Las tres guerras de Donald… y las que vienen
Moisés Naím / El País
Es normal que los presidentes choquen contra sus opositores políticos y que tengan fricciones con otros países. También es usual, y muy sano, que los gobiernos y los medios de comunicación no se entiendan. O que los presidentes se enfrenten a la burocracia pública que, según ellos, no ejecuta con entusiasmo las políticas que ellos han prometido.
Todo esto es normal. Lo que no es normal es la diversidad, intensidad, peligrosidad y, a veces, la banalidad de los conflictos que origina el nuevo presidente de Estados Unidos. Pero Donald Trump no es un gobernante normal.
Los presidentes suelen gozar de un periodo de alta popularidad al inicio de su mandato. Trump, en cambio, tiene el porcentaje de aprobación más bajo jamás registrado en estos sondeos de opinión. Los intentos de hacer realidad sus principales promesas electorales están naufragando, afronta amenazantes investigaciones criminales contra miembros de su equipo —algunos de los cuales ya se han visto obligados a renunciar— y no logra llenar las vacantes que le permitirían tener una mejor gestión. Las filtraciones de información que salen de la Casa Blanca son incesantes. China está ocupando rápidamente los espacios de liderazgo mundial que Estados Unidos está abandonando y la Rusia de Putin se crece y trata de influir en las elecciones europeas tanto como lo hizo en las presidenciales americanas.
En vista de todo lo anterior, cabría pensar que Trump intentaría estabilizar la situación y construir alianzas. Pero el presidente está haciendo todo lo contrario. En vez de conciliar, busca la confrontación; en vez de cerrar frentes de batalla está abriendo otros nuevos y en vez de unir está dividiendo. Estas son tres de las principales guerras internas de Donald Trump.
> La guerra contra su propio partido: Todas las formaciones políticas tienen facciones y el Partido Republicano no es una excepción. Sus divisiones internas impidieron que se aprobara la ley que desmantelaría la reforma sanitaria impulsada por Barack Obama. ¿La reacción de Trump? “Debemos pelear contra ellos”, refiriéndose a los miembros de su partido que no estuvieron a favor de su propuesta. También ha dicho que en las elecciones parlamentarias de 2018 promoverá candidatos que hagan perder la reelección a los congresistas que no lo apoyen. Las reacciones de los republicanos disidentes no se ha hecho esperar: “La intimidación no funciona”, “esas amenazas pueden dar resultados en la escuela primaria, pero nuestro gobierno no funciona así”... Si bien ambas partes harán esfuerzos por mostrar que han superado sus diferencias, la realidad demostrará que estas divisiones tienen efectos duraderos. Trump seguirá en guerra contra quienes no apoyen sus iniciativas. Aunque esto implique luchar abiertamente contra los líderes de su propio partido.
> La guerra contra las agencias de inteligencia. Los servicios de inteligencia de EEUU emplean a más de 100.000 personas que trabajan en 17 organizaciones diferentes. Si bien, en el pasado, han existido fricciones entre esta comunidad y la Casa Blanca, nunca antes el conflicto había sido tan fuerte como ahora. El presidente Trump ha dicho que estas agencias son tan deshonestas como los medios de comunicación que diseminan noticias falsas. También las ha llamado “nazis”. Por su parte, las agencias de inteligencia emitieron un informe cuya conclusión es que el Kremlin influyó en las elecciones de EEUU y que Vladímir Putin tiene una clara preferencia por Donald Trump. James Comey, el director del FBI, ha confirmado que su organización está investigando la posible colusión de miembros del equipo de Trump durante la campaña electoral con agentes de inteligencia rusos. El presidente ha dicho que ahora confía más en las agencias de inteligencia y explica la razón: “Ya hemos puesto allí a gente nuestra”. Sin duda. Pero hay cerca de 100.000 personas que no todavía no son “gente de Trump”.
> La guerra contra la Reserva Federal. Esta guerra contra el Banco Central de EEUU aún no ha comenzado, pero se ve venir. A los presidentes les gusta que las tasas de interés sean más bien bajas, lo cual suele estimular el consumo, la actividad económica y el empleo. Pero si el déficit fiscal aumenta, el dinero en circulación también y los precios comienzan a subir, es deber del banco central aumentar las tasas de interés para mitigar los riesgos de una alta inflación y otros males económicos. De nuevo, esta tensión entre la presidencia y el banco central, que es común en todas partes, en el caso de Trump puede escalar hasta convertirse en un conflicto con graves consecuencias económicas. Cuando aún era candidato, el actual presidente ya había expresado su opinión sobre la gobernadora de la Reserva Federal, Janet Yellen. “Debería avergonzarse de sí misma”, dijo Trump. ¿Por qué? Porque Yellen declaró que quizás habría que subir las tasas de interés.
Estas tres son guerras internas, pero la pugnacidad de Trump también se manifiesta en las relaciones internacionales de su país. Y el peligro más grande es que sus derrotas domésticas lo motiven a buscar peleas afuera. No sería el primer líder de un país que usa un conflicto externo para distraer de sus problemas internos. Putin le puede dar lecciones sobre eso.