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Columnas

El Plan B: 700 millones desean emigrar

Andrea G

Moisés Naím / El País

El 16% de la población mundial en edad adulta se quiere ir de su país. Esto quiere decir que 700 millones de personas, más que toda la población del continente americano, dejarían su país para siempre si tuviesen los medios para hacerlo. Estos son los resultados de una encuesta que llevó a cabo la empresa Gallup en 135 países entre 2007 y 2009. Los investigadores de Gallup aclaran que estas respuestas reflejan aspiraciones más que intenciones, y que sólo una fracción de quienes desean emigrar lo hacen. Pero, en todo caso, las fuerzas que empujan a cientos de millones de personas a desear abandonar su tierra son lo suficientemente potentes como para que, en muchos países, el cómo, cuándo y adónde emigrar se haya convertido en un tema recurrente de las conversaciones cotidianas.

Salvo en casos extremos, donde la guerra o la carestía material hacen que marcharse sea la única forma de sobrevivir, la emigración no es para todos. En general, quienes se aventuran a iniciar una nueva vida en otro país son los más jóvenes y educados. Sólo el 10% de quienes sueñan con emigrar tiene más de 35 años, mientras que el 22% tiene entre 15 y 34 años. El 40% tiene educación secundaria o superior y sólo un 11% no terminó la secundaria. Pero el principal factor que define a quienes desearían mudarse a otro país es que tienen familiares y amigos que ya emigraron y con quienes se mantienen en contacto. Gallup encontró que el 59% de quienes respondieron que les gustaría emigrar tienen o han tenido en los últimos cinco años un familiar viviendo en otro país, mientras que sólo el 13% no tiene a nadie en el exterior con quien pueda contar.

"¿Cuál es tu Plan B?" es una pregunta que en muchos países se hace con una trágica naturalidad. Todos saben que el Plan B significa irse del país. En Venezuela, Guatemala, Nicaragua o Ecuador, prepararse para la triste pero inevitable contingencia de tener que emigrar cuando la ya precaria situación se haga invivible forma parte de la experiencia de la clase media. Si bien la mala situación económica y la falta de oportunidades son fuertes motivaciones para emigrar, cada vez más la inseguridad personal -los frecuentísimos robos, secuestros y asesinatos- se convierte en el detonante de la decisión de abandonar la patria. "Estoy dispuesto a no tener todo lo que me gustaría tener", me dice Arturo, un joven profesional guatemalteco, "pero no quiero vivir con miedo de salir a la calle. Por eso me fui". Elena, que es venezolana, ingeniera industrial y la primera persona de su familia que obtuvo un título universitario, me cuenta que decidió emigrar después de que la violasen... por segunda vez. "La primera vez fue muy traumática, pero decidí que no les daría el poder de cambiarme la vida. Me mudé de Maracaibo a Caracas. Un año después, saliendo del cine con mi novio, nos hicieron un secuestro express; nos tuvieron en un carro toda la noche obligándonos a sacar dinero de los cajeros automáticos, me violaron varias veces y a mi novio le dieron una terrible paliza. Eran militares. Pocos días después me fui a Miami, donde sigo ilegal, trabajo como camarera y vivo en un cuarto alquilado. No volveré más nunca". Hace pocos días, Javier Aguirre, el entrenador de la selección mexicana de fútbol, anunció en una entrevista que se iría del país porque vivir en México se le hacía intolerable debido a la inseguridad.

Arturo, Elena y Javier Aguirre son el tipo de gente con la cual se construye una sociedad decente y próspera. ¿Decidieron ellos irse o su país los expulsó? No importa. El hecho es que sus respectivos países ya no cuentan con su talento. Y lo que más importa es que millones como ellos están pensado en irse, y que esos sueños de emigración atenúan su compromiso con su nación y acortan su horizonte temporal. Quienes piensan en emigrar no tienen muchas razones para tener proyectos de largo plazo en un lugar que quizás abandonen. Éste es el empobrecedor proceso que transforma a los ciudadanos de un país en meros habitantes de su territorio. Y cuando un país tiene más habitantes que ciudadanos, su futuro no puede ser bueno.