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“Para deshacer décadas de políticas gubernamentales equivocadas, Javier Milei puede aprender de la dura experiencia de los reformistas de Europa del Este, América Latina y otros países.”
La toma de posesión de Javier Milei como nuevo presidente de Argentina marcará un hito histórico: Nunca antes se había elegido a un libertario para dirigir un país.
Hace 10 años, creíamos que habíamos entendido cómo funcionaba China. El gigante asiático había dejado atrás la dictadura de Mao Zedong y se estaba convirtiendo en un ente híbrido, ni capitalista ni socialista pero siempre pragmático. El liderazgo ya no lo ejercía una persona sino una institución colegiada —el Comité Permanente del Buró Político del Comité Central del Partido Comunista—.
Una vez más Argentina optó por vivir tiempos interesantes. Los argentinos acaban de escoger como presidente a Javier Milei, una figura abismalmente distante de los políticos convencionales. Milei es muchas cosas: un economista libertario ortodoxo, un provocador de derecha nacido para la televisión y dotado de un ego adecuado para ese medio, un entusiasta de clonar perros, explorar la mística esotérica, y un político orientado al poder que está dispuesto a construir alianzas con personas que lleva años despreciando públicamente. No es fácil discernir cuál de los dos (¿o más?) Mileis terminará gobernando Argentina.
Son 2,4 billones. Se dice rápido. Un dos, un cuatro, seguidos por once ceros. Es la astronómica cifra en dólares que se necesita para hacerle frente al cambio climático. Y no una sola vez: es la cifra que habría que gastar año tras año, para evitar los peores efectos de los cambios que hemos causado en la atmósfera. Nadie sabe a ciencia cierta quién o cómo se podrá disponer de tal cifra. Pero más nos vale conseguir la solución.
En América Latina, por ejemplo, los impactos del cambio climático se harán sentir al mismo tiempo que la precariedad económica se agudiza.
Mucho se ha dicho que el mundo vive una “recesión democrática”, con la democracia retrocediendo en muchas partes del mundo. Pero hay otra recesión soterrada, que va de la mano con la primera, pero la rebasa: la recesión mundial del estado de derecho.
Esto es nuevo. Nunca había pasado algo así. Después del espanto, el dolor y la indignación, esta fue la reacción instintiva —y correcta— que muchos tuvimos ante la barbarie desplegada por Hamas.
Un rey se baña tranquilamente en uno de sus ríos cuando se acerca una cierva malherida que está a punto de dar a luz. Sobrecogido por la compasión, el rey adopta al venadito que nace de ella. Lo hace su mascota y se apega a él con tal pasión que, muchos años después, al momento de su muerte, su última sensación es su ilimitado afecto por el animal.
Es fácil imaginar Internet como un fenómeno etéreo, inmaterial. En estos tiempos es normal, por ejemplo, conectarse a la red sin necesidad de cables, guardar datos en “la nube”, y suponer que la información fluye sin “ensuciarse” en el mundo táctil. Lástima que estas suposiciones sean erróneas. La red de la cual dependemos es alarmantemente física y eminentemente vulnerable.
Uno de los grandes debates de nuestro tiempo es cómo tratar a los dictadores. En decenas de países hay un choque frontal entre quienes solo aceptan la salida incondicional y el eventual enjuiciamiento y condena del dictador y sus secuaces y quienes están dispuestos a aceptar horribles concesiones con tal de establecer una democracia.
Mientras el mundo anda preocupado por las guerras, el cambio climático y la inteligencia artificial, otro fenómeno profundamente transformador está en pleno apogeo: la exploración del espacio. Hay aspectos de esta exploración con una larga historia. En 1957, el programa espacial de la URSS lanzó al espacio un cohete que transportaba una esfera de metal pulido de 58 centímetros de diámetro, 84 kilos de peso y tres antenas. Este primer satélite artificial, el Sputnik, disparó una feroz competencia entre Estados Unidos y la Unión Soviética por alcanzar el dominio tecnológico en el espacio. Pero desde entonces mucho ha cambiado.
Los nuevos tiempos les dan renovada presencia a algunas palabras mientras que marginan a otras o les cambian el significado. “Plataforma” es un buen ejemplo de esto. Antes, esta palabra se utilizaba primordialmente para referir -según el Diccionario de la Lengua Española- a “una superficie horizontal, descubierta y elevada sobre el suelo donde se colocan personas o cosas”. Ya no. Ahora Twitter, Instagram, YouTube o Facebook (que se cambió de nombre a Meta), son llamadas “plataformas”. También lo son los miles de nuevos emprendedores que, inevitablemente, describen su empresa como una “plataforma”.
Los descubrimientos científicos y las innovaciones tecnológicas con frecuencia se presentan como avances inéditos o como la fuente de enormes cambios. Pocas, sin embargo, cumplen su promesa. Son desbordadas por nuevos conocimientos o tecnologías que superan lo que se había anunciado como un indeleble aporte histórico.
¿Puede una superpotencia militar mantener su influencia global, aunque su población esté disminuyendo? ¿O esté envejeciendo? Estas no son situaciones hipotéticas; ya están ocurriendo. Rusia se está despoblando y los chinos están envejeciendo. Y esos no son los únicos males demográficos que debilitan a estas dos potencias nucleares.
Bibi, el primer ministro de Israel, y AMLO, el presidente de México, no podrían ser más diferentes como personas. Sin embargo, en estos tiempos su conducta política no podría ser más parecida. Ambos están intentando cambiar la política de su país de manera profunda y ambos lo están haciendo de una manera profundamente antidemocrática.
Los gobiernos del mundo le están dedicando gran atención e ingentes recursos a contener el COVID y sus mutaciones. Afortunadamente, están teniendo éxito. Pero, lamentablemente, están descuidando otra pandemia que lleva tiempo cobrándose millones de vidas cada año y discapacitando a millares de personas: las enfermedades mentales.
Basta mencionar 1789 (la Revolución Francesa), 1945 (el fin de la II Guerra Mundial) o 1989 (la caída del muro de Berlín) para denotar profundas transformaciones. Así las cosas, cabe preguntarse, ¿cuál será el primer año icónico de nuestro accidentado siglo XXI?
La historia se repite, primero como tragedia y luego como farsa. Esta vieja cita de Marx resonó varias veces en mi mente al ver cómo miles de brasileños participaron en Brasilia, su capital, en una burda imitación del ataque al Capitolio en Washington el 6 de enero de 2021. El número de víctimas y el peligroso atentado a la democracia estadounidense hacen de lo sucedido en Washington una tragedia. Lo ocurrido en Brasil el 8 de enero, días después de una transición legal, legítima y hasta entonces pacífica, el ataque a un Congreso que no estaba en sesión y el saqueo al palacio presidencial donde no estaba el presidente, fue una farsa.