Los terroristas también sepultaron ideas
Andrea G
Moisés Naím / El País
Los ataques terroristas no sólo mataron personas; también mataron ideas. Muchas de las certezas y las presunciones que moldearon por años el análisis, las políticas y los presupuestos, no sobrevivirán a la embestida de los aviones contra el World Trade Center y el Pentágono. Algunas de las ideas que fallecieron ese martes nos habían acompañado durante décadas; otras eran tan nuevas como la Administración Bush. Pero, asimismo, los ataques han potenciado otras ideas, algunas de las cuales resultarán tan descabelladas como aquellas de las que dispusieron los terroristas.
Entre las principales ideas ahora sepultadas bajo miles de toneladas de escombros está la noción de que la tecnología podía hacer inexpugnable el territorio estadounidense. En teoría, la muerte de esta idea también debería acabar con los planes para construir el escudo antimisiles que protegería a los Estados Unidos de los ataques balísticos intercontinentales de países como Irak o Corea del Norte. Pero no será así. Hay demasiado dinero de por medio y muchos intereses en juego para que este programa muera en silencio, o rápido. Además, para muchos en la Administración Bush, el tema del escudo antimisiles es casi una religión. En todo caso, lo cierto es que a los proponentes de la Defensa Nacional Antimisiles les será ahora mucho más difícil convencer a los norteamericanos de que éste es el mejor uso de sus impuestos. Los terroristas hicieron que todos sean total y dolorosamente conscientes del significado concreto de lo que es la 'guerra asimétrica': enemigos que responden a las armas de alta tecnología con herramientas tan rudimentarias como una hojilla de afeitar. La idea de que, en algunos casos, la brillantez de científicos e ingenieros no es rival suficiente para enfrentar la motivación suicida de fanáticos ya no es una predicción de algún otro comité de expertos que evalúa las amenazas contra Estados Unidos. Ahora es una convicción grabada con fuego en las mentes de todos los que vieron las desgarradoras escenas de los aviones estrellándose contra las Torres Gemelas.
Estas escenas también destruyeron la idea según la cual la superioridad militar garantiza la seguridad nacional. El poderío militar puede ser necesario, pero contrariamente a lo que solía estar implícito en los regateos sobre los presupuestos militares, no es suficiente para garantizar la seguridad de una nación.
Los ataques terroristas también han generado nuevas ideas que alimentarán debates y moldearán políticas. La principal, por supuesto, es la necesidad de emprender una 'guerra mundial contra el terrorismo'. Si bien ésta no es una idea nueva, ahora está muy arriba en la agenda política del momento. Darle más atención, dinero y prioridad a los esfuerzos para prevenir y luchar contra el terrorismo es absolutamente necesario. Pero esta idea ha puesto de moda otras dos que son más problemáticas. La primera es que la lucha contra el terrorismo es una 'guerra' y que por lo tanto puede 'ganarse'. La segunda es que los otros problemas de política exterior que enfrentaba Estados Unidos antes de los ataques terroristas del martes 11 de septiembre han perdido prioridad y pueden dejarse cocinar a fuego lento mientras se responde al ataque y se adelanta la guerra contra el terrorismo.
El terrorismo siempre ha existido y no se erradicará. De hecho, al estimular la movilidad de los terroristas, su agilidad y su alcance, la globalización los ha convertido en adversarios mucho más temibles. Además, en el mundo no faltan criaderos fértiles de futuros terroristas. Desde campamentos de refugiados que albergan millones de desplazados por las guerras o la violencia étnica, hasta barrios gigantescos donde la desesperanza y la muerte son crónicas, las fuentes de suministro de terroristas continuarán siendo muy abundantes.
La idea de que la eliminación de Osama Bin Laden y su red frenará sustancialmente la amenaza terrorista es tan descabellada como la esperanza de que la eliminación de Pablo Escobar, el otrora líder del cartel de las drogas más poderoso y violento de Colombia, acabaría con el narcotráfico. Después de que la policía colombiana lo dio de baja, Escobar fue reemplazado rápidamente por otros narcojefes, tanto o más astutos y violentos que él. Otros carteles colombianos, mexicanos e incluso rusos pronto llenaron el vacío dejado por un debilitado cartel de Medellín. Hoy la 'guerra' contra las drogas no ha menguado y más bien se ha hecho más intensa, global y feroz que nunca antes. No hay razones para creer que la 'guerra' al terrorismo será diferente: será permanente, con enemigos escurridizos y cambiantes. En esta guerra ni siquiera grandes victorias podrán asegurar que el enemigo ha sido derrotado. Llamar 'guerra' a este conflicto puede parecer lo correcto, pero lo que se está disputando es muy diferente que lo que se solía llamar guerra. Pocos países están preparados para librarla efectivamente y cabe esperar que su próximo teatro ocurra en algún centro urbano en Europa.
