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Esto es nuevo. Nunca había pasado algo así. Después del espanto, el dolor y la indignación, esta fue la reacción instintiva —y correcta— que muchos tuvimos ante la barbarie desplegada por Hamas.
Un rey se baña tranquilamente en uno de sus ríos cuando se acerca una cierva malherida que está a punto de dar a luz. Sobrecogido por la compasión, el rey adopta al venadito que nace de ella. Lo hace su mascota y se apega a él con tal pasión que, muchos años después, al momento de su muerte, su última sensación es su ilimitado afecto por el animal.
Es fácil imaginar Internet como un fenómeno etéreo, inmaterial. En estos tiempos es normal, por ejemplo, conectarse a la red sin necesidad de cables, guardar datos en “la nube”, y suponer que la información fluye sin “ensuciarse” en el mundo táctil. Lástima que estas suposiciones sean erróneas. La red de la cual dependemos es alarmantemente física y eminentemente vulnerable.
Uno de los grandes debates de nuestro tiempo es cómo tratar a los dictadores. En decenas de países hay un choque frontal entre quienes solo aceptan la salida incondicional y el eventual enjuiciamiento y condena del dictador y sus secuaces y quienes están dispuestos a aceptar horribles concesiones con tal de establecer una democracia.
Mientras el mundo anda preocupado por las guerras, el cambio climático y la inteligencia artificial, otro fenómeno profundamente transformador está en pleno apogeo: la exploración del espacio. Hay aspectos de esta exploración con una larga historia. En 1957, el programa espacial de la URSS lanzó al espacio un cohete que transportaba una esfera de metal pulido de 58 centímetros de diámetro, 84 kilos de peso y tres antenas. Este primer satélite artificial, el Sputnik, disparó una feroz competencia entre Estados Unidos y la Unión Soviética por alcanzar el dominio tecnológico en el espacio. Pero desde entonces mucho ha cambiado.
Los nuevos tiempos les dan renovada presencia a algunas palabras mientras que marginan a otras o les cambian el significado. “Plataforma” es un buen ejemplo de esto. Antes, esta palabra se utilizaba primordialmente para referir -según el Diccionario de la Lengua Española- a “una superficie horizontal, descubierta y elevada sobre el suelo donde se colocan personas o cosas”. Ya no. Ahora Twitter, Instagram, YouTube o Facebook (que se cambió de nombre a Meta), son llamadas “plataformas”. También lo son los miles de nuevos emprendedores que, inevitablemente, describen su empresa como una “plataforma”.
Los descubrimientos científicos y las innovaciones tecnológicas con frecuencia se presentan como avances inéditos o como la fuente de enormes cambios. Pocas, sin embargo, cumplen su promesa. Son desbordadas por nuevos conocimientos o tecnologías que superan lo que se había anunciado como un indeleble aporte histórico.
¿Puede una superpotencia militar mantener su influencia global, aunque su población esté disminuyendo? ¿O esté envejeciendo? Estas no son situaciones hipotéticas; ya están ocurriendo. Rusia se está despoblando y los chinos están envejeciendo. Y esos no son los únicos males demográficos que debilitan a estas dos potencias nucleares.
Bibi, el primer ministro de Israel, y AMLO, el presidente de México, no podrían ser más diferentes como personas. Sin embargo, en estos tiempos su conducta política no podría ser más parecida. Ambos están intentando cambiar la política de su país de manera profunda y ambos lo están haciendo de una manera profundamente antidemocrática.
Los gobiernos del mundo le están dedicando gran atención e ingentes recursos a contener el COVID y sus mutaciones. Afortunadamente, están teniendo éxito. Pero, lamentablemente, están descuidando otra pandemia que lleva tiempo cobrándose millones de vidas cada año y discapacitando a millares de personas: las enfermedades mentales.
Basta mencionar 1789 (la Revolución Francesa), 1945 (el fin de la II Guerra Mundial) o 1989 (la caída del muro de Berlín) para denotar profundas transformaciones. Así las cosas, cabe preguntarse, ¿cuál será el primer año icónico de nuestro accidentado siglo XXI?
La historia se repite, primero como tragedia y luego como farsa. Esta vieja cita de Marx resonó varias veces en mi mente al ver cómo miles de brasileños participaron en Brasilia, su capital, en una burda imitación del ataque al Capitolio en Washington el 6 de enero de 2021. El número de víctimas y el peligroso atentado a la democracia estadounidense hacen de lo sucedido en Washington una tragedia. Lo ocurrido en Brasil el 8 de enero, días después de una transición legal, legítima y hasta entonces pacífica, el ataque a un Congreso que no estaba en sesión y el saqueo al palacio presidencial donde no estaba el presidente, fue una farsa.
