Hipocresía y libre comercio
Moisés Naím / El País
Colombia se ha convertido en una amenaza para Estados Unidos y para el mundo. Y no por las razones de siempre: drogas, grupos terroristas, criminales globalizados, y demás exportaciones peligrosas. Ahora, más bien se trata que el intento colombiano de establecer un acuerdo de libre comercio con Estados Unidos está exponiendo ante el mundo de manera descarnada la hipocresía de los políticos estadounidenses que se oponen al acuerdo; muy particularmente la de Hillary Clinton y Barack Obama. Peor aún, el acuerdo con Colombia ha desencadenado un debate en Estados Unidos y en el seno del Partido Demócrata que puede tener otras víctimas: acuerdos parecidos con Corea del Sur y Panamá, o lo que sería todavía más grave, el importante acuerdo global que se está negociando en la Organización Mundial del Comercio. La encendida y con frecuencia falaz retórica que en Estados Unidos utilizan los opositores al acuerdo comercial con Colombia también puede contaminar las actitudes del próximo Gobierno estadounidense hacia China, el gigante cuya salud económica tiene muchas más consecuencias para el mundo que las del país andino.
¿Cuáles son las razones para oponerse al acuerdo con Colombia? Veamos qué indican los datos que no son cuestionados ni siquiera por los opositores al acuerdo.
¿Es voluminoso el comercio entre Colombia y Estados Unidos? Para Colombia, sí; para Estados Unidos es proporcionalmente insignificante. ¿Perderán sus empleos muchos trabajadores estadounidenses si se firma el acuerdo? No; más bien unos cuantos quedarán cesantes si no se firma. ¿Creará grandes alteraciones en el flujo de importaciones y exportaciones que ya existe entre los dos países? No. ¿Va a afectar negativamente este acuerdo al medioambiente o a los trabajadores colombianos? No; todo lo contrario. El acuerdo incluye exigentes condiciones laborales y salvaguardas ambientales. ¿Y entonces?
La principal objeción formal es que en Colombia los líderes sindicales son asesinados con gran frecuencia, particularmente por grupos paramilitares vinculados al narcotráfico. Esta tragedia es sin duda una realidad. Pero no es menos real que el Gobierno colombiano ha hecho un gran esfuerzo por acabar con ella y ha logrado disminuir significativamente estos asesinatos. "Hoy en día en Colombia es más seguro pertenecer a un sindicato que ser un ciudadano común", dice Edward Schumacher-Matos, un profesor de la Universidad de Harvard. Según sus análisis estadísticos el índice de homicidios en la población de Colombia en general es superior al índice de homicidios que afecta a los colombianos afiliados a sindicatos.
Y entonces, ¿por qué tanta oposición al acuerdo? ¿Por qué están los líderes estadounidenses dispuestos a violar las reglas que por décadas han regulado la manera en que la Casa Blanca y el Congreso procesan acuerdos comerciales con el resto del mundo? ¿Qué los lleva a quitarle el apoyo al país con el que tienen las mejores relaciones en América Latina?
Las respuestas a estas preguntas no las encontraremos ni en Washington ni en Bogotá. Más bien hay que buscarlas en Pensilvania e Indiana, los próximos dos Estados donde Hillary Clinton y Barack Obama disputarán la candidatura presidencial del Partido Demócrata. Los acuerdos de libre comercio han adquirido mala fama entre los votantes estadounidenses más golpeados por la crisis económica. Y lo que las encuestas dicen que los votantes quieren, los candidatos prometen. Aunque los candidatos sepan que los votantes están equivocados.
Y lo saben. Austan Goolsbee, un prestigioso profesor de economía de la Universidad de Chicago, ha calculado que cerca del 70% de la economía estadounidense no confronta ningún tipo de competencia del exterior. Sus investigaciones también demuestran que la eliminación de los obstáculos al comercio internacional que tanto lo han estimulado en las últimas décadas no contribuye de manera significativa a la creación de desigualdad económica. Este profesor no sólo enseña e investiga; también es el principal asesor económico de Barack Obama.
Mark Penn era hasta hace poco el jefe de estrategia política de Hillary Clinton. También él tenía otras actividades. Como, por ejemplo, asesorar al Gobierno de Colombia acerca de cómo persuadir a los miembros del Congreso estadounidense para que voten a favor del acuerdo. Cuando esta relación se hizo pública, Hillary lo despidió. Hillary, sin embargo, no puede despedir a Bill, quien también apoya el acuerdo con Colombia.
A pesar de todo esto, el Congreso estadounidense decidió ni siquiera considerar el acuerdo con Colombia y posponer su discusión indefinidamente. Evidentemente, esto revela tendencias políticas que tendrán consecuencias que trascienden a Colombia.