Moisés Naím

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¿A usted le importa Abjazia?

Moisés Naím / El País

¿Había usted oído hablar de Osetia del Sur? ¿Y de Abjazia? ¿Sabía cual es la capital de Georgia? A comienzos del siglo pasado Ambrose Bierce escribió que las guerras son la manera que tiene Dios para enseñarnos Geografía. Resulta que mientras muchos estábamos de vacaciones siguiendo ocasionalmente las noticias de los Juegos Olímpicos de Pekín y tratando de ignorar las nefastas noticias sobre la economía, un pequeño y, para muchos, ignoto país (Georgia) decidió ponerle orden por la fuerza a dos provincias separatistas aun más pequeñas y desconocidas (Osetia del Sur y Abjazia). Esto provocó la desproporcionada reacción militar de Rusia que invadió Georgia, y que no oculta el deseo reestablecer su dominio en la región y de mandar de paso una clara advertencia a otros países que le han ido perdiendo el temor y el respeto al gigante del vecindario.

Para algunos comentaristas en pocos meses nadie se acordará de esto y Abjazia, Osetia (tanto la del sur como la del norte) y toda esa región volverán al anonimato. Pero aunque esto ocurra, la crisis entre Georgia y Rusia revela algunas realidades que nos afectan a todos.

¿Para qué sirve una superpotencia? Si nos guiamos por lo que pasó en Georgia parece que no para mucho. Allí, y una vez más, el poderío militar, tecnológico, económico y diplomático de EE UU no sirvió para proteger sus intereses. Georgia es un fuerte aliado de los Estados Unidos, que a su vez considera al pequeño país un bastión en su lucha por promover la democracia y el libre mercado en el mundo. Georgia es de los países que más soldados aportó a la guerra en Irak. Su presidente, Mijail Saakashvili apostó a que la alianza con la superpotencia le protegería de la brutal Rusia de Vladímir Putin. Se equivocó. Y para mal o para bien, el mundo tomó nota. Retar a la superpotencia ya no es tan peligroso; especialmente si se tiene mucho petróleo. Putin, Ahmadineyad y Chávez así lo han demostrado.

¿Es Osama bin Laden más importante que Otto von Bismarck? No. Después de los ataques del 11-S la interpretación generalizada fue que los principales retos a la seguridad mundial ya no emanaban de guerras tradicionales entre naciones sino de agrupaciones como Al Qaeda, es decir, grupos armados y bien organizados capaces de operar internacionalmente y sin afiliación permanente a país o Gobierno alguno.

Las ideas de Von Bismarck el canciller alemán del siglo XIX según las cuales "el gran juego de ajedrez mundial" se define por el balance de poder entre naciones condenadas a competir entre sí dependiendo de sus necesidades y su poderío militar, pasaron de moda. Los grupos terroristas y no los Estados nacionales se volvieron el foco de atención de generales, espías, diplomáticos y políticos. Pero como me dijo Carlos Lozada, un editor del Washington Post, es irónico que un Gobierno como el de George W. Bush, que comenzó en el 2000 insistiendo en que su máxima prioridad internacional era contener a Rusia y China y que después del 11-S reemplazó esa prioridad por la guerra mundial contra el terrorismo, concluya su mandato enfrentado a Rusia en medio del despliegue olímpico chino. El episodio de Georgia no quiere decir que las amenazas simbolizadas por Osama bin Laden hayan desparecido. Simplemente nos alerta de que las que describió Von Bismarck no han perdido vigencia. Ahora las tenemos a las dos.

¿Sosiega la globalización los instintos bélicos? No tanto como creíamos. La integración económica es el mejor antídoto contra las guerras ya que cuanto más comercio e inversión hay entre países, mayores son los costos de un conflicto armado. Las instituciones como Naciones Unidas, el Grupo de los Ocho, la Unión Europea, la Organización Mundial del Comercio, los tribunales internacionales, el Derecho Internacional, las normas y las relaciones interpersonales contienen los impulsos guerreros. Estas ideas, muy en boga hasta hace unos años, habrá que revisarlas. En la crisis de Georgia todas las instituciones internacionales así como las leyes y normas que en teoría sirven para contener guerras fallaron.

Y las relaciones personales también. Cuando George Bush conoció a Vladímir Putin, lo miró a los ojos y captó "una sensación sobre su alma. Lo encontré directo y confiable", dijo el presiente. Seguramente Bush estará repensando lo que descubrió en los ojos del ex agente de la KGB transformado en todopoderoso zar de Rusia. Por otro lado, también es fácil imaginar a Putin sonriéndose mientras ve cómo el presidente que invadió a Irak despreciando a la ONU y todas las normas, hace acrobacias para reivindicarlas. Es probable que la extraña guerra del verano del 2008 sea olvidada muy pronto. Pero sus consecuencias perdurarán y se sentirán más allá del Cáucaso.