Moisés Naím

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Árabes en tierra extranjera

Moisés Naím / El País

A la gente de ascendencia árabe que vive en Estados Unidos le va mucho mejor que al estadounidense medio. Ésa es la sorprendente conclusión extraída a partir de datos recopilados por la Oficina del Censo de EE UU en 2000 y publicados recientemente. El censo descubrió que los residentes en EE UU que declaran tener antepasados árabes son más cultos y gozan de mayor riqueza que el estadounidense medio. Mientras que un 24% de los estadounidenses posee títulos universitarios, un 41% de los arabo-estadounidenses son licenciados. Los ingresos medios de una familia árabe que vive en Estados Unidos son de 40.250 euros -un 4,6% más que el resto de familias estadounidenses- y más de la mitad de los arabo-estadounidenses tiene vivienda propia. Un 42% de la población de ascendencia árabe en Estados Unidos trabajan como directivos o profesionales, mientras que eso ocurre sólo en un 34% de la población general estadounidense.

Naturalmente, el que a los inmigrantes les vaya mejor que a sus compatriotas en su país no es ninguna sorpresa. Lo que es mucho menos habitual es que a los inmigrantes les vaya mucho mejor que a la población media de su país de adopción. Este hecho debería dar pie a importantes debates que trascendieran el grado de prosperidad de los inmigrantes árabes en Estados Unidos. Consideremos, por ejemplo, la idea popular de que tras la espantosa pobreza de Oriente Próximo se ciernen los factores culturales. Las explicaciones culturales sobre por qué algunos triunfan mientras otros fracasan tienen una larga historia. Desde el argumento de que la "ética protestante" era más compatible con el capitalismo que otras religiones hasta la idea de que los "valores asiáticos" impulsaron el milagro económico del este de Asia, el factor "cultural" viene y va muchas veces como explicación favorita del éxito o el atraso económico.

El pobre rendimiento económico y social de Oriente Próximo en la actualidad también ha dado pie a explicaciones sobre cierta malignidad en la cultura imperante.

Estos puntos de vista son comunes, dado el rendimiento inexcusablemente pobre de las naciones árabes. Durante las últimas dos décadas, ninguna región, aparte del África subsahariana, ha visto crecer los ingresos per cápita tan lentamente como Oriente Próximo. Al ritmo actual, al árabe medio le llevará 140 años doblar sus ingresos. Se prevé que asiáticos, europeos y estadounidenses dupliquen sus ingresos en los próximos 10 años. La producción económica total -incluyendo el petróleo- de todos los países árabes es inferior a la de España, los índices de desempleo en Oriente Próximo son los más elevados del mundo en desarrollo y su tasa de alfabetización se encuentra entre las más bajas. Pero si lo que está detrás del decepcionante rendimiento del mundo árabe son impedimentos culturales, ¿cómo se explica su increíble éxito en Estados Unidos? La respuesta, por supuesto, son las oportunidades y las instituciones. Los árabes en Estados Unidos tienen acceso a amplias oportunidades de prosperar y pueden recurrir a poderosas instituciones para que defiendan sus derechos civiles, políticos y económicos para hacerlo. De hecho, los datos censales dan muestra de que la ascendencia árabe unida a los mercados y la meritocracia generan un potente estímulo para el éxito.

Es tentador descartar estos logros afirmando que la gente que emigra tiende a ser más joven, más motivada, ambiciosa y emprendedora. Los inmigrantes árabes a los que les va tan bien en Estados Unidos, según esta idea, habrían tenido éxito en cualquier parte. Lamentablemente, eso tampoco es cierto. De otro modo, ¿cómo se explica que a los inmigrantes árabes les vaya peor en Europa que en Estados Unidos? ¿Por qué los líderes de las comunidades árabes de Francia advierten que las tensiones sociales y raciales corren el riesgo de crear una "bomba atómica social y política"? Sin duda, puede que Francia sea un caso extremo, pero la situación de los árabes en el resto de Europa no es mucho mejor. En general, los musulmanes que viven en Europa (de los cuales los árabes suponen una proporción significativa) son más pobres, menos cultos y gozan de peor salud que el resto de la población. En Holanda, la tasa de desempleo entre la etnia marroquí es del 22%, que cuadruplica aproximadamente el índice del conjunto del país. En Gran Bretaña, la población musulmana presenta el porcentaje más elevado de desempleo de todos los grupos religiosos. El fracaso de árabes y musulmanes en Europa es especialmente preocupante si tenemos en cuenta que los 14 Estados o entidades de las fronteras oriental y meridional de Europa albergan a 385 millones de musulmanes -la mayoría de ellos árabes- con una tasa de natalidad que es más del doble de la europea.

Los datos de este censo estadounidense deberían suscitar una profunda reflexión a muchos niveles. Quizá los deterministas culturales quieran revisar sus teorías sobre el atraso árabe. Los líderes árabes deberían sentirse avergonzados cuando ven a sus emigrantes prosperar en Estados Unidos mientras su propio pueblo vive en la miseria. Los europeos deberían dar un segundo y un tercer vistazo a los motivos por los que los inmigrantes árabes van tan por detrás de los que se marcharon a Estados Unidos. Por último, los estadounidenses deben meditar si los cambios instituidos después del 11-S harán que las generaciones futuras de inmigrantes árabes se parezcan más a sus desaventajados compatriotas europeos que a los triunfadores árabo-estadounidenses de la actualidad.