Brexit y el Stalingrado italiano
Moisés Naím / El País
Para entender mejor la potencia de las fuerzas que impulsan el huracán Brexit es útil recordar lo que pasó en 1994 en Sesto San Giovanni, un suburbio al norte de Milán. En sus años de apogeo económico la zona se llenó de fábricas, obreros y combativos sindicatos comunistas, hasta tal punto que se hizo famoso como el “Stalingrado de Italia”. Desde el fin de la Segunda Guerra Mundial, cada vez que había una elección local, regional, nacional o europea, más del 80% de los habitantes de Sesto/Stalingrado lo hacían por el Partido Comunista o por su candidato. Esto cambió en 1994, cuando en el Stalingrado de Italia ocurrió un terremoto político tan inesperado como el de Brexit. Era un año más de la crisis que afectó duramente al sector industrial italiano. Ese también fue el año en que Silvio Berlusconi, aliado con los partidos de derecha, se lanza como candidato, enfrentándose directamente a la izquierda y -muy específicamente - a los partidos de origen comunista.
Más del 80% de los habitantes de Sesto San Giovanni votaron por Berlusconi.
La crisis económica, la corrupción de los políticos y la desesperanza llevaron a los votantes comunistas a darle una patada a la mesa y elegir a alguien que simbolizaba la antítesis de sus candidatos tradicionales. Pero aparte de darse el gusto de protestar contra todo y contra todos los políticos “de siempre” a través de su voto, fue muy poco lo que los habitantes del Stalingrado italiano lograron ayudando a Berlusconi a llegar al poder. Convertido en primer ministro, el empresario ni produjo el “nuevo Milagro Italiano” con el cual había ilusionado a sus electores, ni mejoró las condiciones de los trabajadores, ni hizo gran cosa contra la corrupción, otra de sus promesas que llevó a tantos a creer en él. En muchos sentidos, elegir a Silvio Berlusconi como primer ministro fue un autogol que se marcaron los italianos (¡cuatro veces!).
Los británicos acaban de hacer lo mismo.
Quizás el ejemplo más temprano y más ilustrativo del autogol británico nos lo ha ofrecido el gobierno local de Cornualles. El 56,5% de quienes votaron en ese condado del sureste de Inglaterra lo hicieron a favor del Brexit, lo que quiere decir que allí el entusiasmo con la ruptura con Europa es mayor que el promedio del Reino Unido. Pero la celebración de esa victoria les duró poco. La misma mañana en que se supo el resultado favorable a la salida de la Unión Europea, el consejo de Cornualles emitió un llamado urgente exigiendo que se les garanticen los 60 millones de libras al año que durante 10 años ha recibido de Europa. Y Cornualles no será el único caso de autogol. Una sorprendente estadística revela que las regiones de Reino Unido que más exportan a Europa fueron las más proclives a votar a favor del Brexit. Cabe suponer que en esas zonas será donde más puestos de trabajo se van a perder al disminuir las exportaciones. Otro triste ejemplo lo ofrece la doctora Anita Sharma: “He dedicado mi carrera a la investigación sobre el cáncer, que ha sido posible gracias a los fondos de la Unión Europea. Espero que los que votaron a favor del Brexit entiendan la devastación que esto va a causar en la medicina”. Reino Unido y Alemania son los países que más subvenciones europeas reciben para la ciencia.
La respuesta más común a este tipo de observaciones es que el voto a favor del Brexit está motivado más por el temor al “exceso” de inmigrantes y su impacto social y cultural que por cálculos económicos. Sin embargo, otra paradoja que revelan las estadísticas es que esa inquietud es más anticipatoria que real. Las áreas donde más concreta y real es la experiencia con los inmigrantes votaron a favor de permanecer en la Unión Europea.
“Recuperemos el control” es el eslogan que hábilmente utilizó la campaña a favor del Brexit. Esta es la ilusión –retomar un presunto control perdido -- que se vendió bien en el Reino Unido y que se va a vender bien en otros países de Europa por la cohorte de “terribles simplificadores”, demagogos y oportunistas que hoy proliferan en el continente. Los devastadores resultados de esta búsqueda de “control” tardaron solo horas en aparecer. El más dramático es que la devaluación de la moneda, que tumbó la libra esterlina a niveles de 1985, ya ha hecho contraer drásticamente la economía.
“Recuperar el control” le está resultando prohibitivamente costoso a los británicos. Y más aún porque es una ilusión falsa. En el mundo de hoy el control que prometen los demagogos no existe. Quizás esta sea una de las muchas lecciones que dejará el Brexit. Otra lección –que está por verse—es si las sociedades aprenden de los errores que otros cometen.