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Moisés Naím y Francisco Toro con traducción de Sandra Caula / Foreign Affairs
En los últimos tres años, las escenas trágicas de pobreza y caos han dominado la cobertura de la crisis política en Venezuela, una nación que fue uno de los países más ricos y democráticos de Sudamérica. Venezuela se ha convertido tanto en un sinónimo de fracaso como, curiosamente, en una especie de papa caliente ideológica, un artefacto retórico que se introduce en las discusiones políticas en todo el mundo.
Examinemos estos dos países latinoamericanos. El primero es una de las democracias más antiguas y estables de la región. Tiene una red de protección social más robusta que la de sus vecinos. Sus esfuerzos por ofrecer salud y educación universitaria gratuita a todos sus ciudadanos comienzan a dar resultados. Es un ejemplo de movilidad social y un verdadero imán para inmigrantes de toda Latinoamérica y Europa. Se respira libertad en los medios y en los partidos políticos quienes cada cinco años compiten ferozmente durante las elecciones y el poder cambia de manos regular y pacíficamente. Este país logró esquivar la ola de dictaduras militares que azotó a la mayoría de sus vecinos latinoamericanos. Su alianza política con los Estados Unidos es de larga data. Gracias a sus profundos vínculos comerciales y de inversión, numerosas multinacionales de Europa, Japón y EEUU lo escogieron como su base de operaciones para América Latina. Además, posee la mejor infraestructura de Sudamérica. Ciertamente, está muy lejos de ser un país que ha erradicado las plagas que azotan a los países pobres. Sufre de fuertes dosis de pobreza, corrupción, injusticia social, ineficiencia y debilidad institucional. Aun así, bajo cualquier criterio con el que se le mida, le lleva enorme ventaja a casi todos los países en desarrollo.