Fronteras movedizas
Andrea G
Moisés Naím / El País
Si las arenas movedizas son peligrosas, las fronteras movedizas lo son aún más. Mientras que las arenas movedizas se tragan gente, las fronteras que se mueven se tragan sociedades enteras. Hace 70 años Hitler quiso cambiar las fronteras de Europa, y el imperio japonés, las de Asia. Esos intentos le costaron la vida al 3% de la humanidad. Al terminar esas guerras millones de sobrevivientes se encontraron dentro de nuevas líneas divisorias, algunas de las cuales eran asfixiantes e infranqueables. El muro que partió a Berlín fue la más famosa de las fronteras de la postguerra construidas para encarcelar a una nación.
Después de la Segunda Guerra Mundial vino un periodo en el que muchas colonias se independizaron, cambiando así los confines de los imperios que aun sobrevivían. En la segunda mitad del siglo XX, el movimiento de líneas fronterizas a gran escala disminuyó, pero los intentos de redefinirlas no desaparecieron.
En 2014, por ejemplo, Vladímir Putin se tragó a Crimea, moviendo así la frontera rusa. Al otro lado del mundo, los chinos han estado creando nuevas fronteras. Lo que hasta hace unos años eran pequeños y deshabitados arrecifes en medio del mar del Sur de China, son ahora microislas capaces de albergar bases militares del Gobierno de Pekín. Drenando sedimentos y arena del fondo del mar y compactándolos alrededor de los arrecifes y atolones coralinos, los hicieron crecer hasta el punto en que les fue posible construir puertos y aeropuertos en los nuevos islotes. De esta manera, China ha creado una nueva realidad geográfica y con ella nuevas fronteras que le permiten reclamar la soberanía sobre el área marítima adyacente.
Los chinos no son los únicos ni los primeros en alterar los lindes en la zona creando islas: Vietnam, Malasia, Filipinas y Taiwán también lo han hecho, aunque de manera más modesta. Todos quieren o bien proteger el territorio sobre el cual ya ejercen su soberanía o ampliarlo. Otros quieren que su región tenga fronteras que la conviertan en un país soberano. Solo en Europa hay 21 regiones con movimientos independentistas que, de tener éxito, alterarían el mapa del continente y transformarían su política y su economía.
Pero en estos tiempos, una tendencia mundial aún más fuerte que el independentismo es el fortalecimiento de las fronteras para hacerlas más inexpugnables —no para los ciudadanos que desean salir, sino para los extranjeros que quieren entrar—. Según un análisis de Reuters, desde la caída del muro de Berlín los países europeos han construido 1.200 kilómetros de cercas y vallas antinmigrantes, la gran mayoría desde 2015. Esa distancia equivale al 40% del largo de la frontera de Estados Unidos y México. Uno de los más entusiastas constructores de cercas antinmigrantes es Viktor Orbán, el primer ministro de Hungría, quien, además, acaba de enviar una factura de 400 millones de euros a la Unión Europea para que le reembolsen los gastos en los que ha incurrido para construir sus cercas.
Como sabemos, Donald Trump también quiere que México pague los 21.000 millones de dólares (18.000 millones de euros) que costará el muro que quiere construir en la frontera común. Tanto la Unión Europea como el Gobierno de México han declinado la invitación a pagar por el enrejado de Orbán y el muro de Trump.
Una de las ironías de estos tiempos tan confusos es que mientras los nacionalismos, el proteccionismo y el aislacionismo están a flor de piel, las fuerzas que los socavan son cada vez más potentes. Los virus cibernéticos y las pandemias no respetan las fronteras. Los cada vez más frecuentes y más destructivos huracanes, ciclones y tifones tampoco. Los eventos climáticos extremos unen a los países en sus catástrofes compartidas.
Proteger las economías nacionales de los efectos de las crisis financieras que ocurren en otros países es imposible. Impedir la llegada de nuevas tecnologías o ideas tóxicas que alteran el rumbo económico y político de una nación es cada vez más difícil. ¿Qué frontera del mundo ha logrado repeler a los contrabandistas de personas, drogas, productos falsificados, armas y mucho más? Ninguna.
¿Quiere decir todo esto que el Estado nación está en proceso de extinción y que los nacionalismos no son viables en la práctica? Por supuesto que no. Los Estados, el patriotismo y los nacionalismos están aquí para quedarse. Y las fronteras también.
Pero también están para quedarse las fronteras movedizas. Y las que, independientemente de las promesas de los políticos, en la práctica no logran darle a los ciudadanos la seguridad que ansían.