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Columnas

La abuela y la lágrima

Andrea G

Moisés Naím / El País

Hillary lloró y Obama perdió.

Ésta es la explicación más aceptada de la sorprendente victoria de Hillary Clinton en las elecciones primarias de New Hampshire. Sorprendente porque, según las encuestas, Barack Obama volvería a repetir en ese Estado su igualmente sorprendente victoria en Iowa. Entre las dos elecciones lo único nuevo para los votantes fue que por primera vez en su larga vida pública Hillary Clinton perdió el control de sus emociones y se mostró vulnerable y hasta llorosa. "Para sorpresa de muchos, soy humana", explicó Hillary unos días después. Esta novedad hizo que el 37% de los votantes indecisos de New Hampshire al final le dieran su voto y una importante victoria.

Así, las lágrimas de Hillary por ahora han desplazado de la conversación electoral estadounidense temas como la crisis económica, Irak o la salud.

Pero la principal sorpresa de Hillary Clinton no ha sido el impacto positivo que tuvo el mostrarse vulnerable en público sino el colapso de su imbatibilidad. Desde que lanzó su candidatura, la suposición generalizada había sido que la carrera de Hillary Clinton hacia Casa Blanca era imparable. Ni en su propio partido, ni en el partido Republicano existía candidato alguno con el dinero, la maquinaria, la experiencia y la capacidad de Hillary. Además, nadie más tiene un aliado con el capital político y el talento electoral de Bill Clinton.

Hasta que apareció Barack Obama: negro, de padre inmigrante, sin dinero, sin nunca haber ocupado cargos de importancia en el Gobierno o el sector privado, sin organización electoral propia y casi desconocido por el electorado. Además, su apellido rima con Osama y su segundo nombre es Husein. Por si fuera poco, Obama también reconoció públicamente que hubo periodos de su vida en los que consumió cocaína.

En teoría, todo esto debería ser más que suficiente para eliminar cualquier posibilidad de que alguien así llegue a la presidencia de Estados Unidos. En teoría. En la práctica, Barack Obama hoy tiene tantas posibilidades de llegar a ser el próximo presidente de Estados Unidos como Hillary Clinton o el eventual candidato del partido Republicano.

En poco tiempo Barack Obama ha recaudado tanto o más dinero que los Clinton, ha montado una maquinaria electoral tan eficaz como la de sus rivales, ha estimulado la participación masiva de votantes que no habían mostrado mayor interés por la política, especialmente los jóvenes, y ha transformado el debate político.

Sus mensajes fundamentales son que el país requiere de grandes cambios y que él es quien mejor garantiza que ocurran. En efecto, basta verlo y conocer algo de su vida para saber que sólo su elección ya implicaría un enorme cambio para Estados Unidos. El mensaje central de Hillary Clinton es la importancia de la experiencia. El cambio, dice, no basta desearlo, sino que hay que saber cómo hacerlo realidad y de allí la importancia que tiene la experiencia que ella ha acumulado. La respuesta de Obama es que el buen juicio es más importante que la experiencia. Y que si de experiencia se trata, basta ver el desastre que dejan dos de los más experimentados políticos estadounidenses: Dick Cheney y Donald Rumsfeld.

Éste es sólo el comienzo de lo que será una feroz confrontación entre Clinton y Obama, y luego entre uno de ellos y el candidato republicano. Y no faltará la guerra sucia, siempre repudiada por los candidatos pero inevitablemente presente en las campañas. Los ataques, las calumnias y la desinformación serán diseminadas por oscuras organizaciones que actúan sin la autorización de los candidatos, pero cuyas actuaciones los ayudan al dañar a sus rivales.

Según los entendidos, algunos de estos oscuros operadores tratarán de que Sara Onyango Obama, la abuela de Barack, sea mucho más conocida por millones de votantes. "Mamá Sara", quien no habla inglés y vive en una modesta casa en Nyahgoma Kogelo, en Kenia, fue entrevistada recientemente por televisión cuando, en un patio de tierra y rodeada de gallinas, cortaba el maíz para alimentar a sus animales. Su vida, circunstancias y apariencia física son muy distintas a las de su nieto -y muy extranjeras para los estadouni-denses-.

La apuesta de los adversarios de Obama (tanto los de su propio partido como los republicanos que se preparan para enfrentarlo si llega a ser el candidato) es que cuando los votantes conozcan mejor a su abuela, la tolerancia racial que hasta ahora han evidenciado puede menguar, haciéndole perder muchos votos. Su hipótesis es que dar a conocer a la abuela de Obama tendrá un impacto en el electorado tan negativo como positivo fue el efecto de las lágrimas de Hillary. Pero pueden estar equivocados: es posible que la serena dignidad de Sara Onyango Obama y la historia de una modesta familia de Kenia cuyo nieto logró gracias a sus méritos graduarse en Harvard, ser senador y que ahora podría ser presidente emocione a millones de estadounidenses hasta el punto de llevarlos a votar por él. Después de todo, el sueño americano es que todo niño, sin importar su raza o clase social, puede llegar a ser presidente.