A final de cada año desde 2003, el diccionario estadounidense Merriam Webster anuncia su selección de la palabra del año en inglés. Según el respetado diccionario fundado en 1831, gaslighting fue la palabra más buscada en internet en 2022. Peter Sokolowski, el editor del diccionario, declaró a la agencia de noticias Associated Press que este año las búsquedas de esa palabra aumentaron un 1.742 % respecto al año anterior. Estuvo todos los días entre las 50 palabras más buscadas, señaló el editor.
¿Por qué las sociedades y sus gobiernos toleran pasivamente las malas ideas? ¿Por qué hay tantas políticas públicas obviamente fracasadas que resultan imposibles de erradicar?
La lista de países cuyos gobiernos no pueden o no se atreven a enfrentar sus tabúes es larga, longeva y variada. Un buen ejemplo de esto es la política con respecto al tráfico y consumo de drogas.
Tanto Mohamed bin Salmán, el príncipe heredero de Arabia Saudí, como Xi Jinping, el presidente de China, o el zar Vladimir Putin han lanzado feroces campañas contra la corrupción. Lo mismo han hecho dictadores en todo el mundo. Un buen número de acusados de corrupción han sido condenados a muerte y la mayoría, a largas penas de cárcel.
Qué economía va a crecer más rápido en los próximos años? Trate de adivinar. Tal vez esté pensando en Vietnam, que ha venido llevándose la cuota de mercado de una China venida a menos por su mala respuesta a la crisis de la covid. O en el campeón africano del crecimiento, Ruanda, cuya economía se ha quintuplicado desde 1995. O Bangladés, cuyo sector exportador es el catalizador del mayor boom de Asia.
La globalización se acabó. El proteccionismo de Trump, el Brexit, los problemas de las cadenas de suministro creadas por el COVID-19 y la agresión criminal de Vladimir Putin han puesto fin a la ola de integración global que se disparó con la caída del Muro de Berlín en 1989. Estos tiempos de mercados bursátiles a la baja y tipos de interés altos darán la última campanada en el entierro de la globalización.
En los últimos tiempos en Italia ha circulado mucho un viejo video protagonizado por una bella joven diciendo cosas menos bellas. Maquillada al estilo de los años 90, gira hacia atrás desde el asiento delantero del coche y responde en un francés acentuado pero muy correcto, las preguntas de la televisión francesa. "Para mi Mussolini fue un buen político. Todo lo que hizo, lo hizo por Italia, y eso es algo que no se encuentra en los políticos que hemos tenido en los últimos cincuenta años."
Colombia acaba de elegir a su próximo presidente, Gustavo Petro, quien a pesar de su larga trayectoria política se presenta como un outsider que va a desalojar del poder a las élites que siempre han gobernado a su país. Eso mismo han prometido Andrés Manuel López Obrador en México, Gabriel Boric en Chile, Pedro Castillo en Perú, Alberto Fernández en Argentina y varios otros presidentes latinoamericanos. El próximo 2 de octubre habrá elecciones en Brasil y es casi seguro que compitan el actual presidente Jair Bolsonaro y el expresidente Lula da Silva.
Sobre el fracaso de la Cumbre de las Américas ya se ha dicho todo. Ha sido la reunión de presidentes peor organizada desde que en 1994 Bill Clinton convocó a sus pares del hemisferio para acordar iniciativas sobre integración económica y fortalecimiento de la democracia. Era difícil imaginar una Cumbre de las Américas más anodina en su concepción o mas mediocre en su ejecución de las que ya habíamos visto durante estos 28 años. Pero Biden y su equipo lo lograron. Para este fracaso contaron además con la gran ayuda de los miopes lideres que hoy gobiernan a América Latina. Esta edición de la Cumbre de las Américas ha sido un vergonzoso torneo de mendacidad, hipocresía, necrofilia política y desbordada mediocridad burocrática. La oportunidad de proteger las agrietadas democracias de la región o lanzar ambiciosas iniciativas comunes que pongan a crecer sus anémicas economías se perdió. La Cumbre se consumió en las negociaciones acerca de la lista de invitados. La Casa Blanca había correctamente decidido no invitar a gobiernos que abiertamente encarcelan y torturan a quienes se atreven a disentir del gobierno y sus lideres políticos. Esa decisión no fue bien vista, entre otros, por el presidente mexicano Andres Manuel Lopez Obrador, (AMLO) quien dijo que no iría si se excluía a Cuba, Nicaragua y Venezuela. El hecho que los actuales gobiernos de esos países excluyen salvajemente a quienes discrepan de ellos, imponiéndoles largas condenas de cárcel, y en ciertos casos los torturan y asesinan es obviamente un detalle secundario para AMLO. Otros países se hicieron echo del mexicano.