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¿Por el mismo camino?

Andrea G

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Harold Olmos / Página Siete

Ni en sus peores pesadillas la sociedad venezolana imaginó que sus insatisfacciones iban a desembocar en el socialismo del siglo XXI al que la ha llevado Nicolás Maduro. Con esta conclusión, resulta sorprendente que haya sociedades vecinas, como la boliviana de Evo Morales y su Movimiento Al Socialismo, aún empeñadas en llegar a ese caos que ha llevado al exilio a cerca de cinco millones de venezolanos. 

La violenta y rápida metamorfosis de la riqueza a  la pobreza ocurrió en el transcurso de una sola generación. Moisés Naím (El fin del poder, minotauros y tigres de papel, entre otras publicaciones) nos expone, dentro de una trama sentimental y política, el escenario en el que se construyó ese fenómeno.

Venezuela tenía todas las condiciones para no caer en el desastre al que ha llegado. La corrupta administración de su riqueza petrolera la hacía creer protegida de los males que aquejaban a sus vecinos del continente. Pero, más bien, apretó el gatillo que echó al suelo su creencia de estar próxima al paraíso de la modernidad que anticipaban las élites políticas. Su experiencia como político (fue ministro del segundo gobierno social-democrático de Carlos Andrés Pérez, que buscaba reconducir a su país)  fue parte del denso bagaje que lo ha convertido en reputado analista internacional, uno de los más versados en su país y temas latinoamericanos.

Dos espías en Caracas (Penguin Random House, Buenos Aires, 380 páginas)  es una ficción en la que se deslizan agentes de la CIA y el G-2 cubano en la capital venezolana. A cargo de Venezuela, los dos jefes de estación se enredan en un romance, a lo largo del cual ocurren muchos incidentes de los últimos años del siglo pasado y comienzos del presente.

Una originalidad de la obra-novela: ninguno de los agentes conoce el trabajo específico del otro y la trama sigue con detalle el curso histórico de los últimos 30 o 40 años de la vida venezolana, con relieve en los episodios que hicieron noticia en todo el mundo. Los episodios cobran vida a  través del espionaje. Los enamorados se mueven en campos opuestos y hacen de toda la trama una versión novelesca que no se puede parar de leer.

Quienes han vivido en Venezuela durante los años en que se desliza la trama, leerán la obra con la avidez generada por episodios conocidos y que el autor, con cuidadosa habilidad, convierte en una novela apasionante. A ratos uno no sabe si está leyendo una obra histórica o una historia convertida en romance.  

Gracias a Librería Litexa, que recientemente abrió una sucursal en Santa Cruz,  me encontré con la obra. Con su nombre ya conocido en gran parte de  los grandes diarios, Naím dio el salto a la novelística con un tema familiar para gran número de latinoamericanos: el crepúsculo democrático venezolano después de haber sido el país que más había practicado la democracia tras la dictadura feroz de Marcos Pérez Jiménez (1948-1958).

Fue poco a poco pero en relativamente corto tiempo que el comandante Hugo Chávez convirtió a Venezuela  en el primer  país marxista-leninista de América del Sur. Con la ideología y los programas populares, vinieron decenas de miles de cubanos, gracias a acuerdos especiales firmados entre Fidel Castro y el líder venezolano. No se realizó un empeño semejante en educación.

Irónicamente, mientras el comunismo moría en el país donde primero se  instaló, renacía en la nación petrolera más rica del mundo al mando de un arrojado teniente coronel, cuyo país contaba con vastos recursos financieros y las más grandes reservas petrolíferas del planeta. Hugo Chávez tuvo una fortuna adicional: los años de mayores ingresos para Venezuela resultaron de un aumento colosal de los precios del  petróleo, que sólo empezaron a declinar en 2014, un año después  de  la muerte del comandante venezolano.

Naím nos trae  pasajes que reconfirman el nombre de “Venezuela saudita”, que se le dio por los gastos gigantescos y extravagantes , como joyas deslumbrantes que, sin mayor pudor, lucían esposas, novias y parientes de los ricos, así como fiestas que costaban millones de dólares, con invitados traídos desde sus países en aviones especialmente fletados, whisky a raudales de 5.000 dólares la botella y otras golosinas.

Un acápite que parece importante citar está ligado al armentismo venezolano y los aviones supersónicos que Venezuela adquirió de Rusia y que no pudieron hacer el viaje en flota con el comandante. Resulta que no  había pilotos venezolanos entrenados para hacerlo. El comandante –en la novela de Naím y probablemente también en la realidad– no tenía aviadores que supiesen pilotear la versión más moderna de la aviación rusa, pues no habían recibido entrenamiento. ¿El motivo? El comandante, en la novela de Naím, tenía recelo de que los nuevos aviones, con pilotos entrenados, serían un arma poderosa para eventuales conspiradores.

Con Venezuela siempre cerca de la realidad boliviana, la obra de Naím resultará de interés indudable.