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Mientras los medios siguen con obsesiva y justificada atención las matanzas en Siria, la crisis económica europea o algún escándalo político que inevitablemente domina los titulares, hay una revolución en curso que está cambiando el mundo sin que muchos se den cuenta.
Está emergiendo un nuevo orden mundial de la energía. Estos son algunos de los eventos que han transformado profundamente esta industria, sus mercados y, en definitiva, el planeta.
Como escribió León Tolstoi, las familias felices se parecen, pero las infelices lo son cada una a su manera. Además, mientras que hay familias cuya infelicidad solo les afecta a ellas, otras propagan sus problemas. Las vicisitudes de la atribulada familia Tsarnaev, por ejemplo, se desperdigaron por todo Boston. Los dos hijos, Tamerlán y Dzhokhar, decidieron que la mejor forma de canalizar su infelicidad era asesinando a inocentes en el maratón de Boston. Su manera de ser infelices hizo muy infelices a centenares de otras familias.
“El indicador conocido como coeficiente intelectual (CI) puede estimar de manera confiable la inteligencia. El CI promedio de los inmigrantes en los EE UU es considerablemente más bajo que el de la población nativa de raza blanca. Esta diferencia es probable que persista durante varias generaciones. Las consecuencias son la falta de asimilación socioeconómica entre los inmigrantes de bajo coeficiente intelectual, conductas de clase baja, menor confianza social y un aumento en trabajadores no cualificados en el mercado laboral estadounidense. La selección de los inmigrantes de alto coeficiente intelectual podría mejorar estos problemas en EE UU al mismo tiempo que beneficiaría a los potenciales inmigrantes que son más inteligentes pero que carecen de acceso a la educación en sus países de origen”.
El precio que pagan los Gobiernos que violan reglas básicas de la democracia ha venido cayendo. Ahora está demasiado barato y es urgente subirlo. Tiene que haber más riesgos y más costos para quienes atentan contra la libertad.
La obesidad y la pérdida de privacidad serán a este siglo lo que el fumar fue al siglo pasado. Coca Cola, PepsiCo, Nestlé, MacDonalds y otras empresas cuyos ingresos proceden de la venta de productos con alto contenido de azúcar o grasa, y aquellas como FaceBook, Google o Twitter, que dependen de captar información personal de sus usuarios para vendérsela a anunciantes, afrontarán problemas parecidos a los que tienen las compañías que venden cigarrillos.
» Escena 1. Ese domingo Carmen se sintió agotada pero muy satisfecha. Agotada porque a sus 78 años, 15 horas de viaje en autobús son muchas. Pero también satisfecha porque había logrado votar para elegir al próximo presidente de Venezuela. Para hacerlo tuvo que trasladarse de Miami, donde vive desde hace tres años, hasta Nueva Orleans, la ciudad más cercana donde los venezolanos residentes en el sur de Florida pueden votar. El largo viaje se debe a que Hugo Chávez decidió cerrar el consulado de Venezuela en Miami. Así, los 20.000 venezolanos que allí viven (muchos de los cuales simpatizan con la oposición) tuvieron que escoger entre no votar o ir a Nueva Orleans. Miles tomaron autobuses o fueron en sus autos o en avión. Votaron en la presidencial de octubre y lo volvieron a hacer el 14 de abril. La televisión mostró conmovedoras imágenes de jóvenes, parejas con sus bebés a cuesta y de ancianos haciendo lo que fuese necesario con tal de votar.
La buena noticia es que la economía estadounidense está en recuperación. La mala es que, una vez superada la crisis, las ganas de hacer los cambios necesarios para que Estados Unidos tenga una situación fiscal más estable se han evaporado. Los desequilibrios entre los ingresos y gastos del Gobierno de EE UU seguirán siendo problemáticos mientras no se adopten reformas que aumenten la tasa de ahorro, disminuyan los costes del sistema de salud y reduzcan la desigualdad en los ingresos.
