Moisés Naím

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¿Salvarán los pobres a la economía mundial?

Moisés Naím / El País

La semana pasada fue muy mala para la economía mundial. El precio de las acciones en la Bolsa de Nueva York tuvo una caída de más del 5%, lo que hace que este comienzo de año sea el peor en la historia de Wall Street. En promedio, quienes invirtieron en la Bolsa estadounidense en octubre ya han perdido el 14% de su inversión. Pero no son sólo los inversionistas comunes quienes lo están pasando mal. Citigroup anunció esta semana las mayores pérdidas desde su fundación hace 196 años y Merrill Lynch también informó de enormes pérdidas. En total, debido a la crisis en el mercado hipotecario, los grandes bancos del mundo llevan 90.000 millones de dólares de pérdidas acumuladas desde mayo pasado.

Trágicamente, cuando los grandes pierden, los pequeños pagan las consecuencias: esta semana también nos enteramos de que el desempleo en EE UU en diciembre fue un 13% mayor de lo que era hace un año. No fue una sorpresa, por tanto, que otro de los titulares de la semana haya sido que los consumidores estadounidenses ya no están gastando tanto y que en los últimos meses las ventas han bajado.

De todas, ésta es la noticia más preocupante: después de todo fueron los consumidores estadounidenses y su compulsión a gastar lo que hasta ahora había servido para mantener la economía a flote y, con ello, impedir que el desempleo y la pérdida de ingresos se propagaran al resto del mundo causando graves daños económicos y sociales.

De hecho, una de las mayores sorpresas de la década pasada fue que la economía mundial pudo digerir con gran rapidez eventos que en principio la hubiesen debido descarrilar y mantenerla postrada por un buen tiempo. El crash de las economías asiáticas, el colapso de las empresas de Internet y el sector de telecomunicaciones, la crisis de confianza producida por la bancarrota de Enron, los ataques terroristas del 11-S, las guerras en Afganistán e Irak, la amenaza de una pandemia de gripe aviar, el petróleo a precios estratosféricos son todos eventos que hubiesen podido frenar en seco a la economía. Pero hasta ahora nada ha logrado detener uno de los periodos más largos de crecimiento ininterrumpido de la economía mundial en casi medio siglo. Y la principal razón fue que los consumidores estadounidenses siguieron gastando como si nada hubiese pasado.

Hasta ahora. La gran pregunta es si la crisis hipotecaria y crediticia que afecta a EE UU y otros países será el accidente que finalmente pondrá fin a esta larga etapa de creciente prosperidad mundial. Es posible que la economía estadounidense ya esté en recesión. E históricamente cuando este gigante económico estornuda al resto del mundo le da una pulmonía. Si la actividad económica estadounidense se reduce la del resto del mundo también y, lamentablemente, esto es lo que puede terminar sucediendo.

Pero otro, y muy nuevo, escenario también es posible. Quizás algunas otras economías del mundo ya hayan adquirido la capacidad de seguir creciendo por su cuenta aun cuando la de Estados Unidos esté anémica. Más aún, ¿será posible que el dinamismo económico de otros países le sirva de remolcador a la economía estadounidense sacándola así más rápido de su actual crisis? Gracias a su rápida expansión, un numeroso grupo de mercados emergentes, incluyendo China, India, Rusia y otros países de la ex Unión Soviética y de Asia, ya constituyen la mitad de la economía mundial. Estos países siguen creciendo muy rápidamente. Y comprando muchos productos estadounidenses, lo que ha contribuido a que las exportaciones de este país hayan venido creciendo al 20% anual y cinco veces más rápido que sus importaciones.

Más importante aún es la cantidad de pobres en todo el mundo que están dejando de ser meros supervivientes económicos para ser consumidores con creciente capacidad de gastar. Obviamente son mucho más pobres que los consumidores estadounidenses o europeos. Pero son muchos más. China, India, Indonesia, Tailandia, Malaisia, Vietnam y otros países de rápido crecimiento ahora tienen cientos de millones de consumidores que no existían como tales hace tan hace sólo 10 años. La clase consumidora china, por ejemplo, ha llegado a ser tan numerosa como toda la población de EE UU. La esperanza es que el gasto mínimo en productos como jabón, granos, pollos, ropa, medicinas o transporte de estos nuevos consumidores se mantendrá independientemente de lo que le pase a la economía estadounidense o de los vaivenes de Wall Street. Y puede que este consumo, al mantener el dinamismo económico mundial, impida que la recesión estadounidense sea más profunda o prolongada. Desde esta perspectiva son los pobres del mundo quienes inyectarán a la economía global la energía que necesita para recuperarse.

Todo es, por supuesto, muy especulativo y es posible que la economía mundial esté encaminada a entrar en recesión debido al contagio producido por la grave crisis estadounidense. Pero es bueno tener en mente que hasta ahora quienes han apostado a la fragilidad de la economía mundial se han equivocado. Ojalá se equivoquen de nuevo.