Cleptocracia y cacocracia
Andrea G
Moisés Naím / El País
Mientras el mundo se desgañita debatiendo sobre socialismo, capitalismo, independentismo, populismo y otros ismos, los ladrones y los ineptos están tomándose cada vez más gobiernos. Ladrones en el poder los ha habido siempre y gobernantes incompetentes también. Pero, en estos tiempos, la criminalidad de algunos jefes de Estado ha alcanzado niveles dignos de los tiranos de la antigüedad. Y las consecuencias de la ineptitud de quienes mandan se ven ahora amplificadas por la globalización, la tecnología, la complejidad de la sociedad, así como por la velocidad con la que suceden las cosas.
Ya no estamos hablando solo de la corrupción “habitual”; la del ministro que cobra una comisión por la compra de armas o por otorgar a dedo el contrato para construir una carretera. Ni de un caso aislado en el que el más tonto de la clase llega, para sorpresa de sus antiguos compañeros, a ser presidente.
No; en el caso de la cleptocracia se trata más bien de conductas criminales que no son individuales, oportunistas y esporádicas sino colectivas, sistemáticas, estratégicas y permanentes. Es un sistema en el cual todo el alto Gobierno es cómplice y se organiza de manera deliberada para enriquecerse —y usar las fortunas acumuladas para perpetuarse en el poder—. Para los cleptócratas el bien común y las necesidades de la población son objetivos secundarios y solo merecen atención cuando están al servicio de lo más importante: engordar sus fortunas y seguir mandando.
El caso de los ineptos en el poder es algo distinto. Las cacocracias (los gobiernos de los malos) proliferan en sistemas políticos degradados y caóticos que repelen a los talentosos y le abren paso a los peores ciudadanos, o a los menos preparados. Obviamente es posible que a veces se combinen los dos y el Gobierno no solo sea criminal sino también incompetente. Cuando coinciden, la cleptocracia y la cacocracia se refuerzan entre sí.
Un ejemplo que ilustra la conducta de gobiernos cleptócratas lo ofrece el respetado periodista brasileño Leonardo Coutinho. Recientemente, Coutinho recogió el testimonio de Marco Antonio Rocha, un oficial de la aviación boliviana que reveló el tráfico de grandes volúmenes de cocaína de Bolivia a Venezuela y a Cuba. Cuenta Rocha que semanalmente debía pilotar un avión desde La Paz a Caracas y La Habana cargado con las “maletas diplomáticas”, entregadas por los agregados militares de la Embajada de Venezuela en La Paz. Solo que en este caso no eran ni maletas ni llevaban documentos diplomáticos. Eran enormes bultos que contenían 500 kilos de cocaína. Una operación de este tipo requiere la complicidad de los más altos niveles del Estado en, al menos, tres países. Esta no es solo la historia de una operación más de narcotraficantes, sino que también revela las actividades de una alianza de gobiernos cleptocráticos. El primer ministro de Malasia, Najib Razak, quien acaba de perder las elecciones, ha sido acusado de haber organizado un sistema financiero que le permitió pasar 42.000 millones de dólares de cuentas públicas a cuentas privadas controladas por sus familiares y cómplices. En Brasil, el escándalo conocido como Lava Jato reveló una vasta, sofisticada y permanente red de corrupción que involucró durante años a centenares de los más poderosos políticos, gobernantes y empresarios del país y de toda América Latina.
Un error común es suponer que las cleptocracias solo se dan en los rincones más pobres y subdesarrollados. Rusia es un país avanzado cuyos dirigentes muestran claros signos de constituir una cleptocracia. Uno de sus pilares fundamentales son los exagentes secretos de la KGB convertidos en oligarcas cuyas enormes empresas trabajan de la mano del Kremlin. En un testimonio ante el Senado de Estados Unidos en 2017, Bill Bowder, empresario de vasta experiencia en Rusia y acérrimo crítico de su Gobierno, afirmó que “Putin se ha hecho el hombre más rico del mundo y su fortuna alcanza a los 200.000 millones de dólares”.
Es también un error pensar que solo en países con instituciones débiles y sistemas políticos inmaduros pueden llegar a ocupar las posiciones más importantes personas que no tienen la capacidad y la preparación necesarias. Lo que estamos viendo en Estados Unidos y en países europeos con una larga tradición democrática muestra que ninguna nación es inmune a la cacocracia. En Estados Unidos, la búsqueda en Internet del significado de esta palabra derivada del griego antiguo ha tenido un enorme auge desde la llegada de Donald Trump a la Casa Blanca.
Como buenos prestidigitadores, los cleptócratas saben cómo distraernos de sus fechorías y los cacócratas de su incapacidad. Lo hacen hablándonos de sus ideologías y atacando a las de sus rivales. Mientras nosotros vemos y participamos en estos torneos ideológicos, ellos roban. O tontean.
Y nosotros pagamos las consecuencias.