Generar cambios positivos
Andrea G
Alirio Sendrea / El Economista
Vivimos tiempos de cambios. Empresas tradicionales se tambalean e incluso desaparecen, junto con empleos considerados estables durante generaciones. Mientras tanto, pequeñas empresas sin apenas activos físicos se convierten en gigantes con valoraciones estratosféricas. Los cambios no se limitan a la empresa. Partidos populistas, nacionalistas, separatistas y una extensa lista de tendencias minoritarias, alcanzan un mayor peso político por todo el mundo. Tampoco queda allí. Grupos irregulares, como cárteles de la droga y fundamentalistas islámicos, ponen en jaque a grandes y poderosos ejércitos.
Moisés Naím, escritor y columnista venezolano, considerado por diversos think-tanks uno de los intelectuales más influyentes en el mundo, publicó en 2013 un libro llamado El fin del poder, aclamado por políticos, analistas y empresarios de primer orden internacional. En él, el autor reflexiona sobre la transformación que experimenta el poder. Se apoya en su propia experiencia en política como ministro de Fomento en una época convulsa, director del Banco Central de Venezuela y director ejecutivo del Banco Mundial. También en su trayectoria como analista al frente, durante catorce años, de la prestigiosa revista Foreign Policy. Y, no menos importante, el acceso a líderes mundiales desde distintas agrupaciones con las que trabaja o colabora, como el Fondo Carnegie para la Paz Internacional y el Foro Económico Mundial.
Para el autor el poder se está deteriorando. Aquellas personas y organizaciones que lo detentan tienen más restricciones que antes en la forma de utilizarlo y, más que nunca, mayor posibilidad de perderlo.
Durante mucho tiempo las grandes organizaciones estuvieron protegidas por barreras que hoy se resquebrajan. Los enormes recursos ya no son una garantía de dominio y la escala, incluso, puede ser una desventaja ante pequeños actores que se mueven con agilidad, cuya influencia no depende del tamaño, la geografía ni la tradición. Estos nuevos y cada vez más influyentes actores consiguen imponerse a los largamente establecidos sin vencerlos del todo, sino interfiriendo en sus planes.
Se ha extendido la creencia de que esto se debe a dos fenómenos, el auge de internet, y con éste el de las redes sociales, y el cambio de guardia en la política internacional, con el ascenso de China y el declive de Estados Unidos. Naím cuestiona este pensamiento, argumentando que acudimos a una serie de grandes cambios que clasifica en tres grupos. Primero la revolución del más, y es que hoy hay abundancia de todo, más población, nivel de vida, estudiantes, ordenadores, salud, productos, servicios, partidos políticos y hasta religiones. Luego la revolución de la movilidad, esa mayor cantidad de gente educada y con salud se mueve más que nunca, ya no es tan fácil de controlar, dificultándose por lo tanto la disponibilidad de un público cautivo, generando además cambios allá donde emigran y de vuelta en su país de origen. Por último, la revolución de la mentalidad, alimentada por una nutrida clase media mundial, que aspira a una mayor prosperidad, libertad y satisfacción personal.
Solemos sentir antipatía por el grande y fuerte. Por el contrario, simpatía por el pequeño y débil. Reconocemos además que la concentración de poder puede causar graves daños sociales. Entonces, ¿por qué debería importamos que el poder se degrade? Al fin y al cabo, su reparto parece una situación deseable. El asunto es que, llevado al extremo, la fragmentación excesiva del poder nos lleva a un estado indeseable.
La humanidad afronta grandes retos. Profundas y prolongadas crisis financieras, desempleo crónico en algunas regiones, pobreza extrema en otras, el crimen organizado, por nombrar algunos. Y aunque hemos sido capaces de identificar y entender estos retos, somos incapaces de resolverlos. Sabemos que hay que hacer, pero nadie tiene el poder suficiente para hacerlo. Y esto es un grave problema. Corremos un serio riesgo de quedarnos inmersos en un dañino inmovilismo, engendrando desafección en ciudadanos de todo el mundo y, lo que puede ser peor, el caos y la anarquía. Situaciones todas que en menor o mayor medida atentan contra el bienestar común.
No tenemos que ir a países en vías de desarrollo para observar los nocivos efectos de la degradación del poder. En nuestras propias fronteras podemos presenciar las hordas que intentan tomar por asalto las murallas que defienden nuestro bienestar y libertades. Sirva como ilustración que en la mayoría de los países de la OCDE los parlamentos se encuentran fragmentados y son gobernados por coaliciones que sobreviven gracias a intrincados pactos electorales que, en la mayoría de los casos, no benefician a ninguno de los votantes.
El libro es recomendable para dirigentes de cualquier tipo de organización y personas que quieran entender con mayor profundidad los cambios que se están gestando en el mundo. Es una lectura especialmente idónea para políticos y otros representantes sociales que, genuinamente preocupados por el bienestar común, se encuentren en posición de generar cambios positivos.