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Hosni Mubarak tiene 81 años y ha sido presidente de Egipto desde 1981. Fidel Castro ha cumplido 85 y durante medio siglo ejerció el poder supremo de Cuba. A sus 83 años, el rey de Tailandia, Bhumibol Adulyadej, es el jefe de Estado más longevo: comenzó en 1946. Abdalá ibn Abdulaziz, el rey de Arabia Saudí, ya sobrepasa los 86 años. El "Líder Supremo" que también se hace llamar "El Querido Líder", "Nuestro Padre", "El General" y "Generalísimo" va a cumplir 70 años y es, en realidad, el cruel tirano de Corea del Norte: Kim Jong-il.
Después de los ataques terroristas del 11-S, el lugar común repetido hasta la saciedad fue que el mundo había cambiado para siempre. No fue así. Cambiaron algunas cosas, pero para la inmensa mayoría la vida siguió igual. Lo mismo está pasando con Wikileaks. Las filtraciones sin duda tendrán consecuencias; algunas importantes. Pero en general serán menores de lo que ahora se anticipa. En torno a Wikileaks se ha venido conformando un consenso que tiene varios aspectos que merecen discusión y refutación. Por ejemplo:
Pronosticar la creciente irrelevancia de Europa en el mundo se ha hecho tan común como mofarse de los desatinos de Bruselas. En pocas décadas, el peso de las economías europeas en el total mundial habrá caído del 20% actual a mucho menos de la mitad. Y es difícil admirar las decisiones de la Unión Europea. Las visitas a Bruselas me han confirmado que el proyecto europeo hoy se parece más a un programa de empleo público para la clase media profesional del continente que a un ideal que genera esperanzas y moviliza las mejores energías de la región.
Cuando pensamos en Asia pensamos en éxito económico, no en guerra. Los tigres asiáticos son esos países del Lejano Oriente que en menos de una generación se transformaron en potencias admiradas y temidas por el resto del mundo. No por su fuerza militar, sino por su poder económico. La actual crisis ha confirmado esta percepción. Mientras muchas de las más avanzadas economías del mundo crujen, las de Asia crecen.
En junio de 2003, el nuevo presidente de Brasil viajó a Washington para conocer a George W. Bush. La víspera de esa reunión, publiqué una columna en el Financial Times donde exhortaba a Bush a ser tan audaz con Brasil como lo estaba siendo con Irak. Solo que, en el caso de Brasil, le pedía que en vez de buscar un cambio de régimen, hiciese todo lo posible por apuntalar al Gobierno de Luiz Inácio Lula da Silva. Le proponía a Bush que hiciera a Lula una oferta que este no pudiese rehusar: un amplio y generoso acuerdo comercial, un sólido respaldo a los programas sociales que el brasileño había prometido en su campaña, y que dejara claro a los mercados financieros internacionales (que en esos momentos aún veían a Lula con suspicacia) que la Casa Blanca sí creía en el ex líder sindical y que le daría su irrestricto apoyo. Ese pacto entre los dos gigantes del continente, escribía yo entonces, podía transformar de manera muy profunda no solo Brasil, sino toda la región. Si ambos países se comprometían a reducir sus restricciones al comercio internacional y a defender juntos la democracia en el continente, e invitaban a los vecinos a unirse a esa alianza, desencadenarían una positiva revolución económica y política en el hemisferio. Para el resto de los países, quedar excluido de un acuerdo de esta magnitud impondría costes prohibitivos.
¿Qué consecuencias tendrá el Tea Party para el resto del mundo? Es aún muy temprano para saberlo. No obstante, hay varias cosas que ya nos han quedado claras. Los miembros del Tea Party elegidos recientemente para el Congreso estadounidense tendrán mucha influencia, defienden ideas muy conservadoras y, al igual que todos los demás candidatos, durante la campaña electoral hablaron muy poco de temas internacionales.
¿Ha oído usted hablar de Francisco Everardo Oliveira Silva? Es un fenómeno político. Christine O'Donnell también. Oliveira Silva fue el candidato más votado en las elecciones parlamentarias de Brasil. Christine O'Donnell, hasta hace poco una completa desconocida, es la candidata a senadora del Partido Republicano por el Estado de Delaware, tras haber derrotado en las primarias al candidato del establishment. Ambos son notables exponentes de una tendencia mundial: el ascenso al poder de políticos advenedizos como gesto de rechazo a los políticos "de siempre".
