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“América Latina no es competitiva ni siquiera con sus tragedias” me dijo un cínico amigo. Se refería a que allí la pobreza no es tan infernal como la de África, los conflictos armados no tan amenazantes como los de Asia y los terroristas, no tan suicidas como los del Oriente Próximo. Es por esto por lo que el resto del mundo no suele prestarle demasiada atención a los problemas de Latinoamérica. En otras partes las tragedias son más graves o tienen más posibilidades de afectar a otros países.
En Venezuela están matando estudiantes y el Gobierno cierra un canal de televisión que se atrevió a transmitir las protestas callejeras. Argentina sigue su desenfrenada carrera hacia el precipicio económico. Los presidentes de toda América Latina se reunieron en una cumbre democrática… en La Habana. La economía brasileña entró en recesión y 2014 será su cuarto año seguido de anémico crecimiento económico. Últimamente, los brasileños salen a las calles no a bailar, sino a protestar. En 2013 Brasil sufrió la mayor fuga de capitales en más de una década.
Los países emergentes son como los adolescentes: propensos a los accidentes. Se caen, resbalan, los empujan, corren riesgos innecesarios… Por supuesto que, tal como nos demostraron hace poco EE UU y Europa, a veces las naciones maduras también se comportan de manera inmadura. Sus accidentes son menos frecuentes, pero cuando los tienen son enormes. El mundo aún está pagando con desempleo y pobreza las irresponsables audacias financieras de bancos, Gobiernos y consumidores de los países más ricos. Y ahora nos viene una crisis en los emergentes, esos países de menores ingresos cuyas economías y el bienestar de su gente venían expandiéndose a un ritmo sin precedentes.
Fue muy fácil no darse cuenta de que ese día había ocurrido un milagro. El milagro hizo que en los siguientes diez años mejorase la vida de cientos de millones de pobres en todo el planeta. El 8 de septiembre de 2000, 189 jefes de Estado firmaron en la sede de las Naciones Unidas en Nueva York una serie de promesas que llamaron la Declaración del Milenio. Prometieron reducir la pobreza, el hambre, la mortalidad infantil, la discriminación contra las mujeres y otros loables objetivos. Con razón, la gran mayoría de quienes se enteraron de esta declaración tomó nota y bostezó.
Silvio Berlusconi está fuera y Angela Merkel fue reelecta. Fallecieron Nelson Mandela y Hugo Chávez. Fidel Castro, no. La gente protestó en las calles de Kiev y Bangkok, El Cairo y São Paulo. Teherán se sentó a negociar con Estados Unidos por primera vez en 34 años. China eligió a un nuevo líder y encarceló a otro. El aprendiz de tirano en Pyongyang ejecutó a su tío. Por primera vez en 700 años un Papa renuncia y lo reemplaza un latinoamericano que nos entusiasma a todos. Algunas de las cosas que fueron noticia este año no son demasiado importantes para el mundo. Otras sí. Es imposible incluirlas todas aquí. Pero estos son cinco cambios que me parecen muy trascendentes.
Hasan Rohaní , el presidente de Irán, tiene más ministros con títulos de doctorado de universidades de Estados Unidos que los que tiene Barack Obama. Rohaní también tiene más doctores graduados de universidades estadounidenses que los gabinetes presidenciales de Japón, Alemania, España o Italia. Mohammad Nahavandian, por ejemplo, es el jefe de Gabinete del presidente de Irán. Vivió en Washington muchos años y se graduó en la Universidad de George Washington. Javad Zarif, el ministro de Exteriores y principal negociador del reciente acuerdo nuclear entre su país y un grupo de seis poderosas naciones, estudió en la Universidad de San Francisco y luego en la de Denver, donde obtuvo un doctorado. Vivió cinco años en Nueva York como embajador de su país en la ONU. El ministro de Estado para Energía Atómica tiene un título en ingeniería nuclear del Instituto Tecnológico de Massachusetts. Mahmud Vaezi, ministro de Comunicaciones, estudió ingeniería eléctrica en dos universidades de California y luego siguió estudios de doctorado en la universidad de Luisiana. También tiene un doctorado en relaciones internacionales de la universidad de Varsovia. Muchos de sus colegas en el Gabinete del presidente Rohaní cuentan con títulos de posgrado de universidades de Irán y otros países. Abbas Ahmad Akhundi, ministro de Transporte, se graduó en la universidad de Londres. El propio presidente Rohaní tiene un título de otra universidad británica, la Glasgow Caledonian. El nuevo Gobierno de Teherán debe ser de los más tecnocráticos del mundo.
