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El mismo fin de semana que el presidente venezolano, Hugo Chávez, celebraba la victoria de Mauricio Funes en las elecciones presidenciales de El Salvador, su homólogo brasileño, Luiz Inácio Lula da Silva, se reunía con Barack Obama en Washington. Ambas son manifestaciones concretas de tendencias que moldearán la política de América Latina en los próximos años.
Gobernar nunca es fácil y gobernar en medio de esta crisis económica es una pesadilla. Ningún país está a salvo de esta debacle. De China a Estados Unidos y de Suráfrica a Polonia, las autoridades se ven agobiadas por la necesidad de responder a la avalancha de emergencias -financieras, sociales, políticas, internacionales- causadas por la crisis. Estos problemas, que son de una naturaleza y de una magnitud sin precedentes, tomaron a los gobiernos por sorpresa y exigen actuaciones rápidas y eficaces. No es fácil: no hay sector público en el mundo que pueda operar a la velocidad con la que está evolucionando esta crisis. Las administraciones no están diseñadas para ser veloces.
Esto se acabó. La superpotencia estadounidense está en caída libre. La economía en bancarrota, sus bancos en barrena, deudas por las nubes, sus industrias manufactureras derrotadas por los rivales del Lejano Oriente y sus ejércitos empantanados en países que no entienden y enfrascados en una guerra a muerte contra terroristas globalizados a quienes entienden aún menos. Las cifras de desempleo estadounidense son las más altas en un cuarto de siglo mientras que el valor de las acciones de iconos como General Motors o Citicorp ha llegado a su nivel más bajo. El desprestigio de Estados Unidos es indiscutible y su declive como superpotencia está a la vista.
Para muchos imaginar a Raúl Castro fotografiándose con Barack Obama en la Casa Blanca durante una visita de Estado es imposible. Para algunos ésta sería la expresión gráfica de otra traición del Gobierno estadounidense a quienes han luchado por derrocar a los Castro. Pero para muchos otros la visita sería una muestra de racionalidad y de la eliminación de una de las grandes hipocresías que el Gobierno estadounidense ha mantenido por décadas.
En Estados Unidos, el 76% de la población piensa que la guerra contra las drogas ha fracasado. Al mismo tiempo, una igualmente abrumadora mayoría piensa que las políticas en las que se basa la guerra contra las drogas (represión de la producción, interdicción de las importaciones, prohibición del consumo y criminalización) no se pueden cambiar. Esta contradicción no es sólo de los estadounidenses.
¿Va a ser Hugo Chávez una víctima más de la crisis financiera mundial? ¿Es la oposición venezolana golpista, corrupta y representante de los intereses de los ricos? ¿Viven los venezolanos en un país democrático?
¿Qué tienen en común el Papa Benedicto XVI, Barack Obama y Bernard Madoff, el estadounidense acusado de estafar a miles de inversores? Pues que los tres han tenido recientemente tropiezos que ilustran una interesante paradoja de estos tiempos: en una era en la cual hay más información que nunca, organizaciones muy sofisticadas toman decisiones ignorando la información disponible. Pareciera que el Vaticano, la Casa Blanca y Wall Street no se han enterado de la existencia de Google. Pero como, obviamente, sí saben de Google y de otros potentes métodos para buscar información, entonces debemos concluir que algo más profundo que la ignorancia induce la ceguera que los lleva a tropezarse.
Los pesimistas son serios, realistas y menos dados a desilusionarse por la vida. Los optimistas, en cambio, son ingenuos y por ello más propensos a ser sorprendidos por las malas noticias. Los pesimistas son pensadores profundos y bien informados mientras que los optimistas son superficiales y no entienden bien lo que está pasando. Basándome en estas estereotipadas percepciones -y en la incesante avalancha de malas noticias que a diario nos abruman- lo más fácil y seguro sería escribir un artículo explicando por qué el mundo está muy mal y por qué lo que viene será aún peor. También me lo facilitaría el hecho de que he asistido al Foro Económico Mundial en Davos. La imagen que se tiene de la reunión de Davos es que es solo para ricos y poderosos o los periodistas que los entrevistan. Pero no es así. También asisten líderes religiosos y sindicales, muchos de los científicos más importantes de estos tiempos, innovadores sociales, artistas plásticos, escritores, músicos y hasta exploradores de recónditos parajes del planeta.
No es fácil esto de tener un tipo tan popular en la Casa Blanca. Que el jefe del imperio estadounidense sea visto internacionalmente con tanta simpatía y admiración es, para muchos, muy problemático. Hay gobiernos para quienes es indispensable tener a los Estados Unidos de América como enemigo. Y todos conocemos gente para quienes el antiamericanismo es casi un instinto básico y la fuente principal de sus opiniones políticas.
"Ya no tenemos que escoger. Por fin podemos asumir nuestra condición de americanos sin traicionar nuestra condición de negros. Nuestro cuerpo político finalmente ha sanado. Somos americanos".