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Columnas

El verdadero secreto de Washington

Andrea G

Moisés Naím / El País

¿En qué se parecen Donald Trump y el embajador de Francia en Estados Unidos? Ambos detestan “Washington”. Entre otras razones, porque está llena de gente parecida a Frank Underwood, un ambicioso político magistralmente interpretado por Kevin Spacey en House of Cards, la popular serie de televisión ambientada en la capital estadounidense. Cuando una joven periodista descubre sus fechorías, Underwood la asesina empujándola bajo un tren. Y esta es tan solo una de las barbaridades que comete para lograr el objetivo que todo lo justifica: ser presidente de EE UU. Objetivo que Underwood, por supuesto, logra.

Las historias basadas en la premisa de que en Washington todo vale y todo se hace con tal de obtener y retener el poder están de moda. Y esta imagen no solo la nutre Hollywood. Todos los políticos estadounidenses rutinariamente denuncian a “Washington” por su disfuncionalidad y venalidad. Aun los candidatos más profundamente arraigados en esta capital se declaran “anti-Washington” y prometen “limpiarla” si son electos. Y hay más: es normal que los diplomáticos extranjeros sean discretos al referirse a su lugar de destino. A menos que se trate de Washington. Por ejemplo, Gerard Araud, el embajador de Francia en EE UU, declaró hace poco que “Washington es principalmente relaciones públicas”. Y añadió: “El problema con Washington DC es que es solamente la capital política… Uno aquí está atrapado o prisionero. Por lo tanto hay que viajar mucho”. ¿Qué pasaría si el embajador de EE UU en Francia dijese en una entrevista que París es una ciudad frívola y ensimismada? Es fácil imaginar el titular de Le Monde y la reacción del Gobierno. En cambio, el desdén público del embajador francés no tuvo repercusión alguna. Después de todo, hablar mal de Washington es lo normal.

Es obvio que al embajador Araud lo asfixian los aires de la ciudad, donde se siente prisionero. Su asfixia es sorprendente, ya que Washington es la urbe con más parques de EE UU, y una de las cinco mejores para ciclistas, por ejemplo. Pero si la asfixia es intelectual, entonces el embajador podría darse una rápida escapadita a la Biblioteca del Congreso, que es la más grande del mundo, o a uno de los 225 museos de la ciudad. Washington tiene el mayor complejo museístico del planeta (que recibe anualmente el doble de visitantes que el Louvre). El Kennedy Center for the Arts ofrece semanalmente producciones de opera, ballet o música de calibre internacional. Pero si se trata de aplacar su sed de ideas y debates puede asistir a una de los centenares de reuniones que diariamente se celebran en los 396 think tanks, a unos pocos minutos de su Embajada (ninguna otra ciudad tiene tantos). O podría hablar con algún experto del Banco Mundial, del Fondo Monetario Internacional o de algún otro de los muchos organismos internacionales que tienen su sede en la capital estadounidense.

El verdadero gran secreto de Washington es que es una ciudad extraordinaria. Las caricaturas con las que sus críticos la describen no tienen mucho que ver con la realidad. Por supuesto que la capital de Estados Unidos es una ciudad donde la política, con sus intrigas, vanidades, manipulaciones, miserias y grandezas es muy importante y visible. Pero Washington es mucho más que eso.

En Washington, por ejemplo, radica el mayor centro de investigaciones médicas del mundo, el Instituto Nacional de Salud (INS). Alberga a 6.000 científicos y 148 de sus actuales o pasados investigadores han ganado el premio Nobel. El presupuesto anual del INS excede los 30.000 millones de dólares. Washington es la capital mundial de la medicina genética y lidera la búsqueda de curas contra el cáncer. Es también el lugar con la población más educada de EE UU: 22% tiene un diploma de postgrado y casi la mitad un título universitario. En parte, como consecuencia de los altos niveles educativos, esta es la ciudad más rica del país. La media del ingreso per cápita de los habitantes del área metropolitana de Washington (que incluye los suburbios del norte de Virginia y Maryland) es la más alta de Estados Unidos. Sorprendentemente, supera en un 20% el ingreso medio de la segunda área más prospera: el famoso Silicon Valley, la sede de Google, Apple, Facebook, etc. También supera los ingresos medios de ciudades como Nueva York (finanzas), Los Ángeles (entretenimiento) o Houston (petróleo). El otro factor que contribuye a la prosperidad del área metropolitana de Washington es que su economía ha venido creciendo a un ritmo chino: 7,6% al año desde 2006. Ninguna otra área de EE UU ha crecido más rápido.

Finalmente, otra interesante sorpresa de Washington es su diversidad. El 35% de los residentes nacidos fuera de EE UU proviene de Asia, el 13% de África y el 9% de Europa. Y, por supuesto, la gran mayoría (el 48%) viene de las Américas.

Claro que el Gobierno federal, el Congreso, los miles de lobistas que tratan de influir en ellos y los medios de comunicación que los cubren hasta la saciedad son parte importante de Washington. Pero no la definen.

De hecho, los atributos menos conocidos de Washington provocan la “fiebre del Potomac”, un contagioso virus que afecta a muchos de quienes llegan con el plan de quedarse por poco tiempo pero nunca se van. Como le pasó a Frank Underwood.