Moisés Naím

View Original

La vuelta al mundo en 52 artículos

Moisés Naím / El País

Hace un año comencé a escribir estas columnas semanales sobre política y economía mundial. Al releerlas no deja de sorprenderme cuán profundamente ha cambiado el mundo en tan sólo 52 semanas. Y no sólo por la crisis financiera.

El mundo de hace un año era un mundo en el cual Estados Unidos perdía la guerra en Irak, la carrera de Hillary Clinton hacia la Casa Blanca era tan imparable como el crecimiento de las exportaciones de la China y nadie hablaba de los precios de los alimentos. Hoy, las bajas del Ejército estadounidense ocurren en Afganistán más que en Irak, se da por descontado que Barack Obama será el próximo presidente de Estados Unidos, Sarah Palin reemplazó a Hillary en las noticias y no se sabe si el boom económico chino sobrevivirá a la crisis mundial. Además, para millones de personas en todo el mundo, el problema principal ya no es el precio de los alimentos sino la caída de sus ingresos y el desempleo.

En octubre de 2007, la noticia fue que el precio del petróleo había alcanzado un precio récord de 94 dólares por barril. Y siguió subiendo hasta llegar, en junio, a su máximo histórico de 147 dólares. Según los expertos, el petróleo a 200 dólares por barril sería una realidad inevitable, creada por la insaciable demanda mundial y la devaluación del dólar. En cambio, ahora el petróleo ha caído en picada a 63 dólares por barril y, a pesar de la debacle financiera estadounidense, el dólar se ha fortalecido y la moneda que pierde valor es el euro. Lo mismo ha pasado con los precios de minerales y productos agrícolas, que después de batir récords este año, han caído precipitadamente.

La peligrosa clase media fue una de las columnas que más interés suscitó. Escribí allí que la clase media de los países pobres es el grupo humano que más rápido está creciendo y que los retos que esta gigantesca clase media planteará no tienen precedentes en la historia. Pocos gobiernos tienen la capacidad de satisfacer las expectativas de su población cuando éstas aumentan tan rápidamente como hasta ahora. Gobernar a millones de personas que se han activado políticamente y exigen, con razón, el derecho a mejorar sus estándares de vida es muy difícil. Hacerlo durante una crisis económica mundial que dará un duro golpe a las clases medias será una pesadilla. Un lugar donde esto está sucediendo, y al cual me he referido repetidamente en este espacio, es Pakistán. Si bien este país no experimentó un éxito económico como el de India o China, su economía viene expandiéndose al 7% cada año desde 2003. A pesar de esto, Pakistán sufre de profundas convulsiones: terrorismo, asesinatos políticos como el de Benazir Bhutto, violencia religiosa, la pérdida de control de provincias enteras a manos de extremistas y traficantes y el duro enfrentamiento con sus vecinos, India y Afganistán. Ahora, esta inestable y peligrosa potencia nuclear está en bancarrota. Su nuevo presidente, el viudo de Benazir Bhutto, ha tenido que viajar de emergencia a China a buscar fondos para mantener su economía a flote. Hace un año, se pensaba que los talibanes eran una fuerza acabada. Hoy no sólo están en ascenso en Afganistán, sino que se han constituido en un factor importante de poder en Pakistán. Lo que suceda en este país nos afectará a todos.

Otra región que experimentó sorprendentes cambios en las pasadas 52 semanas fue América Latina. El Brasil de Lula da Silva mostró un éxito tras otro mientras que sus vecinos Argentina, Venezuela y Bolivia han saltado de crisis en crisis. En este periodo, el mundo desarrolló un voraz apetito por el petróleo venezolano y por la carne y la soja argentina. Por tanto, estos dos países deberían haber disfrutado de una fase de mayor estabilidad económica y más paz social. En cambio, ambos sufrieron la más alta inflación de su continente, desabastecimiento e incesantes y corrosivos conflictos políticos. Si esto ha pasado durante la época de vacas gordas, no es difícil imaginar cuál será el impacto de la crisis en estos países con economías frágiles y profunda polarización política.

A pesar de todas estas transformaciones, una tendencia global que no ha cambiado fue la que discutí en mi primera columna: ¿Cómo hacerse rico con el Estado y sin el mercado? Explicaba allí que, viendo la lista de los magnates más ricos del mundo, saltaba a la vista que muchos de ellos llegaron allí gracias a sus vínculos con gobiernos. Fue el Estado, y no el mercado, el que los enriqueció. La crisis económica abrirá aún más oportunidades para quienes sepan cómo aprovechar el Estado para enriquecerse.