En su primer discurso ante el Congreso, en 2009, el presidente Obama propuso un presupuesto con ambiciosas inversiones en energía, sanidad y educación. “Esto es América”, proclamó. “Aquí no vamos a lo más fácil”. Cuatro años después, hasta lo fácil se le ha vuelto imposible. “Acordemos aquí, y ahora, mantener al Gobierno funcionando, pagar las facturas a tiempo y proteger el crédito de Estados Unidos”, imploraba Obama al Congreso hace unas semanas. Evidentemente, el presidente de la superpotencia no se debe sentir muy poderoso.
Ya antes de su muerte, Hugo Chávez se había sumado a Fidel Castro y Ernesto Che Guevara en el panteón de líderes latinoamericanos a los que se reconoce al instante en todo el mundo. Y, como Castro y Guevara, Chávez es de lo más polémico. Es objeto de una profunda admiración que se transforma enseguida en veneración apasionada, y de un antagonismo que se convierte con la misma facilidad en odio intenso. Chávez murió el martes, a los 58 años, después de dos años de tratamientos contra el cáncer, según el vicepresidente venezolano Nicolás Maduro.
Cuando Karl Elsener andaba diseñando una navaja para el Ejército suizo, a finales del siglo XIX, no podía imaginar que, más de cien años después, su invento se habría convertido en una herramienta multiusos universal.
La crisis económica ha hecho que la clase media en Europa y Estados Unidos hoy sea mucho más vulnerable a los avatares que empujan a una familia hacia la pobreza. Y en los países de menores ingresos, a pesar del indudable progreso de algunos, la mayor parte de la población sigue siendo pobre. Mientras tanto, la desigualdad económica ha venido agudizándose. Entre 1970 y 2012, los ingresos del 1% de la población de EE UU que más gana se duplicaron, pasando del 10% al 20% del total. Y durante aproximadamente ese mismo lapso, los ingresos del 10% de la población más pobre solo crecieron un 3,6%. Y sabemos que la carga más pesada del ajuste económico europeo no ha recaído precisamente en quienes más tienen.
¿En que se parecen la crisis económica europea, la guerra civil en Siria y el calentamiento global? Nadie parece tener el poder para detenerlos.
Esto se debe en parte al hecho de que los tres pertenecen a una peligrosa clase de retos que enfrenta el mundo: problemas que requieren de la intervención de varios países actuando concertadamente ya que ninguna nación —ni siquiera una superpotencia— los puede resolver por sí sola. Además, estos problemas se complican debido a que la capacidad de los países para ponerse de acuerdo entre sí y actuar de manera concertada ha venido declinando.
La palabra sanción es antipática. Implica un castigo que alguien con poder (padre, profesor, jefe, juez) le impone a otro con menos poder, que no tiene más alternativa que someterse a él. En las relaciones internacionales las sanciones tienen una bien ganada mala fama. Las naciones más poderosas las suelen usar para forzar cambios de políticas —o incluso de líderes— en otros países. Casi nunca lo logran. Lo usual es que terminen penalizando a la ya muy sufrida población del país sancionado más que a los tiranos que lo malgobiernan. El irracional y contraproducente embargo de EE UU a Cuba es un buen ejemplo. El embargo, que comenzó en 1960, solo ha servido para dar a los hermanos Castro medio siglo de excusas con las cuales justificar la bancarrota de su isla. En contraste, uno de los muy pocos casos de sanciones internacionales que lograron su objetivo ocurrió en Sudáfrica en 1986. El Congreso de EE UU impuso severas sanciones económicas a ese país hasta que aboliera el apartheid y liberara a Nelson Mandela, entre otras condiciones. Europa y Japón se unieron al castigo. El embargo causó estragos en la economía sudafricana, lo que llevó al Gobierno de entonces a reformar sus leyes segregacionistas. Pero esta es una excepción.