Las sanciones internacionales tienen mala reputación. La idea de que un país o grupo de países impongan represalias diplomáticas o embargos económicos a otro país para hacerle cambiar de conducta es muy impopular. Algunos critican las sanciones porque penalizan a las poblaciones, y no a sus Gobiernos. Sadam Husein y su familia no sufrieron por la falta de medicinas; los niños de Irak, sí. Otros las critican porque no funcionan. Corea del Norte, por ejemplo, no ha cambiado sus políticas a pesar de que lleva décadas castigada. Las sanciones son vistas por muchos como una cruda expresión del poder del más fuerte. Son las grandes potencias quienes suelen imponerlas a países más pequeños y débiles. También son criticadas porque ofrecen a los tiranos una estupenda excusa para justificar las carestías y abusos a los que someten a sus pueblos. Y son muy útiles para azuzar las pasiones nacionalistas que unifican a la nación contra el agresor extranjero, o para disfrazar la represión: frente a una agresión internacional es más fácil tratar a disidentes y opositores como traidores a la patria y meterlos en la cárcel.
Quién lo iba a pensar... Resulta que ahora, además, nos tenemos que preocupar por el yuan, la moneda de los chinos. También la llaman renminbi, lo cual añade confusión a una situación ya de por sí embrollada. De lo que le pase al valor de esa moneda en los próximos meses -o años- puede depender cuánto paga usted por la hipoteca de su casa, cuánto le cuesta la comida o una camisa, o la posibilidad de quedar (o seguir) sin empleo. En estos días hacen falta aproximadamente 6,7 yuan para comprar un dólar estadounidense y cerca de 9,3 para comprar un euro. Y ese es el problema. El yuan está muy bajo.
Al menos en cuanto a golpes de Estado se refiere, vivimos en un mundo mejor. Los pronunciamientos militares ya no son tan tolerados como antes y a los mandatarios que llegan al poder mediante la violencia les cuesta mucho más ser aceptados por otros países. Por eso, hasta regímenes con fuertes propensiones autoritarias hacen lo imposible por maquillar su naturaleza antidemocrática. Tienen, por ejemplo, elecciones y parlamentos que son parodias de lo que debería ser una verdadera democracia. Las acrobacias electorales de Irán o Rusia son buenos ejemplos de esta tendencia mundial. Es sorprendente cómo estos regímenes se esfuerzan por celebrar comicios a pesar de que es evidente que no están dispuestos a cederle el poder a sus opositores.
En América Latina está pasando de todo. El dinamismo en la economía, los negocios, la política, la sociedad, en sus relaciones internacionales, y hasta en la criminalidad, es obvio. En contraste, la política de Estados Unidos hacia América Latina es letárgica, poco imaginativa y sorprendentemente irrelevante.
"Días de perros para Obama", "Los demócratas de Obama afrontan un inminente colapso electoral a todos los niveles". "Se desploma la popularidad de Obama". Esta es una muestra de titulares comunes en estos días. Todo el mundo parece estar bravo con Barack Obama. Hasta Desmond Tutu, el benevolente arzobispo sudafricano, publicó un artículo criticando ferozmente al presidente. ¿Por qué? Pues porque el gobierno estadounidense redujo los fondos para la lucha contra el sida en África. "La Cámara de Comercio pierde sus batallas contra Obama", tituló The Washington Post, informándonos de que este poderoso lobby empresarial viene gastando tres millones de dólares a la semana en campañas diseñadas para hacer descarrilar las iniciativas del presidente. Los jefes de la Cámara de Comercio están furiosos porque sus esfuerzos no han dado resultados, cosa que no les suele suceder. Pero no son solo los empresarios: "Para el movimiento laboral estadounidense, el primer año de la presidencia de Obama ha sido un completo desastre", afirmó un dirigente sindical también en el Washington Post. Su queja es la misma: Obama no hace lo que ellos quieren. Igual pasa con las élites de Wall Street. "Los titanes financieros de Nueva York se sienten marginados. Obama los ha remplazado", reza otro titular. Los fondos para las campañas electorales se obtenían a través de donaciones recogidas en cenas en los fastuosos apartamentos de los magnates financieros con la presencia del presidente. Obama ya no asiste y mantiene los banqueros a distancia. "Algunos de los donantes se quejan de que Obama no solo les ha negado cargos de influencia en su Gobierno sino que además ya ni siquiera los invita a las recepciones y cenas en la Casa Blanca", explicaba el mismo artículo. Y así sucesivamente. Los militares están molestos porque, por primera vez, sufren fuertes recortes presupuestarios; los ecologistas están furiosos porque Obama no apoya sus exigencias con respecto a leyes más restrictivas; la industria petrolera, porque les ha impuesto severas regulaciones ambientales; el lobby judío, porque Obama está presionando al Gobierno israelí para que le haga concesiones a los palestinos; las industrias farmacéutica y hospitalaria no le perdonan la reforma a la sanidad, y los bancos siguen indignados con las nuevas reglas que les ha impuesto. Y no olvidemos a los 15 millones de estadounidenses desempleados. Afortunadamente, Michelle Obama y sus dos hijas parecen seguirqueriendo al presidente.