Un viaje de trabajo en España e Italia me ha dejado fuertes impresiones y algunas sorpresas. Estas impresiones son, por supuesto, muy personales y tan arbitrarias como lo poco representativa que es la muestra de personas con quienes hablé. Y claro está que España e Italia no son Europa: la crisis que viven y el humor de esos dos países no es el mismo que se observa en sus vecinos del norte. Sin embargo, hay otras tendencias que son claramente más generales, más europeas.
Son la fuente de mayor prosperidad para millones de pobres en los países que más los producen. No: el aumento de su consumo en China y otros países asiáticos empuja sus precios al alza, nos encarece la vida a todos y nos empobrece. Además, el desenfreno en su consumo amenaza la supervivencia del planeta. Al contrario: son una fuente de progreso y estabilidad económica global. ¡No! La variabilidad de sus precios causa estragos en las economías… Estas contradictorias afirmaciones son solo algunas de las que se hacen con frecuencia sobre los commodities: los minerales, vegetales, hidrocarburos y otras materias primas cuyo consumo y precios se han disparado en la década pasada. De sus precios depende lo que nos cuesta la comida. Y sus variaciones pueden hundir Gobiernos, crear inmensas fortunas o producir drásticos cambios en la manera en la que se reparte el poder entre las naciones.
Hoy vamos a jugar. Le propongo que se ponga en el lugar de un jefe de Gobierno. El director de sus servicios de inteligencia le visita para pedirle que tome ciertas decisiones. Este es un simulacro de dos situaciones inventadas por mí y que seguramente jamás han sucedido…
A Angela Merkel le han pasado recientemente dos cosas importantes. De la primera nos hemos enterado todos y ha provocado un agrio debate mundial. La segunda se ha difundido poco y no ha tenido mayor repercusión: sin embargo es la que más atención merece, por sus enormes consecuencias sobre la seguridad internacional.
Que Italia tenga periódicamente accidentes políticos que paralizan su gobierno no es una sorpresa. Que eso le pase a Estados Unidos sí lo es. Y todo parece indicar que el más reciente de estos accidentes en su gobernanza no será el último que sufrirá el gigante del norte. Tampoco fue el primero. Entre 1976 y 1996, el Gobierno de EE UU dejó de funcionar 17 veces, siempre debido a la falta de acuerdo de los dos partidos. Ninguno de estos paros gubernamentales duró más de tres semanas. Pero ninguno de los anteriores ocurrió en un ambiente político tan conflictivo como el más reciente. Sabemos las causas: una minoría obtiene los votos necesarios para tener representación en el Congreso y con ello el poder para enredar, posponer, diluir o hasta frustrar las decisiones del Gobierno.
Esta es la época del año en la cual las aves que viven en el norte migran al sur y los banqueros de todas partes vuelan a Washington. Son los días de la reunión anual del Fondo Monetario Internacional (FMI) y el Banco Mundial (BM). Ministros de Finanzas y presidentes de bancos centrales de un sinnúmero de países se instalan en Washington para hablar con sus colegas, con los directivos del FMI y del BM y con los banqueros del sector privado.
