De Davos a Cartagena
Andrea G
Moisés Naím / El País
No debe de haber dos ciudades más diferentes. Davos es un pueblo nevado en los Alpes suizos y Cartagena de Indias es un soleado enclave colonial en la costa caribeña colombiana. Davos no es muy agraciada. Cartagena, en cambio, es probablemente la ciudad más bella de América.
Hace unas semanas ambas localidades hospedaron reuniones tan diferentes como su historia y su geografía. En Davos se reunió el Foro Económico Mundial y en Cartagena, el Hay Festival. En el primero predominaron las discusiones sobre negocios, geopolítica, tecnología y poder. En el segundo, las conversaciones fueron, principalmente, sobre libros y literatura.
Como se sabe, desde hace 45 años el Foro Económico Mundial reúne en Davos, a finales de enero, a una multitud de líderes mundiales. Este año, el Foro tuvo 2.500 participantes de 100 países, incluyendo 40 jefes de Estado, 300 altos funcionarios gubernamentales y 1.500 ejecutivos de las más grandes empresas del mundo. También asistieron 14 premios Nobel y numerosos académicos, activistas, periodistas y artistas.
El Hay Festival nació hace 27 años en Hay-on-Wye, un pueblito de Gales de solo 1.900 habitantes, y reúne anualmente a un buen grupo de escritores y amantes de la literatura. Bill Clinton dijo que el Hay Festival es un “Woodstock para la mente”. El encuentro ha sido exportado a otras ciudades (Segovia, Nairobi, Kerala, etcétera) y, desde hace 10 años, también se lleva a cabo, con creciente éxito, en Cartagena (Colombia). Este año atrajo a 183 conferenciantes (incluyendo dos premios Nobel) así como a novelistas, ensayistas, poetas, cineastas y periodistas que participaron en 115 sesiones. Y mientras que los asistentes al Foro Económico Mundial en Davos se conmovieron con un maravilloso concierto de Andrea Bocelli, los de Hay-Cartagena aplaudieron a rabiar una magistral conversación-recital de Juan Luis Guerra.
La reunión de Davos es un evento único y su poder de convocatoria es inigualable. El Foro atrae un gran número de participantes conocidos por su peso político, económico o mediático, por su activismo social, sus descubrimientos científicos o su arte. Por supuesto que es una reunión de una cierta élite mundial y es obvio que en los corredores del centro de congresos de Davos no se va a gestar la rebelión que pondrá de cabeza el injusto orden existente en el mundo. Pero es igualmente cierto que en Davos se pueden detectar tempranamente tendencias, temas e ideas que tendrán un gran impacto internacional. Así, mientras algunos perciben la reunión de Davos como una conspiración, yo la veo como un interesante barómetro de los humores, temores y pronósticos de un grupo de gente con mucha influencia.
Este año, por ejemplo, el ambiente contrastó con el de reuniones anteriores. Desde la crisis de 2008, las conversaciones en Davos habían estado imbuidas de gran ansiedad acerca de los peligros económicos: ¿cuál es el próximo país o gran institución financiera que colapsará?, era la pregunta más frecuente. Ya no. La preocupación por la economía mundial se mantiene y la anémica situación de Europa figura muy arriba en la lista de riesgos. Pero ya no hay la sensación de que estamos al borde de un precipicio económico global. Este año la ansiedad pasó de la economía a la geopolítica: ¿cuál será la próxima guerra, insurrección o conflicto no tradicional que descarrilará al mundo? No hay consenso sobre la respuesta: algunos ven el riesgo en la beligerancia de Rusia y otros en Oriente Próximo o en las fricciones entre China y sus vecinos. Pero un interesante indicador es que si hace unos años Vladímir Putin se presentó en Davos y su estilo y discurso llevaron a muchos a concluir que era el hombre más poderoso del planeta, este año su imagen es más la de un líder debilitado, aislado y peligroso que la de un estadista mundial.
En Hay-Cartagena, tanto la audiencia como las angustias fueron de otro tipo. Mientras que el 67% de los asistentes a Davos vinieron de Norteamérica y Europa, en Cartagena el público era casi todo latinoamericano, principalmente colombiano. Y para muchos, la preocupación era cómo llegar a las sesiones antes de que se llenara la sala, lo cual ocurría casi siempre. Vi largas colas de gente esperando bajo el inclemente sol caribeño para… oír hablar de libros. Cuando muchos pronostican el fin de los libros y la degradación de la literatura y su reemplazo por breves mensajes digitales, en Cartagena había revendedores callejeros ofreciendo entradas un poco más caras que el precio oficial (8 dólares) para entrar a sesiones sobre novelas o poesía como si fuesen un partido de fútbol o un concierto de rock. Y las vendían todas. En la cuna del realismo mágico se da este muy real milagro.
Así, mientras que la reunión de Davos es buena para el cerebro, la de Cartagena es fantástica para el alma.