La canciller alemana, Angela Merkel, es sin duda una de las personas más poderosas del mundo. Rupert Murdoch es el dueño de News Corporation, uno de los mayores conglomerados mediáticos y, naturalmente, también es muy poderoso. Las respectivas fuentes de poder de estos dos personajes son diferentes, así como la manera en que utilizan la influencia que tienen, o los objetivos e intereses que guían sus conductas. Merkel es la líder de un gran país y Murdoch el dueño de una gran empresa privada. Más aún, el empresario insiste en que él no utiliza el poder de sus medios de comunicación para presionar a gobiernos o influir sobre la política. Sus críticos rechazan estas afirmaciones y advierten que hay sobradas evidencias de que Murdoch y sus medios de comunicación son actores políticos de primer orden. En Estados Unidos, sus detractores acusan a la cadena de televisión Fox de estar manifiestamente parcializada a favor del partido Republicano, y más recientemente, del Tea Party. En Reino Unido, Murdoch tuvo que presentarse hace unos meses ante una comisión del Parlamento británico que investigaba las practicas periodísticas de los tabloides. “Yo nunca le he pedido nada a ningún primer ministro”, afirmó. Sin embargo, ante esa misma comisión el ex primer ministro John Major reveló que, en una cena en 1997, Rupert Murdoch le pidió que cambiara la política de acercamiento hacia Europa que seguía su Gobierno. De no hacerlo, Murdoch le advirtió, le retiraría el apoyo de sus periódicos. “Esa es una conversación difícil de olvidar”, dijo Major. “No es frecuente que alguien sentado frente al primer ministro le diga: ‘Si no cambia su política, mi organización no lo apoyará”, añadió.
Jorge Botti, presidente de la federación empresarial de Venezuela (Fedecámaras), explicó hace poco que si el Gobierno no suministra más dólares para pagar las importaciones, la escasez de productos de primera necesidad será grave. “Lo que le vamos a dar a Fedecámaras no son más dólares sino más dolores de cabeza”, respondió el vicepresidente Nicolás Maduro, el heredero escogido por Hugo Chávez.
Siempre es igual. En algún lugar de Estados Unidos un hombre con problemas mentales y fuertemente armado masacra a un grupo de inocentes. En este último episodio han sido asesinados 20 niños y 6 adultos. Sigue la conmoción, la indignación y el furioso debate sobre la necesidad de restringir el acceso a las armas de fuego. Y nada más. Hasta que ocurre otra masacre y el ciclo se repite. La esperanza es que esta vez sea distinto y la indignación haga posibles las reformas. La única buena noticia es que al menos la sociedad no ha perdido la capacidad de indignarse.
Las armas son para matar. Pero la sorpresa es que, a veces, algunas salvan vidas. Este es el caso de los misiles anti-misil que Israel utilizó para protegerse de los cohetes lanzados por Hamás desde Gaza en su más reciente conflicto. Y no me refiero al hecho de que este sistema, llamado Cúpula de Hierro, evitara la muerte de civiles israelíes. Eso, sin duda, lo logró. Pero también evitó la muerte de miles de inocentes en la Franja de Gaza. También frenó una desestabilización aún mayor de esa convulsionada región y, posiblemente, hasta impidió un peligrosísimo enfrentamiento armado entre Israel y Egipto. ¿Cómo puede un arma lograr todo eso?
Este no es un trabalenguas. Son los nombres de dos personas que no podrían ser más diferentes ni tener menos en común. Pero a las dos les han sucedido cosas que iluminan aspectos tanto trágicos como esperanzadores del mundo en el que vivimos a comienzos del Siglo XXI.
La reelección de Barack Obama sorprendió a muchos. Y con razón. Según las encuestas, ni el presidente ni Mitt Romney gozaban de una ventaja definitiva. Y esa es la principal sorpresa. ¿Cómo es posible que Obama, quien hace tan solo cuatro años despertó apasionados apoyos en todas las regiones, clases sociales, razas, religiones, generaciones y sectores económicos, ahora estuviese mendigando votos y luchando casa por casa para ser reelegido? Solo cinco de los 44 presidentes de Estados Unidos han sido derrotados en su intento de ser reelegidos. Hubo momentos en los que Obama parecía estar a punto de sumarse al grupo. Obviamente la mala situación económica lo hizo vulnerable. Pero la reticencia del presidente a defender su gestión, explicar mejor las limitaciones que le impidieron hacer más y su poca disposición a recordarle al electorado el desastre que heredó de George W. Bush también fueron otras sorpresas. Naturalmente, Romney aprovechó estas fallas.