En la década de 1990, italianos, rusos y venezolanos estaban tan hartos de sus políticos como los egipcios, brasileños y turcos hoy están de los suyos. La corrupción, que durante mucho tiempo había sido tolerada, de repente se les volvió insoportable. La gente también perdió la paciencia con la ineptitud burocrática y los malos servicios públicos. Se evaporó la apatía política y salir a la calle a protestar al grito de “Échenlos a todos” se hizo normal. “Todos” eran, por supuesto, los políticos que vivían cada vez mejor mientras a la mayoría le iba cada vez peor. En Italia, Tangentópolis, el escándalo de corrupción que desveló los enormes sobornos en los contratos de obras públicas, produjo un terremoto político. Mani pulite (manos limpias), la investigación realizada por un grupo de magistrados, llevó a juicio a más de la mitad de los miembros del Parlamento italiano. Los Gobiernos de más de 400 ciudades fueron disueltos una vez descubierta la vasta corrupción que los corroía. Los cinco partidos que habían gobernado Italia desde 1947 colapsaron, y con ellos el sistema de partidos que hasta entonces dominó la política. Los italianos exigían líderes honestos y, sobre todo, nuevas caras en el poder. Silvio Berlusconi ofreció sus servicios a la nación. En 1994, solo tres meses después de crear su partido Forza Italia, Berlusconi obtuvo los votos necesarios para ser primer ministro. Y ahí se quedó: es el político que más tiempo ha gobernado Italia durante la posguerra.
A pesar de sus vicisitudes, Julian Assange y Edward Snowden son muy afortunados. Al menos no son periodistas ecuatorianos. Si lo fuesen, sus circunstancias serían aún peores. Snowden y Assange también tienen la suerte de que el presidente de la nación agraviada por sus filtraciones sea Barack Obama y no Rafael Correa.
Primero fue Túnez, luego Chile y Turquía. Y ahora Brasil. ¿Qué tienen en común las protestas callejeras en países tan diferentes? Varias cosas… y todas sorprendentes.
En mi anterior columna (La revolución más importante) describí las profundas transformaciones que están ocurriendo en el mundo de la energía. La explosión del consumo en Asia, liderado por China, la irrupción del continente americano como posible fuente principal de petróleo y gas para el mundo, la nueva híper-competencia entre países y empresas y la inminente autosuficiencia de EEUU son algunos de los cambios que nos alertan sobre la conformación de un nuevo orden energético mundial. Quizás, el más inesperado de estos cambios es que las discusiones entre los expertos han pasado del énfasis en la escasez de energía a su abundancia. Un estudio de Citigroup, por ejemplo, concluye que el consumo de energía llegará a su nivel más alto en 2020, y que de ahí en adelante declinará.
Mientras los medios siguen con obsesiva y justificada atención las matanzas en Siria, la crisis económica europea o algún escándalo político que inevitablemente domina los titulares, hay una revolución en curso que está cambiando el mundo sin que muchos se den cuenta.
Está emergiendo un nuevo orden mundial de la energía. Estos son algunos de los eventos que han transformado profundamente esta industria, sus mercados y, en definitiva, el planeta.
Como escribió León Tolstoi, las familias felices se parecen, pero las infelices lo son cada una a su manera. Además, mientras que hay familias cuya infelicidad solo les afecta a ellas, otras propagan sus problemas. Las vicisitudes de la atribulada familia Tsarnaev, por ejemplo, se desperdigaron por todo Boston. Los dos hijos, Tamerlán y Dzhokhar, decidieron que la mejor forma de canalizar su infelicidad era asesinando a inocentes en el maratón de Boston. Su manera de ser infelices hizo muy infelices a centenares de otras familias.
“El indicador conocido como coeficiente intelectual (CI) puede estimar de manera confiable la inteligencia. El CI promedio de los inmigrantes en los EE UU es considerablemente más bajo que el de la población nativa de raza blanca. Esta diferencia es probable que persista durante varias generaciones. Las consecuencias son la falta de asimilación socioeconómica entre los inmigrantes de bajo coeficiente intelectual, conductas de clase baja, menor confianza social y un aumento en trabajadores no cualificados en el mercado laboral estadounidense. La selección de los inmigrantes de alto coeficiente intelectual podría mejorar estos problemas en EE UU al mismo tiempo que beneficiaría a los potenciales inmigrantes que son más inteligentes pero que carecen de acceso a la educación en sus países de origen”.