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“La ONG Amigos del Planeta advirtió de que hemos perdido un tiempo precioso en la carrera para controlar el cambio climático”. “El secretario general de la ONU expresa su decepción por el resultado de la conferencia sobre cambio climático”. “El Sur critica al Norte por no cumplir sus promesas sobre el cambio climático”. “El acuerdo fue muy débil, aun cumpliendo cada meta no llegaremos a donde debemos llegar”.
La proliferación de autócratas enamorados de las elecciones presidenciales es un sorprendente fenómeno político. No es que a los dictadores les gusten los comicios libres y justos en los cuales ellos podrían perder. Eso no. Lo que buscan es el pasajero aroma democrático del que les impregna una elección popular, siempre y cuando su victoria esté garantizada. Y lo extraño es que a pesar de que, dentro y fuera del país, la gente sabe que la elección es una farsa, los autócratas siguen montando estas obras de teatro electoral que simulan una elección democrática.
A finales de julio, Wendi Sherman, la subsecretaria de Estado de Estados Unidos, hizo una visita oficial a Tianjin, en el noroeste de China. Allí se reunió con su contraparte, el viceministro Xie Feng. El propósito de esta visita oficial era ver cómo se podrían reducir las fricciones entre los dos países.
Powell, el entonces secretario de Estado (ministro de Relaciones Exteriores) había aceptado una invitación del presidente peruano, Alejandro Toledo, a un desayuno en el Palacio de Gobierno. Pero el alto funcionario estadounidense no había viajado a Lima para departir con Toledo. Su propósito era representar a su país en lo que prometía ser una reunión histórica: ese 11 de septiembre del 2001, 34 países de las Américas se comprometerían a fortalecer y defender la democracia. En el documento a ser suscrito, la Carta Democrática Interamericana, los gobiernos reconocían que “Los pueblos de las Américas tienen derecho a la democracia y sus gobiernos tienen la obligación de promoverla y defenderla”.
“Estados Unidos va en camino a la mayor crisis política y constitucional que ha confrontado desde su Guerra Civil. Existe una razonable probabilidad de que en los próximos tres o cuatro años ocurran situaciones de violencia masiva…y que el país se fragmente en enclaves rojos y azules en guerra entre sí.”
Los cambios internacionales que nos afectan a todos se han hecho más frecuentes. Algunos nos tocan directamente y otros tienen efectos más remotos. Pero las noticias cotidianas nos dejan con la sensación de que estamos en una época de grandes cambios.
En Afganistán no solo fue derrotado el Ejército más costoso y tecnológicamente avanzado del planeta. También fueron derrotadas dos ideas que, hasta ahora, habían tenido gran influencia en el mundo occidental. Una es que la democracia se puede exportar y que los militares de Estados Unidos son los mejores del mundo.
Es fácil desdeñar las lecciones que América Latina puede darle al mundo con respecto al manejo de crisis económicas. Después de todo, ¿qué puede enseñar una región en la cual siempre hay una o más economías atravesando severas dificultades? Las crisis son la norma. De hecho, el principal problema de América Latina no es su crónica inestabilidad económica, sino la falta de capacidad que muestran sus dirigentes para aprender de la experiencia. Y su propensión a entusiasmarse con políticas públicas que, es sabido, siempre terminan mal. La necrofilia ideológica, el apasionado amor por ideas muertas, reina entre políticos y gobernantes de la región.
Los científicos nunca tuvieron dudas de que tendríamos una vacuna contra la covid-19. Y no se equivocaron. Muy pocos, sin embargo, pronosticaron que esa vacuna estaría disponible tan pronto. La experiencia histórica sugería que la vacuna tardaría años en desarrollarse y a estar disponible en grandes cantidades. Los científicos comenzaron a investigar la covid-19 en enero de 2020 y pronto estuvieron listos para iniciar la fase 3 de las pruebas clínicas que evalúan la efectividad de la vacuna. Lo normal es que cualquier medicamento o tratamiento tarde años en estar listo para las pruebas de la fase 3. En este caso, lo lograron en seis meses.
