Perdonando a Trump
Andrea G
Moisés Naím / El País
El próximo martes, millones de estadounidenses votarán por Donald Trump. Más precisamente: no votarán directamente por el actual presidente, sino por los candidatos a senadores, representantes, gobernadores y legisladores locales a quienes él apoya. Pero, estas elecciones serán un referéndum sobre Trump. Aunque las encuestas pronostican que al presidente no le irá tan bien como en las pasadas elecciones, lo cierto es que los sondeos indican que cerca del 40% de los votantes lo apoyan.
Este es un número terrible. Quiere decir que un 40% de los americanos le perdonan a Trump conductas y decisiones que en un mundo decente deberían ser imperdonables. Como, por ejemplo, mentir constante y desvergonzadamente. O la crueldad de algunas de sus decisiones. A sus seguidores eso no les importa. Cabe notar, por supuesto, que muchos simpatizantes de Trump sienten que no tienen nada que perdonarle, ya que aceptan, y hasta celebran, las conductas del presidente. Como, por ejemplo, la de haber dicho que la notoriedad mediática es una especie de patente de corso que tienen los hombres famosos para tocarle los genitales a cualquier mujer que les apetezca.
Han proliferado las teorías que intentan explicar la fuerte atracción que algunas personas sienten por políticos carismáticos a quienes apoyan incondicionalmente. En el caso de los seguidores de Trump se han propuesto teorías psicológicas (la búsqueda de identidad, de dignidad), económicas (el aumento de la desigualdad), internacionales (la globalización) y sociológicas (el racismo), entre otras. Pero también es cierto que muchos de quienes apoyan a Trump lo hacen porque les gustan algunas de sus propuestas y, a cambio de verlas hechas realidad, están dispuestos a perdonar acciones del presidente que en otras circunstancias criticarían.
La rebaja de los impuestos es un buen ejemplo de esto. Los ricos que detestan pagar impuestos están encantados con los recortes impositivos que ha hecho Trump y, agradecidos por esas rebajas, enmudecen ante conductas del presidente que deberían repudiar. Otro ejemplo es la regulación de las empresas. Para muchos líderes empresariales, la eliminación de las regulaciones que limitan la autonomía de sus compañías o aumentan sus costes justifican tener a Trump en la Casa Blanca. Ellos también le perdonan todo, con tal de que les desregulen sus negocios. Muchos están felices porque los lobistas a quienes antes pagaban para influir sobre el Gobierno ahora son el gobierno. Trump ha puesto a un gran número de lobistas a cargo de las agencias responsables de regular las empresas para las que antes trabajaban y a las cuales seguramente volverán al terminar su “servicio público”.
Pero el apoyo a Trump no está solo motivado por intereses económicos. Los grupos evangélicos cuyos pastores regularmente denuncian conductas como las que ha exhibido Trump (infidelidad, mendacidad, avaricia, materialismo, crueldad, egolatría, etcétera) forman parte entusiasta de su electorado. Ver como bebés lactantes son separados de sus madres en la frontera y luego desaparecen, perdidos en un hueco negro de la insensible burocracia estadounidense, no hizo mella en el incondicional apoyo de algunos líderes evangélicos a Trump. Ignorar los vicios y pecados del presidente es un precio que están dispuestos a pagar con tal de que él promueva iniciativas que dificulten el aborto, el matrimonio entre personas del mismo sexo o borren a Darwin de los textos escolares.
Que los ciudadanos voten por candidatos que representan sus intereses particulares o que reflejan sus valores no tiene nada de nuevo. Eso forma parte de la democracia. La sorpresa es que Donald Trump tenga el apoyo de votantes que son los más perjudicados por sus políticas. La rebaja de los impuestos que impulsó el actual presidente es altamente regresiva; beneficia desproporcionadamente a una minoría muy rica y penaliza a las clases de ingresos medios y bajos a las cuales pertenecen la gran mayoría de sus seguidores. Muchas de las regulaciones al sector privado que han sido eliminadas, protegían a esos consumidores de menores recursos de las prácticas abusivas de algunas empresas. Lo mismo vale para la reforma sanitaria impulsada por Barack Obama y ferozmente atacada por Trump, quien como presidente se ha empeñado en desmantelarla y sabotearla. De nuevo, la gran paradoja es que quienes más perderán acceso a los servicios de salud son sus seguidores que más los necesitan.
La lista de decisiones y conductas de Trump que deben perdonarle quienes le apoyan es larga y creciente. La evidencia de que las actividades empresariales de la Organización Trump con frecuencia violaron la ley son abrumadoras. La lista de sus ejecutivos y más cercanos colaboradores en los negocios, la política y el Gobierno que están siendo juzgados, o que ya fueron condenados, ha revelado un ecosistema criminal de larga data que ha girado alrededor del ahora presidente. Pero todo eso también se lo perdonan sus partidarios, confirmando así la execrable afirmación que hizo Donald Trump en enero de 2016: “Podría pegarle un tiro a alguien en la Quinta Avenida y no perdería ni un solo voto”.
Este martes veremos si esto sigue siendo cierto.