Autocracias del siglo XXI
Gisela Kozak Rovero / Letras Libres
En El fin del poder. Empresas que se hunden, militares derrotados, papas que renuncian y gobiernos impotentes: cómo el poder ya no es lo que era (2013), el venezolano Moisés Naím (Trípoli, 1952) describió la caída de los liderazgos tradicionales en todos los campos, sobrepasados por los ejércitos irregulares, emprendedores de nuevo cuño que desafían a los monopolios y manifestaciones populares que remueven gobiernos. Casi diez años después, en La revancha de los poderosos advierte que los “autócratas sin fronteras” han puesto fin al fin del poder. El signo ideológico de Narendra Modi, Nayib Bukele, Daniel Ortega y Viktor Orbán importa menos que las 3P, claves de su éxito: populismo, polarización y posverdad. El populismo busca a los culpables, las élites económicas y políticas enemigas del pueblo; se vale de la polarización para dividir a las sociedades en todos los ámbitos; y se apoya en la posverdad, la ausencia de consenso sobre lo verdadero y lo falso, explotada, por ejemplo, en las redes sociales.
Para Naím, las autocracias del siglo XXI, a diferencia de las pasadas, simulan la democracia. Los autócratas actuales –salvo en los casos de China, Cuba, Corea o Vietnam– llegan a la presidencia con el voto; una vez en el gobierno, su popularidad legitima leyes y reformas que eternizan sus mandatos y dejan a sus pies a los poderes públicos. Hay elecciones, pero la oposición no dispondrá, o lo hará a duras penas, de financiamiento, posibilidades de hacer llegar su mensaje y capacidad de contrarrestar el fraude electoral en tribunales. El texto expresa una preocupación compartida por otros intelectuales. Coincide con los autores de Cómo mueren las democracias –Steven Levitsky, creador del término “autoritarismo competitivo”, y Daniel Ziblatt– en que el voto popular se convierte en la justificación de acciones reñidas con la separación de poderes, la alternabilidad en el poder y el pluralismo. También con Anne Applebaum en El ocaso de la democracia. La seducción del autoritarismo: el consenso democrático logrado después de la caída del Muro de Berlín ha cedido frente al nacionalismo, la xenofobia y el conservadurismo. Asimismo, La revancha de los poderosos, al igual que Diego Fonseca en Amado Líder. El universo político detrás de un caudillo populista,describe el peligro de los liderazgos carismáticos, suerte de estrellas del espectáculo promotores del fanatismo.
El caldo de cultivo de las autocracias no son los más pobres sino los descontentos, decepcionados en sus expectativas de bienestar; estos alimentan a la derecha e izquierda iliberales europeas –al estilo de Alternativa para Alemania y Podemos– como alimentaron el ascenso de Hugo Chávez. El aumento de la desigualdad, la precariedad laboral y el impacto de la desinformación fomentan la molestia con la democracia liberal en favor de autócratas que no necesitan consensos y acuerdos. Investido de cualidades sobrehumanas por sus seguidores, el líder se vale de los medios y las redes sociales para aparentar una relación cercana con “el pueblo”, conformado exclusivamente por quienes lo respaldan.
Hugo Chávez es un ejemplo de este liderazgo basado en la emoción y el afecto, no en la evaluación de resultados; de hecho, sus fanáticos han exculpado al artífice de la ruina venezolana de la devastación de su país: el responsable es Nicolás Maduro o, por supuesto, el bloqueo imperialista estadounidense. No precisan de pruebas y argumentos, solo de fe. Los demócratas liberales pueden tener la razón de su lado, no la pasión, terreno por excelencia de los autócratas, expertos en manipular emociones tan humanas como el espíritu de revancha y los sesgos cognitivos que nos empujan a reforzar nuestros prejuicios y convicciones; convertir en pasión la defensa de los valores que han llevado a las democracias liberales exitosas, al estilo de Noruega, es una tarea clave.
La revancha de los poderosos propone cinco batallas: en contra de la mentira, los gobiernos criminales, el ataque autocrático a las democracias, la cartelización de la política y los relatos iliberales. Al igual que Timothy Snyder en Sobre la tiranía. Veinte lecciones que aprender del siglo XX, Naím interpela a la ciudadanía para asumirse como tal desde diversas instancias organizativas y desde la acción individual. La alianza de las democracias liberales, el combate a los Estados devenidos en organizaciones gansteriles, caso Rusia, y el fortalecimiento de las instituciones son indispensables, no suficientes: la democracia puede devenir esclerosis institucional, mal que impide tomar rápidamente las decisiones necesarias al momento de las crisis nacionales e internacionales. Al igual que el brasileño Roberto Mangabeira Unger en La alternativa de la izquierda, elvenezolano subraya que la creatividad científica, tecnológica y empresarial debe ser llevada al terreno de la organización de los Estados democráticos, muy dados a convertirse en mediocres, burocráticos y lentos.
Para terminar, insistiré en el punto de la posverdad, vía para las falsificaciones y la confusión disfrazadas de antielitismo. Las universidades tienen una tarea clave al respecto, al igual que el periodismo; no olvidemos que el pensamiento de la izquierda posmoderna calzó, irónicamente, con el espíritu antiilustrado de la derecha iliberal al denunciar al saber como construcción discursiva opresora; es una buena noticia, comenta Naím, que el pensador francés Bruno Latour, punta de lanza del cuestionamiento a la verdad científica, pidiese concederle crédito respecto a la crisis ambiental y su relación con la acción humana, negada por políticos como Donald Trump. Vale la pena agregar que el pensamiento decolonial latinoamericano debería imitar a Latour, sobre todo después de la pandemia.
La revancha de los poderosos deja claro que, de no superarse el deterioro de la democracia liberal –en medio del cambio climático, las migraciones y las transformaciones del trabajo y la economía que empobrecen a la gente–, los órdenes autoritarios van a proliferar todavía más en los cinco continentes. La democracia liberal ha sido apenas un instante en la historia de regímenes de fuerza de la humanidad; los autócratas lo saben muy bien y se aprovechan de nuestras dificultades para llevarnos al antiguo redil.