En Guatemala, El Salvador y Honduras viven cerca de 34 millones de personas. En Latinoamérica y el Caribe hay 658 millones de habitantes. Los problemas de estos países centroamericanos son enormes. Los del resto de América Latina son aún más graves.
Antes eran los yihadistas y ahora son los supremacistas blancos. Durante años, el terrorismo islamista fue visto como una de las principales amenazas, principalmente para Europa y EE UU. Ya no. Ahora las preocupaciones son el coronavirus y la violencia de los extremistas blancos.
¿Usted sabe cuánto es un trillón de dólares? Según la Real Academia Española es “un millón de billones”, es decir, el número uno seguido de 18 ceros (en inglés, un trillón es el número uno seguido de 12 ceros). El Gobierno de Estados Unidos acaba de decidir que va a gastar 1.900.000 millones de dólares (es decir 1,9 seguido de 11 ceros) en respuesta a la crisis económica desencadenada por la covid-19. Una avalancha de dinero.
“America is back”. América está de vuelta, afirmó emocionado Joe Biden. Les hablaba a los líderes políticos, principalmente europeos, que participaron en una reunión sobre seguridad internacional que se llevó a cabo, por videoconferencia, en Múnich. “La alianza transatlántica está de regreso”, enfatizó el flamante presidente. Naturalmente, el mensaje fue muy bien recibido por la audiencia. Angela Merkel, Emmanuel Macron y Boris Johnson registraron su complacencia ante la nueva postura de EE UU. En su discurso, Biden renovó el compromiso de su país con el Artículo V de la OTAN. El artículo obliga a los países miembros de la alianza militar a responder colectivamente ante un ataque contra uno de sus miembros. Durante su presidencia, Donald Trump se abstuvo reiteradamente de reconocer públicamente que, por ser miembro de la OTAN, su país aceptaba esa obligación. Naturalmente, la reticencia de Trump produjo ansiedad en las capitales europeas y regocijo en el Kremlin.
A pesar de ser el país de las islas Galápagos, y de contar con 32 majestuosos volcanes, varios de ellos activos, o de ser el principal productor de bananas del mundo, Ecuador rara vez atrae la atención de los medios de comunicación internacionales. No es Brasil, México o Argentina, los gigantes de la región, su inestabilidad política no es tan fuerte como la de su vecino Perú, ni ha sufrido un saqueo como el de Venezuela. En fin, es un país latinoamericano normal: pobre, desigual, injusto, corrupto y lleno de gente decente y trabajadora. Su democracia es defectuosa pero competitiva, sus instituciones son débiles pero existen y su economía, la octava del continente en tamaño, depende de la exportación de petróleo, bananas, camarones y oro. Y del dinero que mandan a sus familias los ecuatorianos que viven en otros países.
Susan Bro encarna el dilema que puede definir el Gobierno de Joe Biden: ¿Puede haber paz social sin que haya justicia? Bro es la madre de Heather Heyer, quien en 2017, a los 32 años, fue asesinada en Charlottesville, capital de Virginia, por James Alex Fields, un activista de extrema derecha. Fields atropelló deliberadamente con su automóvil a un grupo de personas que protestaban pacíficamente contra una marcha de neonazis y supremacistas blancos llegados a Charlottesville desde todo el país. Al comentar estos trágicos hechos, el presidente Trump recalcó que había buenas personas en ambos lados de la protesta. Joe Biden ha dicho que este evento en Charlottesville fue determinante en su decisión de postularse a la presidencia.
El 6 de enero fue un día muy malo para el presidente Donald Trump, y muy bueno para la democracia estadounidense. Los muertos y heridos serán recordados como una trágica secuela de la violencia fomentada por el presidente. Pero lo que sucedió ese día —y no me refiero solo a la toma del Congreso por los seguidores de Trump— podría marcar el comienzo de un importante periodo de renovación de la democracia de ese país.