Cinco mitos sobre Davos
Moisés Naím / El País
Cada año, cerca de 2.500 personas recalan en Davos (Suiza) a finales de enero convocadas por el Foro Económico Mundial, una organización sin fines de lucro fundada en 1971 por Klaus Schwab, un profesor alemán. Durante cinco días los participantes asisten a una multitud de seminarios y reuniones sobre los más diversos temas. Para sus críticos, Davos es uno más de los instrumentos que utilizan los ricos y poderosos para defender sus privilegios. Para los publicistas del foro, la reunión sirve para promover su misión: "Mejorar la situación del mundo". ¿Cuál es la realidad? Llevo dos décadas participando en estas reuniones y estas son mis percepciones sobre los mitos y realidades de Davos.
Mito número uno: Davos es una convención de plutócratas. No.
Si bien cerca de la mitad de los asistentes son directivos de las empresas más grandes del mundo, la otra mitad está conformada por un creciente grupo de intelectuales, activistas, líderes religiosos, sindicalistas, artistas, científicos y dirigentes de ONG y organismos internacionales. Es tan común cruzarse en los pasillos con Umberto Eco, Nadine Gordimer o Bono como con Bill Gates, George Soros o Indra Nooyi, la presidenta de Pepsico. La diversidad también se manifiesta en los debates. Las sesiones sobre la pobreza, el medio ambiente o los conflictos militares son tan frecuentes como las que discuten asuntos de empresas y negocios.
Sin embargo, la verdad es que no son las mesas redondas la principal razón por la que gente tan ocupada viaja a un lugar tan inconveniente como Davos sino la red de contactos que allí se construye.
Mito número dos: En Davos se toman importantes decisiones. No.
La imagen de billonarios y políticos concentrados en un pueblito de los Alpes suizos inevitablemente alienta las teorías conspirativas de quienes creen que el mundo está manejado por una pequeña élite. Su suposición es que en Davos se cocinan, en secreto, decisiones que afectan al planeta. A su vez, el Foro Económico Mundial intenta hacer ver que sus reuniones tienen consecuencias. Mi impresión es que las decenas de jefes de Estado y ministros que asisten a Davos lo hacen para elevar su propio perfil internacional, o el de su país o para realizar, ellos también, contactos con otros participantes. Dudo de que en Davos se tomen decisiones importantes que no se hubiesen tomado de todas formas en otro lugar.
Mito número tres: Davos es el gran templo del capitalismo y la globalización. Sí, pero cada vez menos.
Es obvio que un cónclave al que asisten más de 1.000 importantes empresarios va a tener un fuerte sesgo a favor del mercado y el libre comercio. Pero es igualmente obvio que es imposible mantener un pensamiento único y homogéneo en un encuentro en el que también están presentes, y con gran repercusión, voces que critican con enorme elocuencia, legitimidad y datos las realidades del capitalismo globalizado de hoy.
Mito número cuatro: En Davos se sabe lo que sucederá en el mundo. No.
Los expertos reunidos en Davos no vieron venir el hundimiento de la Unión Soviética. Y no anticiparon los crash financieros de los años noventa. Ni la reciente crisis económica mundial. O lo que ha pasado en Túnez y está pasando en Egipto o Yemen. Es decir, son expertos normales. Si los Gobiernos, las grandes empresas, los think tanks, las agencias de calificación y todas las entidades que viven de vender sus pronósticos no fueron capaces de vaticinar estos cambios, ¿por qué suponer que la gente de Davos tiene una visión más clara del futuro? ¡Después de todo, son los mismos!
Davos no marca las pautas, sino que refleja cada año las expectativas más comunes entre los expertos respecto a las tendencias mundiales. Y con frecuencia estos pronósticos son derrumbados por eventos que nadie anticipó.
Mito número cinco: Davos ha perdido relevancia. No.
La reunión se ha vuelto muy grande. Es un gran circo. Hay demasiados famosos y poca sustancia.
Estas son algunas de las afirmaciones que se utilizan para sustentar la idea de que las reuniones anuales en Davos ya no son lo que eran y han perdido atractivo e importancia. Los números indican lo contrario. Cada año asisten más de 30 presidentes, incluyendo algunos de los más poderosos del mundo. También centenares de ministros, presidentes de bancos centrales y organismos multilaterales, directores de los principales medios de comunicación, docenas de premios Nobel, científicos y académicos y miles de líderes empresariales. La lista de espera y las solicitudes de invitación son innumerables. Las cifras de participantes y el interés que la reunión suscita no han declinado. Y las críticas tampoco.