La otra idea engendrada por los recientes eventos es que en el futuro cercano no habrá prioridad de política exterior más importante para los Estados Unidos que derrotar a los terroristas. Sin embargo, antes de los atentados los Estados Unidos estaban enfrentando, además de las amenazas terroristas, miríadas de otros retos en política exterior para los que no tenía respuestas claras.
Mientras los ataques terroristas pueden y deben usarse como una oportunidad para mejorar la relación de Estados Unidos con Rusia y China, sigue siendo un hecho que la Administración Bush aún está en proceso de definir los términos de su estrategia de largo plazo con esos dos países. Por ejemplo, no está claro qué posición adoptará la Administración Bush hacia China: aliado estratégico o amenaza futura. ¿Ignorará a Rusia o la involucrará activamente? Mientras la alianza de la OTAN ha apoyado a Estados Unidos de manera inequívoca y decidida, múltiples diferencias y desencuentros -desde el escudoantimisiles hasta el acuerdo de Kioto- todavía permean las relaciones entre Europa y Estados Unidos.
En unos pocos meses, la cumbre de la Organización Mundial de Comercio en Doha resaltará el triste estado en que está el régimen comercial mundial y la realidad de que, si Estados Unidos no construye una coalición que pueda romper el estancamiento que ha paralizado las negociaciones comerciales durante años, nada significativo pasará en este ámbito. El Plan Colombia. Las tensiones entre India y Pakistán, China y Taiwan o la península coreana. Los Balcanes. La proliferación nuclear. África. El sida. La pobreza. El desaceleramiento económico mundial y la inestabilidad financiera. Argentina y Turquía. Y por último, pero no por ello de menor importancia, Oriente Próximo. La lista es larga y bien conocida. Algunos de éstos son problemas crónicos que no desaparecerán. Otros están latentes y no requieren atención inmediata. Otros no afectarán directamente los principales intereses estadounidenses. Pero más temprano que tarde uno o más de estos problemas, que afecten intereses norteamericanos, estallarán fuera de control. Y Estados Unidos no podrá darse el lujo de no involucrarse. En un año o dos, la lucha contra el terrorismo será a su vez desplazada como la más alta prioridad por alguno de estos factores. De hecho, es fácil predecir que en unos meses la opinión pública de EE UU habrá cambiado de tema: en vez de hablar sin cesar del terrorismo y de Bin Laden, hablará de la recesión económica y de los despidos que tocarán directamente las vidas de muchos más estadounidenses de las que tocó Bin Laden.
Los economistas que hasta hace poco dominaban los talk shows discutiendo en qué invertir el superávit fiscal norteamericano y que ahora han sido desplazados por los expertos en asuntos militares regresarán a las pantallas. La diferencia es que el tema a discutir será el déficit fiscal de Estados Unidos y sus efectos sobre el dólar o las tasas de interés.
La buena noticia es que otra idea que surge de las cenizas de la tragedia es, ojalá, que ahora quede más claro para todos que ni siquiera el país más poderoso puede andar solo por el mundo. Muchos de los instintos unilateralistas tan evidentes al principio de la Administración de Bush afortunadamente se atemperarán ahora que la lucha contra el terrorismo requiere la cercana cooperación de otros países. ¿Quién iba a pensar hace tan sólo unos meses que Estados Unidos necesitaría tan desesperadamente de la amistad y la activa colaboración de Pakistán? Esta lección será útil cuando surja la necesidad de responder a los otros desafíos mundiales que enfrenta Estados Unidos. Muy pocos -tal vez ninguno- de los problemas enumerados antes pueden ser confrontados eficazmente por el coloso del Norte actuando en solitario. Todos necesitamos amigos y aliados. Incluso las superpotencias.