Moisés Naím

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Dos paradojas

Moisés Naím / El País

Es normal que en épocas de grandes cambios aumenten las contradicciones, confusiones y perplejidades. El mundo se vuelve más paradójico. Entre las muchas paradojas de estos tiempos hay dos que me han llamado la atención.

1ª. ¿Por qué, hoy en día, los dictadores parecen estar enamorados de la democracia? En su último informe anual, la ONG Freedom House concluye: “En 2017, la democracia en el mundo sufrió su crisis más grave, con ataques a principios fundamentales como las elecciones libres y justas, la libertad de prensa y el imperio de la ley. 71 países registraron un retroceso en los derechos políticos y libertades civiles de sus ciudadanos y solo 35 mostraron progresos en este campo. Durante 12 años consecutivos la libertad ha ido retrocediendo. En ese periodo, la calidad de la democracia se ha resentido en 113 países y solo ha mejorado en 62. Las encuestas revelan que las dudas de la gente sobre el sistema democrático van en aumento”.

La paradoja es que, entre los dictadores, algunas prácticas de la democracia —o para ser más precisos, las votaciones para escoger al presidente— son muy comunes. Y no les importa que se sepa que son fraudulentas. A mediados de marzo hubo elecciones presidenciales en Rusia y Egipto y, en mayo, en Venezuela. Vladímir Putin ganó con el 75% de los votos, Abdelfatá al Sisi con el 97% y Nicolás Maduro con el 68%. Ciertamente un buen desempeño, pero nada como el de Sadam Husein, quien en 2002 logró el 100% de los votos en Irak. ¿Por qué se molestan en montar estas pantomimas? ¿Por qué, simplemente, no se declaran presidentes de por vida y ejercen su dictadura sin hacer el ridículo disfrazándose de demócratas? La respuesta es que la democracia les da lo que la represión no puede darles: una mínima apariencia de legitimidad que, aún sin convencer a nadie, les simplifica la vida ante ciertos públicos. Las elecciones, aunque trucadas, les permiten presentarse ante su pueblo y ciertas audiencias claves en el resto del mundo con un maquillaje democrático que ellos esperan que distraiga un poco del hecho de que quienes se oponen a ellos son torturados en sus cárceles y asesinados en las calles

2ª. ¿Por qué los hackers y soplones espontáneos han tenido más éxito en la lucha contra el lavado de dinero que los gobiernos?

Después de los ataques del 11 de septiembre del 2001 los gobiernos decidieron que “seguir el dinero” era una de las mejores estrategias para identificar y neutralizar las redes terroristas. Así, muchos países adoptaron leyes y reglamentos más restrictivos con el fin de que a los dueños de los fondos les resultara más difícil esconder su identidad o mover el dinero.

El resultado fue que si bien los gobiernos tuvieron algún éxito en hacer más transparente el sistema, sus esfuerzos se vieron obstaculizados por las dificultades que normalmente tienen los Estados para coordinarse y por las estrategias de los abogados y expertos en contabilidad, finanzas y computación contratados para proteger a sus acaudalados clientes.

Hasta que aparecieron los soplones y los hackers.

John Doe es el seudónimo de alguien que hizo públicos 11 millones de archivos de la firma panameña de abogados Mossack Fonseca. Cada archivo contenía la información detallada de activos depositados en diferentes bancos, las identidades de sus propietarios y todos los movimientos de las cuentas entre 1970 y 2015. La divulgación de esta información, los Panama Papers, repercutió en todo el mundo: incluía datos de las cuentas de doce jefes o exjefes de Estado, algunos de ellos con fortunas inexplicables; más de 60 familiares y socios de conocidos políticos, incluido Vladímir Putin; ocho miembros de la élite que gobierna China y varias compañías vinculadas con Donald Trump. Pero quizás el principal aporte de los Panama Papers fue que revelaron cómo funciona el sistema financiero internacional que se esconde detrás de testaferros y empresas con dueños desconocidos, así como los sofisticados instrumentos legales y financieros que sirven para lavar dinero o simplemente esconderlo y moverlo furtivamente.

Los Panama Papers no fueron la única filtración de secretos bancarios. Hubo otras antes y seguirá habiéndolas. Estas filtraciones —que siempre se basan en la sustracción no autorizada de información privada— crean importantes dilemas éticos. Pero también le abren los ojos al mundo. Es paradójico que hayan sido los hackers y los soplones, actuando ilegalmente, quienes le han dado una inyección de transparencia al sistema financiero internacional.

Los lavadores de dinero, los evasores de impuestos y los corruptos que esconden su dinero en estas instituciones ya no pueden dormir tranquilos. No tanto por las amenazas de los gobiernos, sino por las de otros ciudadanos que se han dedicado a la tarea de obtener y revelar los secretos bancarios del mundo.

Tampoco pueden dormir tranquilos los dictadores de estos tiempos, por más que se disfracen de demócratas.