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Columnas

Cómo hacerse rico con el Estado y sin el mercado

Andrea G

Moisés Naím / El País

El mundo está experimentando una explosión de megarricos. Este año, el número de nuevos nombres en la lista de las personas con fortunas superiores a los mil millones de dólares ha batido de nuevo récords. De acuerdo con la revista Forbes, hoy hay en el mundo 947 de estos individuos, de los cuales 178 aparecen en la lista por primera vez.

De los nuevos, 19 son rusos, 14 hindúes, 13 son chinos y por primera vez aparecen un rumano, un serbio y un chipriota. También por primera vez el hombre más rico del mundo reside y trabaja en un país pobre. El mexicano Carlos Slim ha superado a Bill Gates y Warren Buffet.

No hay nada nuevo ni en el hecho de que en el mundo haya individuos con enormes fortunas ni que la inimaginable riqueza de pocos coexista con la indescriptible pobreza de muchos. Lo que es nuevo es lo mucho que en algunos países han cambiado las fuentes de riqueza y lo poco que lo han hecho en otros. En ciertos países, para obtener grandes fortunas hay que inventar o controlar algo que la gente quiera comprar. En otros hay que inventarse la manera de controlar al Gobierno. Esta última, como sabemos, es la vieja manera de hacerse rico. Y en muchas partes, a pesar de la retórica de la globalización y el libre mercado, el abusar de los consumidores con el apoyo del Gobierno sigue siendo la norma.

Pero otras cosas han cambiado. Poseer vastas extensiones de tierra, por ejemplo, ya no basta para entrar en las ligas de los megarricos del mundo. Inventar eBay, Google o YouTube, sí. El ingenio, la educación y la creatividad son ingredientes que nunca antes habían tenido tanto peso en darle a millones de individuos, muchos de ellos sin más recursos que su talento, la posibilidad de competir con éxito en mercados globales. La clase social, los contactos, la nacionalidad o el color de la piel ya no son requisitos indispensables para llegar a estar entre los más ricos del planeta. Innumerables empresas de países pobres, por ejemplo, están sorprendiendo a sus competidores más establecidos y desplazándolos. SABMiller de Suráfrica se ha transformado en una de las cerveceras más grandes del mundo. Infosys, una empresa de la India que se especializa en tecnología de información, ha logrado una envidiable posición en el mercado mundial del outsourcing. Naturalmente, estos éxitos han enriquecido mucho a los dueños de estas empresas.

Pero no tanto como a Victor Pinchuk. El señor Pinchuk, de 46 años, que vive en Dnienepropetrovsk, en Ucrania, tiene una fortuna estimada en 7.000 millones de dólares. Es dueño de una fábrica de tubos de acero cuyo éxito en los años noventa le permitió diversificarse a muchos otros negocios, incluyendo la política. Pinchuk, que es yerno del anterior presidente de Ucrania, fue miembro del Parlamento hasta la revolución naranja.

Y ni siquiera es el hombre más rico de su país. Ese honor se lo lleva Rinat Akhmetov, que a los 41 años ya ha acumulado una fortuna de 16.000 millones de dólares. El señor Akhmetov también ha cultivado relaciones muy estrechas con gobernantes y políticos. Para los críticos de estos magnates no hay dudas de que sus fortunas se deben más a su habilidad para extraer privilegios, protecciones y ventajas de funcionarios públicos que a su capacidad para ser mejores que sus rivales, compitiendo en mercados no interferidos por el Estado.

Y ésta es una tendencia mundial: las megafortunas logradas gracias al Gobierno y no al mercado. Pero otra tendencia quizá más importante aún es que en la misma lista de megarricos que incluye a tantos empresarios que se enriquecen empobreciendo a sus clientes están muchos otros de todas partes del mundo, que gracias a su ingenio nos enriquecen a todos.