Moisés Naím

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El proceso de 'bushificación' de Obama

Moisés Naím / El País

No es fácil esto de tener un tipo tan popular en la Casa Blanca. Que el jefe del imperio estadounidense sea visto internacionalmente con tanta simpatía y admiración es, para muchos, muy problemático. Hay gobiernos para quienes es indispensable tener a los Estados Unidos de América como enemigo. Y todos conocemos gente para quienes el antiamericanismo es casi un instinto básico y la fuente principal de sus opiniones políticas.

Es por esto que bushificar a Obama se pondrá de moda.

La bushificación de Barack Obama es el próximo y casi inevitable capítulo de la narrativa que comenzó con la seguridad de que era imposible que los estadounidenses pudiesen elegir a un negro como presidente de su país, la sorpresa de la victoria de Obama, la desbordada emoción durante su toma de posesión y las enormes expectativas acerca de su capacidad para resolver los inmensos problemas que hereda. Ahora vendrá una etapa en la cual muchos explicarán que en el fondo no hay mucha diferencia entre George W. Bush y Barack Hussein Obama. O como ya lo dijo el lírico presidente de Venezuela "son la misma miasma", es decir, que ambos son efluvios malignos que se desprenden de cuerpos enfermos o materias corruptas (aunque el presidente Hugo Chávez inmediatamente nos aclaró que los llamaba miasma "por no usar otra palabra" ¿En cuál estaría pensando?).

Y no es sólo Chávez; la bushificación será una tendencia global. Para el régimen iraní será importante demostrar que por más que el segundo nombre del nuevo presidente sea Hussein y que en farsi Obama significa "el que está con nosotros" en realidad sigue siendo, al igual que su predecesor, el representante máximo del gran Satanás.

Tres días después del comienzo del Gobierno de Obama, Estados Unidos bombardeó a un grupo de presuntos talibanes en el noroeste de Pakistán dando de baja a 14 personas. El Gobierno paquistaní protestó contra la nueva violación de su soberanía y confirmó que su esperanza de que Obama no continuase con la política de Bush en este sentido era tan sólo una ilusión. Después que Timothy Geithner el nuevo secretario del tesoro estadounidense acusara a China de estar manipulando su moneda, el Gobierno de ese país reaccionó furiosamente: "Dirigir acusaciones infundadas a China con respecto a su tasa de cambio sólo ayuda al proteccionismo estadounidense y no contribuye a buscar una solución real al problema", dijo el comunicado oficial.

En su discurso inaugural Obama alertó: "Quienes se aferran al poder a través de la corrupción, el engaño y la represión a sus opositores deben saber que están en el lado errado de la historia; pero también que les tenderemos una mano si están dispuestos a abrir su puño" ¿Qué habrá pensado Vladímir Putin de esta invitación? ¿O el sirio Bachar el Asad? ¿O Raúl Castro? Que no ven diferencia entre Obama y Bush.

Se sabe además que Obama está convencido de que se debe aumentar la intensidad de la guerra en Afganistán, que no permitirá que Irán disponga de armas atómicas y que apoya el derecho de Israel a defenderse de los ataques de Hamás. "Si alguien estuviese lanzando cohetes de noche a la casa donde duermen mis hijas yo haría cuanto estuviese a mi alcance para pararlo. Y de hecho cabe esperar que los israelíes hagan lo mismo", ha dicho Obama repitiendo una idea con la que es difícil disentir. Sin embargo, a nadie sorprende que en el mundo árabe ya haya quienes denuncian al Gobierno de Obama como la simple continuación de la Administración de Bush, sólo modificada con una mayor cantidad de judíos en el Gabinete y en otros cargos de máxima relevancia.

En algunos casos la bushificación de Obama tendrá asideros en la realidad de que habrá continuidad entre las políticas del nuevo presidente y las de Bush. Pero en muchos otros casos sólo responderá a los esfuerzos propagandísticos de quienes necesitan siempre tener a un enemigo en la Casa Blanca. Pero no les será fácil. Una de las características de la trayectoria política de Barack Obama es que siempre ha sorprendido a sus críticos y a los escépticos. Y, en este caso, no le resultará difícil sorprenderlos de nuevo. Entre otras razones porque, a pesar de lo que digan sus críticos, él no es George W. Bush.