Qasimi si es posible que algunos de estos proyectos e innumerables otros ya en camino terminen fracasando, me responde que "compradores de 200 nacionalidades diferentes han mostrado un gran apetito por comprar villas, apartamentos, oficinas y comercios. Gente de todas partes quiere invertir y vivir aquí o visitarnos. En Oriente Próximo sólo Egipto recibe más turistas que nosotros. Hay una demanda global para lo que ofrecemos aquí".

Tanto la ministra como otros líderes de los Emiratos muestran una sorprendente despreocupación por tendencias mundiales que deberían alarmarlos: en unas pocas décadas, el cambio climático y el aumento del nivel del mar pueden sumergir las construcciones costeras; mantener mecas turísticas refrigeradas en medio del desierto (¡y con pistas de nieve!) implica un gasto de energía que es climática y financieramente prohibitivo; los rascacielos son blancos apetecibles para terroristas islámicos que ven en los Emiratos un estilo de vida inaceptable.

"Entendemos esos problemas", me contesta, "pero los iremos resolviendo a medida que se nos presenten. Para nosotros, ahora el reto es tener éxito en la economía global".

Detrás de esta respuesta hay tres grandes apuestas: que es posible sacudirse del estancamiento y el aislamiento, tan común en otros países árabes, y que es igualmente factible evitar el despilfarro empobrecedor típico de los países petroleros. Y, finalmente, que el progreso material es un requisito previo para enfrentar otros problemas.

Si Dubai gana estas apuestas, los resultados del experimento van a tener consecuencias más allá de sus fronteras. El éxito de Dubai obligará a otros países a preguntarse -y responder- ¿qué tiene esa pequeña franja de desierto que no tienen ellos? La jeque Lubna me aclara: "Más importante aún es que, al ver lo que hemos hecho aquí, esa pregunta se la hará la gente a sus líderes. Somos un ejemplo que puede conducir a grandes cambios en esta región".