Moisés Naím

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La pandemia oculta

Moisés Naím / El País

En los últimos cinco años, la gripe aviaria se ha cobrado 172 víctimas en todo el mundo. En el mismo periodo, otra amenaza mucho menos discutida pero más feroz ha acabado con la vida de cientos de miles de personas. Al igual que otras peligrosas pandemias, ésta se salta las fronteras nacionales y surge inesperadamente en diferentes lugares dispersándose por el mundo siguiendo trayectorias muy sorprendentes. Inexplicablemente, ha estallado en Boston y amainado en Bogotá. Los expertos no se ponen de acuerdo sobre sus causas precisas ni sobre qué explica sus súbitas apariciones. A diferencia de la gripe aviaria, no procede de un virus transmitido de una especie a otra; los seres humanos son sus únicos causantes y difusores. Me refiero a la delincuencia callejera.

El mundo está sufriendo una severa epidemia de criminalidad urbana. Los índices de criminalidad van en aumento casi en todas partes, con estadísticas que, en ciertos países superan las de la muerte y el caos que acompañan el terrorismo y las guerras civiles. Los datos disponibles informan de un enorme y creciente número de civiles que son atracados, secuestrados o asesinados por otros habitantes de su misma ciudad, con frecuencia de su mismo barrio. A menudo, las víctimas son tan pobres como los delincuentes mismos.

Según un informe de las Naciones Unidas de 2003, la delincuencia viene aumentando en todos los países que evalúa ese organismo. Hasta en Estados Unidos, donde es bien sabido que los índices de criminalidad se redujeron a partir de mediados de la década de 1990, el FBI informa de que los delitos violentos han aumentado drásticamente en los últimos dos años y se esta acelerando. En 2005 registraron el mayor incremento anual de los últimos 15 años. La asociación estadounidense Foro de Investigación Ejecutiva Policial, compuesta por miembros de las fuerzas del orden, apunta que, en las ciudades de EE UU, los homicidios se incrementaron en un 71%, los atracos en un 80% y los ataques a mano armada en un 67% entre 2004 y 2006. En Boston, el número de asesinatos se encuentra en el índice más elevado de los últimos 11 años. La delincuencia también está aumentando en el Reino Unido. Según la Unión Europea, este país es de "elevada criminalidad". Un informe de la UE de 2007 califica Londres de "capital europea de la delincuencia".

Evidentemente, Estados Unidos o Europa siguen siendo relativamente paradisíacos en comparación con otros países. En muchos de ellos, la situación ha llegado a tal extremo que los exasperados habitantes de Johannesburgo, México DF e incluso Milán han organizado manifestaciones callejeras para protestar por la incapacidad de sus Gobiernos para protegerlos. Y tienen razón. Las calles de algunas ciudades son ahora más peligrosas que las zonas de guerra. Río de Janeiro, la atractiva ciudad de postal turística, es más letal que la franja de Gaza y sus calles plagadas de destrucción. Según The Washington Post, entre 2002 y 2006, 729 menores palestinos e israelíes murieron a causa de la violencia y el terrorismo. Sin embargo, en ese mismo periodo, en Río de Janeiro fueron asesinados 1.857 menores.

Y Brasil ni siquiera encabeza la lista. La región más asesina del mundo es el Caribe, seguida primero por África meridional y occidental, y después por América Latina. Sin embargo, el aumento de la criminalidad es una tendencia mundial. El índice de homicidios en Rusia es 20 veces mayor que el de Europa Occidental. En toda Asia las tasas de criminalidad están aumentando.

En los países más pobres, las consecuencias de esta situación son terribles. La delincuencia incrementa los costes de las empresas y hace que los países sean menos competitivos económicamente. Los altos índices de criminalidad también ahuyentan a los inversores. "A mediados de los noventa ganábamos bastante dinero en Colombia", me decía el presidente de una importante empresa mundial. "Pero decidí que no había dinero en el mundo que pudiera compensar la desesperación que sentía durante las muchas noches que me pasaba sin dormir, angustiado por mis colegas que nos habían secuestrado allá. Pagamos el rescate, los recuperamos... y nos fuimos de ese país".

El Banco Mundial calcula que el crecimiento económico de América Latina podría aumentar un 8% si bajaran sus índices de criminalidad. No obstante, la principal

razón para reducir la delincuencia no es promover el crecimiento económico o atraer la inversión extranjera. La razón primordial es dar a los ciudadanos el derecho de salir a la calle -o a quedarse en casa- sin temer por su vida o por la pérdida de su propiedad: ésta es una expectativa básica del ser humano que millones de personas de todo el mundo están perdiendo con rapidez.

Por desgracia, aunque las consecuencias del incremento de la criminalidad estén claras, sus causas son mucho menos obvias. La idea, por ejemplo, de que la delincuencia surge inevitablemente de la pobreza es una concepción tan común como errónea. No hay correlación entre ambos factores. Algunos países pobres sufren altos índices de criminalidad y otros no. Rusia es mucho más rico que Costa Rica, pero en Rusia hay proporcionalmente más crímenes y asesinatos que en Costa Rica. Hay quienes señalan que las tasas de delincuencia pueden explicarse aludiendo a la fortaleza de las instituciones religiosas, medida a través de estadísticas de asistencia a los templos, la participación en actividades religiosas y encuestas. Una vez más, no hay pruebas estadísticas de esa relación. Países como Guatemala y Filipinas, por ejemplo, en los que el fervor religioso y la asistencia a las iglesias es elevada, sufren de altísimos indices de criminalidad y asesinatos.

Entonces, ¿qué es lo que dispara las cifras de delincuencia? Los expertos están de acuerdo en que el crimen prolifera cuando se combinan tres factores: un porcentaje elevado de varones jóvenes, muchas drogas y fácil acceso a las armas. La desigualdad económica y la urbanización también aceleran las tasas de criminalidad. Además, una vez que el comportamiento criminal echa raíces en un barrio o ciudad, cuesta mucho tiempo y un inmenso esfuerzo recuperar las calles y devolverle la seguridad a los ciudadanos.

Es fácil no darle demasiada atención y prioridad a los crecientes índices de delincuencia, aduciendo que son un problema local o algo que hemos sufrido desde tiempo inmemorial y que es inevitable. O que sólo se solucionará cuando mejoren las condiciones sociales y haya más empleo. Ésta es una idea muy peligrosa. El crimen hay que entenderlo mejor, atacarlo de muchas maneras. Impedir su ascenso es difícil, pero mucho más fácil que lograr su descenso. Ésta debe ser una prioridad nacional e internacional.

Es importante tener en mente que aunque últimamte hayamos perdido terreno en cuanto al boom de la criminalidad urbana aún estamos a tiempo de tomar medidas, y no sólo en nuestro país. El problema se nos podría convertir en una pesadilla mundial mucho peor. Pensemos en China o la India. Son países en los que están aumentando el número de varones jóvenes y la desigualdad económica, y donde avanza rápidamente la urbanización. Sin embargo, en comparación con otros países, las drogas y las armas son todavía relativamente menos comunes y más difíciles de conseguir. Pero si estos dos gigantes llegaran a parecerse más a países como México o los balcánicos en cuanto a la proliferación de drogas y armas, sus índices de delincuencia podrían dispararse hasta límites insospechados y con consecuencias enormes allende sus fronteras. Si eso llegase a pasar, esta pandemia dejará de ser oculta. Por decir lo menos.