Nunca pasa mucho en verano. Es fácil tener la impresión de que, debido a que gran parte del mundo occidental deja de trabajar algunas semanas entre julio y agosto, el mundo entero se detiene. Pero no es así. De hecho, durante este verano, tranquilo y lento para algunos, pasaron muchas cosas; incluso algunas que no tienen precedentes.
¿Es Mel Gibson un racista empedernido, o simplemente un narcisista descontrolado? ¿Es la nueva crisis entre Venezuela y Colombia producto del temperamento de Álvaro Uribe o se debe al hecho de que Hugo Chávez cobija en su país a los asesinos de las FARC? ¿Está Penélope Cruz embarazada? ¿Se casarán Iker Casillas y Sara Carbonero? ¿Recapacitará Lindsey Lohan en la cárcel?
Primera pregunta: cuál es el país de Oriente Próximo cuyo embajador en Washington acaba de decir: "Nuestros militares se despiertan, sueñan, respiran, comen y duermen pensando en la amenaza iraní. No hay ninguna otra amenaza convencional para la cual nuestros militares planean, se entrenan y se arman. No hay ningún otro país en la región que sea una amenaza para nosotros; solo Irán. Por tanto, tenemos gran interés en que Irán no tenga tecnología nuclear".
¿Por qué el país que tiene algunos de los mejores hackers del mundo y que es capaz de penetrar en los ordenadores más protegidos de otros países decide situar espías en suburbios de los Estados Unidos que operan de la manera más torpe imaginable y son pagados a través de bolsas de papel llenas de dinero enterradas en un parque? La sorpresa que produce la captura de 10 espías rusos que vivieron durante años mimetizados en la sociedad estadounidense no es que los servicios de información rusos sigan tan activos como siempre. Todos los países espían a sus rivales o vecinos y, a su vez, son espiados por estos. La verdadera sorpresa es que los jefes del espionaje ruso hayan decidido gastar tanto dinero, durante tanto tiempo, en un esfuerzo tan inútil.
En francés, gaffe significa un error que pone a quien lo comete en una situación socialmente incomoda. Mi amigo el columnista Michael Kinsley acuñó una nueva categoría: las gaffes washingtonianas. Según él, en Washington una gaffe ocurre cuando algún poderoso se descuida y dice la verdad en público; verdades que habitualmente no expresa porque pueden perjudicar su carrera. Obviamente, esto sucede en todas partes. Más de un político ha arruinado su carrera por decir inadvertidamente en público lo que realmente piensa. Esto le acaba de pasar al general Stanley McChrystal, hasta ahora jefe de las tropas de Estados Unidos y la OTAN en Afganistán.
En la dividida España de hoy parece haber solo dos temas en los que todos coinciden. El primero es que es muy posible que el equipo español regrese de Sudáfrica como campeón del mundo. El segundo es que es imposible que los políticos se pongan de acuerdo para darle al país un gobierno de unidad nacional para afrontar la crisis económica. No sé si la selección española ganará el Mundial de fútbol, pero sí sé que sin un gobierno basado en pactos que trasciendan los intereses circunstanciales de los partidos y de sus líderes, España entrará en un prolongado pimpón político. En este pimpón, los dos partidos mayoritarios se alternan en el poder sin llegar a contar con la suficiente fuerza como para reformar a fondo la economía ni para sostener el impulso de cambio durante el tiempo requerido.