Moisés Naím

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¿Prefiere la playa o el hospital?

Moisés Naím / El País

¿Crecimiento o austeridad? Este es el gran debate de estos tiempos. Sorprendentemente, se plantea como un menú en el cual los países tienen la libertad de escoger el plato que más se les antoja. ¿A quién le apetece la austeridad? ¿Pagar más impuestos, tener menos y peores servicios públicos, perder subsidios y reducir la protección social? A los alemanes. Pero siempre y cuando se les sirva a sus vecinos europeos. Y a la banca internacional, que quiere que esos fondos se canalicen al pago de lo que los gobiernos le deben. Por otro lado: levanten la mano quienes prefieran el crecimiento, más empleos, más ingresos y más prosperidad para todos. Así es: todos a favor del crecimiento; nadie opta por la austeridad si la puede evitar. El problema está en que lo que es inevitable no es opcional. Y si no hay opción no hay debate. Pero resulta que no solo lo hay sino que, además, se ha convertido en el debate definitorio de estos tiempos. El hecho de que algunas políticas de austeridad no producirán la estabilización económica que prometen, o que las políticas de crecimiento no necesariamente generarán más empleos, son posibilidades enterradas bajo los eslóganes y la demagogia. ¡Viva el crecimiento! ¡Muera la austeridad!

Las confrontaciones de la humanidad solían estar motivadas por pugnas religiosas, la conquista de territorios y riquezas, o por la ideología. Las cruzadas, las expansiones de los imperios o las guerras de independencia son algunos ejemplos. En el siglo pasado tuvimos a los nazis contra los aliados, la Unión Soviética y sus satélites contra EE UU y sus aliados, capitalismo contra comunismo, democracias contra regímenes autoritarios…

El siglo XXI nos trae, en cambio, esta insólita confrontación entre crecimiento y austeridad. De un lado están quienes propugnan la idea de estimular las economías y crear puestos de trabajo para millones de desempleados. El nuevo presidente francés, François Hollande, es una de las figuras icónicas en este bando. Del otro lado están quienes batallan por el retorno a la estabilidad económica que, según ellos, requiere reducir la brecha entre ingresos y gastos del gobierno y el endeudamiento del sector público. Estos son los defensores de la austeridad fiscal, comandados, como sabemos, por la canciller alemana, Ángela Merkel. Mitt Romney y el Partido Republicano de EE UU también están en este campo.

Tanto los partidarios del crecimiento como sus rivales defensores de la austeridad han recibido recientemente el apoyo de grupos que, quizás, preferirían no tener. En las elecciones en Grecia, la extrema izquierda —incluyendo el hasta ahora irrelevante Partido Comunista— logró gracias a su repudio a las políticas de austeridad un éxito sin precedentes, al igual que el partido neonazi Aurora Dorada. Así es: comunistas y neonazis abrazados en su rechazo a la austeridad y aunados en su apoyo al crecimiento a cualquier costo, incluyendo abandonar el euro. Del otro lado, el Tea Party de EE UU enarbola con igual entusiasmo y radicalismo la bandera de la austeridad, también a cualquier costo y sin reparar en las consecuencias sociales. No les importa despedir a bomberos, maestros y enfermeras o dejar a los ancianos sin medicinas.

Gianni Riotta, el lúcido analista italiano, escribe: “Austeridad y crecimiento son los dos únicos partidos que hoy en día definen la política en el mundo occidental. Esta confrontación decidió la elección en Francia entre Hollande, Sarkozy, Le Pen y Mélenchon, y en España la victoria de Rajoy. Este mismo tema será decisivo en la contienda electoral entre Barack Obama y Mitt Romney y en la de Ángela Merkel y su rival socialdemócrata. En Italia, la sucesión de Mario Monti también dependerá del debate austeridad versus crecimiento”. Increíble. ¿Quién se hubiese imaginado que en el Siglo XXI el principal debate del mundo occidental se reduciría a tomar partido sobre impuestos, tipos de interés y régimen cambiario?

Pero además, planteado como está, a base de consignas, este debate tiene mucho de fraudulento. No es cierto que el aumento en el gasto público y una política monetaria laxa garanticen el aumento del empleo, especialmente entre los jóvenes, cuyo mercado de trabajo prácticamente se ha evaporado. Las promesas de Hollande no revitalizarán la economía francesa, cuya anemia no se debe a la austeridad, sino a la total falta de incentivos a la creación de empresas y nuevos empleos. Y la austeridad a lo bruto tampoco funciona. Requiere reformas estructurales que nutran expectativas creíbles de que la austeridad es transitoria y que desembocará en una etapa de estabilidad y renovada prosperidad. La perspectiva de que después del hospital viene la playa hace más fácil tolerar el hospital.