Moisés Naím

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Los espías rusos: otra mirada

Moisés Naím / El País

¿Por qué el país que tiene algunos de los mejores hackers del mundo y que es capaz de penetrar en los ordenadores más protegidos de otros países decide situar espías en suburbios de los Estados Unidos que operan de la manera más torpe imaginable y son pagados a través de bolsas de papel llenas de dinero enterradas en un parque? La sorpresa que produce la captura de 10 espías rusos que vivieron durante años mimetizados en la sociedad estadounidense no es que los servicios de información rusos sigan tan activos como siempre. Todos los países espían a sus rivales o vecinos y, a su vez, son espiados por estos. La verdadera sorpresa es que los jefes del espionaje ruso hayan decidido gastar tanto dinero, durante tanto tiempo, en un esfuerzo tan inútil.

¿Qué valiosos secretos puede obtener una pareja de espías rusos que junto con sus dos pequeñas hijas lleva una vida de clase media en Montclair, New Jersey? ¿O qué pensaban que descubriría Anna Chapman, cuyo principal teatro de operaciones eran las discotecas de Nueva York? Según documentos del FBI, el Servicio de Inteligencia Exterior ruso (conocido como SVR) le especificó a sus agentes en Estados Unidos la naturaleza de su misión y las expectativas que de ellos se tenía en C, el cuartel general del SVR. El mensaje, interceptado por el FBI, decía: "Usted ha sido enviado a EE UU en un viaje de larga duración. Su educación, cuentas bancarias, coche, casa, etcétera, deben servir a un único propósito: alcanzar su misión principal, que consiste en buscar y desarrollar vínculos en círculos de formulación de políticas en EE UU y mandar informes de inteligencia a C". ¿Y qué le interesaba a C? El año pasado, por ejemplo, C le pidió a Richard Murphy (cuyo verdadero nombre es Vladímir Guryev) que recabara detalles acerca de la posición de la Casa Blanca con respecto a: 1) el tratado de reducción de armas estratégicas entre Rusia y Estados Unidos; 2) Afganistán, y 3) el programa nuclear de Irán. Nada más que eso...

Pobre Guryev-Murphy. Esta es una verdadera misión imposible. No por peligrosa, sino por desatinada. Primero porque ni los más cercanos colaboradores de Obama, ni los más informados analistas de los think-tanks, ni los mejor conectados periodistas de investigación de Washington hubiesen podido responder a estas preguntas. Y segundo porque una simple y breve búsqueda en Internet confirmaría que el reto no es encontrar la información, sino saber cómo procesar la montaña de datos y análisis sobre estos temas a los que se puede acceder libremente en La Red. Muy probablemente la suposición de C era que sus espías obtendrían la información no por Internet, sino a través de sus contactos dentro del Gobierno estadounidense.

Hoy, gracias al constante seguimiento a los que los tuvo sometidos el FBI durante años, sabemos que ninguno de ellos llegó siquiera a conocer superficialmente a funcionarios que manejan información que no se consigue libremente en Internet. También sabemos que los espías tampoco se esforzaban demasiado a la hora de desarrollar estos contactos. La vida en los suburbios de Boston, Virginia y en Manhattan ofrece demasiadas distracciones agradables. Es posible entonces especular sobre la metodología fundamental en la que se basaban los informes que enviaban estos espías rusos a la SVR: leer, cortar y pegar textos recabados de fuentes abiertas y quizás tener conversaciones con observadores bien informados sobre estos temas para luego mandar un informe a Moscú. No mucho más que no se hubiese podido llevar a cabo -y seguramente se lleva a cabo- en la sede de la SVR.

Nunca sabremos exactamente por qué los rusos mantuvieron durante tanto tiempo una iniciativa tan inútil. La esperanza de que algún día estas células se pudiesen activar o que descubrieran un tesoro de información confidencial o que reclutaran una valiosa fuente dentro del Gobierno son claramente posibilidades que justifican estas actividades a pesar de su inutilidad durante décadas. Pero la Rusia de estos tiempos también nos ha acostumbrado a que cuando hay sorpresas o situaciones incompresibles, tarde o temprano aparece una explicación que resulta válida con inusitada frecuencia. Esta explicación alternativa también tiene que ver con C. La c de corrupción.