¿Qué puede aprender Trump de Al Capone y Richard Nixon?
Andrea G
Moisés Naím / El País
“Me podría parar en medio de la Quinta Avenida en Manhattan y dispararle a alguien y aun así no perdería votos”, afirmó el actual presidente de Estados Unidos cuando aún era candidato. Probablemente tenía razón entonces y hoy seguramente sigue contando con un gran número de seguidores incondicionales. Esto no quiere decir que Donald Trump sea invulnerable. Su estancia en la Casa Blanca puede verse truncada por una masiva revuelta política o por un proceso judicial que conduzca a su destitución.
Esto último es más probable que lo primero. Es sorprendente la frecuencia con la cual, en Estados Unidos, gobernadores y alcaldes, congresistas, miembros del Ejecutivo y otros altos funcionarios pierden su cargo por incumplir alguna ley. Ni siquiera los presidentes han sido inmunes a catastróficos tropiezos legales.
Estos enredos suelen ocurrir cuando un político o gobernante trata de encubrir un delito “menor” o una conducta que daña su reputación. Para ello miente bajo juramento u obstruye a la justicia, cometiendo así un delito más grave que el que intenta esconder. “Lo que te hace caer no es el delito, es su encubrimiento” es una frase que se oye regularmente en los círculos del poder en Estados Unidos (y que es ignorada con la misma regularidad).
Esto le pasó a Richard Nixon, quien renunció justo antes de ser destituido por obstruir a la justicia cuando intentó ocultar su participación en el caso Watergate.Y también le pasó a Bill Clinton, acusado de mentir cuando fue interrogado bajo juramento sobre su relación con Mónica Lewinski. La Cámara de Representantes votó a favor de su destitución como presidente, pero el Senado lo absolvió, permitiéndole así terminar su mandato. Y esto mismo le acaba de ocurrir al gobernador de Alabama, Robert Bentley, que ha tenido que dimitir tras ser acusado de mentir y usar recursos públicos para ocultar la relación extramatrimonial que mantuvo con su asesora política. De nuevo, los esfuerzos por esconder su conducta, y no la conducta en sí, fueron la causa de su salida del poder. Y le ha sucedido también al general Michael Flynn, consejero para la seguridad nacional nombrado por el presidente Trump. Flynn batió un record al durar solo 20 días en el cargo. Tuvo que renunciar al descubrirse que, a pesar de haberlo negado, las conversaciones que mantuvo con el embajador ruso en Estados Unidos sí incluyeron la posibilidad de aliviar las sanciones económicas impuestas a Rusia por haber invadido Crimea. Las conversaciones con el diplomático no fueron la causa de la salida de Flynn, sino el haber mentido sobre su contenido.
Los casos del gobernador Bentley y del general Flynn son solo los ejemplos de esta semana y del mes pasado, pero la lista de poderosos que dejan de serlo al tratar de encubrir relaciones sexuales escandalosas, tráfico de influencias, actos de corrupción, uso indebido de recursos públicos o responsabilidad en decisiones erradas es increíblemente larga. Donald Trump haría bien en aprender la lección.
La otra lección que debería tener muy presente es que el dinero deja huellas. Por eso “seguir la pista del dinero” se ha convertido en otra popular consigna en Washington. Trazar los orígenes y los intermediarios, las contraprestaciones y todos los movimientos de fondos es la mejor manera de encontrar las vulnerabilidades de los poderosos. En Estados Unidos, las relaciones sexuales escandalosas y el manejo indebido de fondos son las dos razones más frecuentes por las cuales se estrellan los líderes políticos. “Seguir el dinero” fue la consigna que finalmente llevó a Al Capone a la cárcel, por ejemplo. El gánster más famoso del siglo XX fue acusado de todo tipo de crímenes, incluyendo 33 asesinatos, pero nunca se le pudo comprobar nada. Solo cuando las autoridades lograron demostrar que había evadido el pago de impuestos, Capone fue condenado a una larga pena en prisión.
La semana pasada, la agencia de noticias Associated Press reveló que Paul Manafort, el jefe de la campaña electoral de Donald Trump entre marzo y agosto del año pasado, recibió 1,2 millones de dólares de un grupo político pro-ruso basado en Ucrania. Manafort, quien inicialmente dijo que el informe era falso, ahora acepta haber recibido el dinero, pero alega que fue el pago de sus honorarios. Se sabe que el FBI está investigando a Manafort por sus posibles contactos con agentes rusos que podrían haber estado apoyando la campaña presidencial. También se sabe que Donald Trump se ha negado a hacer públicos sus impuestos. Es difícil que esos documentos no salgan a la luz. Cuando eso suceda, “seguir el dinero” que allí se muestra puede ofrecer interesantes revelaciones.
Trump haría bien en tener en cuenta cómo se hundieron Al Capone y Richard Nixon.